Hace 25 años se firmó la Declaración de Bolonia, dando paso al Plan que lleva el mismo nombre por el cual, la educación universitaria europea daría un giro para “adaptarse al mercado”, en el que los principales damnificados serían los países alejados del núcleo de la Unión Europea.
Entre los distintos aspectos que trató el Plan Bolonia (más allá de ejercer un papel de diferenciación mayor entre los ricos y pudientes y el resto del pueblo, tornándose la educación superior más inaccesible para las capas más populares, cuestión ya de por sí que da para hablar largo y tendido) aparecen como claves dos reformas. En primer lugar, la que atañe a la modificación de la duración y la nomenclatura de, los ahora, grados, másteres y doctorados. En segundo lugar, la que tiene que ver con la financiación – la cual supuso de entrada en España una subida de las tasas del 8’2% – que afecta al precio del crédito – recordemos la reforma en la duración – y a la entrada de financiación por parte de empresas privadas.
Y es que estas dos medidas fueron el parteaguas de las nuevas políticas educativas en nuestro país. Sobra decir que la amalgama de siglas de las leyes educativas impulsadas y derogadas en los últimos años nunca discutieron las consignas de Europa, de nuevo España careciendo de soberanía real.
Daba comienzo en España una época en la que a pesar de haber un número creciente de graduados universitarios cada año y dando la sensación de que cada vez, capas sociales más bajas podían acceder a educación superior, la realidad era bien distinta. Las reformas arriba citadas le restaban valor a la titulación de graduado y ya no valía con haber acabado los 4 años con sus 240 créditos ECTS, ahora necesitabas también un Máster para “diferenciarte” y así apareció la “titulitis” y la degradación de la educación universitaria.
Cientos de nuevos graduados cada año de diversas carreras salen al mercado laboral con la sensación de ser el pez más pequeño del mar. Para dejar de serlo deben de cursar postgrados y cursos y aquí es donde la desigualdad se manifiesta clara. El precio de un máster de 1 año puede oscilar entre los 1.800€ y los 20.000€, lo que lleva a que las familias más humildes deban de sacrificarse si uno de sus hijos necesita cursarlo para dejar de ser ese pez pequeño.
La decepción es tal cuando después de años de estudio, de todo el tiempo invertido, del sacrificio económico de la familia y de incluso tener que ponerte a trabajar en empleos de lo más precarios, ves que sigues siendo un pez pequeño en un mar lleno de tiburones. Ya que por mucho que peleen, ven como el niño de papa puede obtener cualquier título a golpe de billete y por ende no va a poder competir contra él en igualdad de condiciones.
El sistema económico, político y social está pervirtiéndose a pasos agigantados. A toda una generación sus padres le dijeron aquello de: “estudia ahora para poder tener un buen empleo”. Dentro del sistema más injusto posible esperar que el esfuerzo se vea recompensado por “el mercado” es esperar justicia del que es juez y parte.
Así que todos esos que esperaban escalar en la pirámide social, ven en su piel reflejado el castigo de Sísifo, y cuando parecía que con el máster y toda una sarta de titulación académica detrás llegaría a su meta, ve como el mercado lo rechaza por haber una oferta que sobrepasa por mucho la demanda, devaluándose así el valor cualitativo de su título, convirtiéndose en poco más que papel mojado a nivel profesional.
Y es así como el capitalismo es una trituradora de gente, un agujero negro que lleva a la frustración a miles de jóvenes que sufren la discordancia de tener que currar en empleos que requieren poca cualificación porque en los trabajos que se requieren estudios superiores existe una hiper oferta que provoca que muchos sobren.
Así pues muchos egresados se preguntan: ¿Habré estado perdiendo el tiempo todos estos años? ¿Me ha merecido la pena todos estos años estudiando cuando mi amigo con una formación profesional lleva trabajando desde los 18 y tiene ya independencia económica de sus padres? ¿Será que no valgo para esta profesión?
La disonancia existente entre las demandas del maldito mercado y las políticas educativas, así como los agravantes económicos, políticos y sociales actuales, provoca la actual situación de la juventud española.
Por una parte, una gran cantidad que no pueden emanciparse porque han tenido que estar estudiando hasta los veintimuchos para estar bien formados y poder salir a competir al mercado laboral.
Por otra parte, la guetización de la juventud inmigrante, de los alumnos menos brillantes y de los conflictivos en los centros educativos, profundizando más en la brecha que les separa del resto del, llamémoslo, alumnado normativo.
Para terminar con un clasismo naciente de toda esta barbarie que se percibe en boca de algunos con frases como el famoso “para eso he estudiado” o “yo no voy a trabajar de algo que no sea lo mío”. Frases ya normalizadas entre la gente pero que reflejan a la perfección como la educación y las políticas que sobre ella se hacen, pueden ser un arma contra el pueblo que lo separe y lo enfrente o un medio para unirlo.
El capitalismo además de en lo político, lo económico y lo social libra una dura batalla en lo educativo y lo cultural y es necesario que en esa batalla hagamos frente. Aprendamos de la experiencia de Allende con el periódico El Mercurio o de la educación que se implementó en la Alemania nazi.
No dejemos de presentar combate, peleemos por una soberanía real que aleje los tentáculos del BCE y la UE de nosotros para que podamos comenzar a planificar la economía y a hacer políticas educativas que tengan en cuenta la coyuntura y el estado real de las cosas y en consecuencia forme a los profesionales del futuro y mire por las generaciones venideras.