La actual reforma laboral tiene fecha de nacimiento: 2012. Gobernaba por aquel entonces Rajoy y la izquierda reformista e institucional, junto a sus sindicatos, dijeron oponerse porque era lesiva contra los intereses de los trabajadores. Era cierto.
Tras diez años de aplicación nefasta, por parte de esa misma «izquierda» se prometió (incluso por escrito) que dicha ley sería derogada en cuanto llegasen al gobierno. Fue mentira.
Desde el autocalificado como gobierno más progresista de la Historia se dijo entonces que derogarla, derogarla no; pero se harían algunas reformas. Y para ello se contó con la CEOE, el asesoramiento de la banquera Botín, el que fuera ministro de Trabajo de Rajoy, y un sin fin de personajes siniestros.
Para continuar la opereta, el PP salió a negar ese cambio (de maquillaje) de una reforma que, en líneas generales, mantenía los beneficios de la clase dominante. Era el papel que le correspondía, decir que no, pero hacer que sí.
Llegado el momento de la votación, y tras un discurso lamentable de la ministra de Trabajo (una tal Yolanda Díaz), el PP anuncia el NO, pero…. hay uno de sus diputados por Extremadura que, casualmente, se equivoca y vota a favor.
Tranquilidad pues en los empresarios y en los «botines». Festejos en el progrerío, quizás por aquello de que la derogación de la ley había pasado a mejor vida y al escombro de la promesas incumplidas, y ahora sí que sí, los intereses de los trabajadores y de los empresarios estaban salvados. La conciliación de clases era una realidad.
Sin pudor, las fuerzas progres y sus dirigentes salen ahora a cantar loas de la Reforma (quizás también del diputado del PP que se «equivocó», quién sabe a cambio de qué). Pero, y no podía ser de otro modo, también desde el PP. Hace una horas, Feijóo la defendió y prometió no tocarla. Lógico.