Desde luego, a Irene y Yolanda habría que castigarlas sin recreo por tirarse de los pelos. Un escenario delirante que, sin duda, homenajea con antelación a André Breton, ahora que falta poco para que se cumplan los cien años de su Manifiesto Surrealista.
Como vimos, el último día de las negociaciones para crear una coalición, Podemos (que, de pronto, ya nunca dice “Unidas” delante) va y convoca una consulta a su militancia. Todavía nadie ha sido capaz de explicarnos qué se estaba consultando. Bueno, pedían permiso para negociar con Sumar. Pero ¿para qué, si ya llevaban dos semanas negociando la coalición?
La pregunta concreta reazaba así: ¿Aceptas que el Consejo de Coordinación de Podemos, siguiendo el criterio de unidad que marcó el Consejo Ciudadano Estatal, negocie con Sumar y, en su caso, acuerde una alianza electoral entre Podemos y Sumar?». Desde luego, da nostalgia hasta cuando preguntaban si debían dimitir por vivir en un chalet de lujo. (Jamás preguntaron si debían vivir, o no, en un chalet de lujo).
El caso es que, de este modo, y de manera surrealista, no preguntaban a sus bases si había que pactar o no con Sumar (algo que sí hicieron, por ejemplo, en su consulta de 2015). No. Pedían permiso (el último día) para seguir haciendo lo que ya llevaban haciendo (sin permiso de nadie) durante semanas. De hecho, como demuestra la redacción de la pregunta, buscaban poderes plenipotenciarios para que la dirección decida si pacta o no sin ataduras (sobre todo, después de que varios líderes territoriales se revolvieran ante el esperpento que estamos viviendo).
Pero bueno, ¿entonces qué han votado exactamente para dárselas de “democráticos”? ¿Que la dirección decida en su nombre, ocultándoles además todos los términos de la negociación? ¿O quizá sencillamente han votado algo tan democrático como no volver a votar nada? Los que llegaron pidiendo luz y taquígrafos, han acabado con maletín y gorra a lo Villarejo.
Lo más escabroso de todo, y lo que les hará perder manantiales de votos, es que en todo esta lucha cainita entre Yolanda y Podemos ha habido un 0% de debate político y programático, y un 100% de debate sobre “quién consigue meter más gente en los puestos de salida” de las listas electorales. Todo este circo mientras la gente sufre y en medio de algo tan grave como la recesión (que ojalá solo fuera técnica) de la locomotora alemana y de la economía europea en su conjunto.
Los grandes temas económicos que condicionan de manera más grave la vida de la gente trabajadora nativa e inmigrante y, de forma más acuciante aún en muchos casos, la situación de las mujeres obreras (la subida de los tipos de interés, los precios de los alimentos, de la energía y de la vivienda; la precariedad y la explotación laboral, las listas de esperas de la sanidad, entre otros) se quedan absolutamente fuera del debate político establecido por una izquierda inundada de discursos (solo discursos) ecofeministas que agradan a las instituciones europeas y que no cuestionan el poder del Ibex 35.
La gente tiene problemas que no se solucionan con apelaciones abstractas a la “ilusión”, cuando dichos problemas se quedan cada vez más lejos de un debate asfixiante sobre queers, terfs, identidades, diversidades, micro-opresiones, interseccionalidades, aliados, binariedades, mansplainings, sororidades y otra serie de conceptos universitarios que, más allá de la intención (en muchas ocasiones buena, no nos cabe duda) de quienes los esgrimen, a esta auténtica “casta” de la politiquería profesional solo le sirven para no hablar de aquello que, precisamente, no agrada tanto a las instituciones europeas y que podría comprometerlos a tomar medidas que ya no serían, claro, a coste cero.
Nadie serio puede pensar que llegarán muy lejos en las barriadas obreras con conceptos que, efectivamente, parecen sacados del «Manifiesto Surrealista» de Breton y que el pueblo no entiende ni podrá entender jamás, pero que le convienen a una izquierda plagada de arribistas que lo único que pretenden es llegar (ellos, no el programa de ruptura que el pueblo necesitaría) al parlamento, aunque su discurso político de 2023 no tenga nada que ver con el de 2015 (y esto lo decimos con la legitimidad de haber advertido de ellos desde el principio, porque nosotros sí conocíamos a estos personajes, así como su falta de escrúpulos).
Se pueden seguir echando balones fuera, muy escandalizados porque, naturalmente, los medios de comunicación sean de la clase dominante; o porque los de derechas, encima, se inventen bulos (los medios de izquierda, por su parte, solo publican bulos sobre Cuba y Venezuela, donde el «Ibex 35» caribeño sí que se ha visto bastante más afectado por las medidas gubernamentales, no como aquí). Como si el control mediático fuera algo inventado en 2023 para fastidiarlos solamente a ellos.
Pero las causas de que caigan y de que las expectativas (electorales o, mucho más, de movilización popular) se desinflen, mientras la locura nacional-populista de ultraderecha emerge, las tienen en una realidad trabajadora que han abandonado en pos de teorías pijas importadas de las universidades norteamericanas. Urge retomar la construcción de la alternativa que necesita nuestro pueblo. Alternativa ya planteada, en buena medida, en las movilizaciones de la década pasada.
Recuerden, si no, aquel grito de “no queremos ser mercancía en mano de políticos y banqueros”. Grito que nos recuerda que la política puede ser algo muy noble, aunque haya sido mancillado por esa politiquería que ha hecho de ella una vulgar mercancía. Otra de la que, efectivamente, también tendremos que liberarnos. No perdamos, pues, mucho más tiempo en lamentarnos de que dentro de esa politiquería se ha colado todo este “género” de progrerío estéril que comenzó hablando de “asaltar los cielos” y acabó desviando una legítima ira popular que, hace una década, ya apuntaba claramente contra el Belcebú del capital financiero.