Siempre me he resistido a aceptar las imposiciones de la guerra semiótica contra Cuba, particularmente aquellos símbolos y narrativas que buscan naturalizar conceptos espurios. El caso más evidente es el llamado «bloqueo interno», término que se ha intentado instalar como contrapartida al verdadero bloqueo (esa guerra económica impuesta por la potencia más poderosa del planeta a nuestro pueblo).
Esta neolengua pretende resignificar conceptos bien definidos: busca encapsular bajo un eufemismo nuestros errores internos, desvinculándolos artificialmente de los efectos del cerco real. Ciertamente, nuestras deficiencias y problemas (exacerbados por la crisis inducida desde el exterior) podrían presentarse como «bloqueo interno». Pero al adoptar acríticamente este término, corremos el riesgo de desresponsabilizar al verdadero bloqueo, ese que estrangula cotidianamente nuestra economía restándole una parte de sus consecuencias y responsabilidades.
Mi rechazo al vocablo nace de su intención última: inocular una sensación de incapacidad sistémica, actualizando el viejo mito anexionista que negaba a nuestro pueblo su capacidad para autogobernarse. En ese sentido este relato sería el caballo de Troya para justificar nuevas formas de tutelaje colonial.
Por eso insisto en nombrar con precisión: hablo de errores propios, de ineficiencias demostrables, de problemas no resueltos. Rechazo los artilugios lingüísticos de esta guerra cognitiva que pretende hacer mella en nuestra soberanía conceptual antes que en los muros de la fábrica.
(Tomado de su muro de Facebook)
Artículo relacionado:
PACO AZANZA TELLETXIKI. Once consideraciones acerca del bloqueo genocida yanqui a Cuba