¿Hay en el fondo tanta inestabilidad política en España como se dice? ¿O es tan insoportable para los verdaderos detentadores del poder? Aparentemente el Gobierno que recientemente se invistió representa una alternativa fragilísima para España. No es precisamente lo que piensa El País que, desde luego, no tiene simpatías “de origen” con Pedro Sánchez, y actúa más de vocero de los intereses del sistema que el mismísimo diario oficial del Estado (BOE). En realidad, hay que distinguir lo que en cada momento mucha gente percibe como estabilidad de otra estabilidad bien distinta: la estabilidad que la oligarquía financiera y Bruselas necesitan que se les garantice. En una previsible reedición de toma de medidas de recorte, la derecha oficial española –y no digamos si va de españolista a más no poder– es una bomba de relojería, tanto en lo social como en la cuestión nacional. ¿Acaso no es una previsión que ya Ud. mismo sufrió… Sr. Rajoy?
En palabras de algunos tertulianos, la investidura se dio en un ambiente de crispación política sin precedentes con un PP despechado, al no obtener suficientes apoyos tras haber salido primero de las elecciones, y un Vox a pecho descubierto acusando a Sánchez de ser un traidor a España y de que ha consumado el golpe de Estado que había iniciado Puigdemont en octubre de 2017 cuando declaró la independencia de Catalunya… por 44 segundos. De ahí que muchos piensen que estamos ante una legislatura de corta proyección si tenemos en cuenta que el PSOE ha de pactar con 7 grupos (perdón, 8, que Podemos se ha restado de Sumar…) que le van a estar pidiendo que cumpla lo pactado. Y cumplir lo pactado, según voxifera el tándem de circunstancias formado por Feijóo y Abascal, es “cargarse la Constitución y la misma España”.
Sin embargo, un análisis más sosegado del escenario hispano lleva a pensar que hay mucho de hipérbole en las arremetidas de esa derecha preñada de franquismo. Y que especialmente Feijóo se ve obligado a crispar a más no poder tan solo para llegar a este. Efectivamente, en las condiciones heredadas por Feijóo al asumir el secretariado general del PP, no le queda otra que parecerse a Aznar y quitarse su más preferido disfraz rajoyano. Su entorno apuesta que solo así, crispando al máximo, podrá llegar al gobierno cuanto antes, confiando en que en un adelanto electoral se dé una dispersión del voto de la izquierda cuando no su abstención; y de esa manera alcanzar la Moncloa, acaso con la única (y no deseada por él) ayuda de Vox: único apoyo sustancial que puede contar en esta tesitura.
Pero permítasenos especular por un momento. De llegar a la Moncloa por las bravas, no sería de extrañar que se autopusiera sordina hasta con efecto retroactivo, es decir, quitándole hierro a lo fiera que se puso en el pasado. Por cálculos estrictamente partidistas, no le convendría reeditar al Aznar de la segunda legislatura. Así que, más que probablemente, se dispondría a rebajar tensiones territoriales con las miras a gobernar sin tener que depender únicamente de Vox y en la esperanza de que este se desinfle. E igual hasta le preguntaría a Aznar por el profe que le enseñó a hablar catalán en privado. Y si por él fuera, Feijóo, para no vejar a un Puigdemont por el que siente aprecio desde que coincidían en las reuniones de presidentes de las comunidades autónomas, no dudaría en darle tratamiento de líder o exlíder del MLNC (Movimiento de Liberación Nacional Catalán). Total, ¿no hizo lo mismo el mismísimo Aznar cuando en las negociaciones en Suiza con ETA se refirió a esta como MLNV?
Ciertamente hay mucho de rabieta en el PP de Feijóo por no poder contar con ninguna alianza parlamentaria con el nacionalismo institucional periférico, como sí ocurriera antaño, antes de la FAEScistización aznariana. ¿Acaso podrían los nacionalismos catalán y vasco más conservadores –que ya arriesgaron lo suyo corresponsabilizándose del régimen del 78– compartir coalición parlamentaria con Vox sin suicidarse en sus respectivos feudos? Si ya el PP lo ha tenido difícil para ser algo en Euskadi y Catalunya –y cuando ha conseguido avanzar, sobre todo en Catalunya, ha sido a base de tensionar el enfrentamiento nacional de forma insoportable para el propio sistema–, qué decir de una extrema derecha ultraespañolista que solo puede aspirar a imaginarse un futuro allí reeditando las imágenes del NODO.
Por tanto, Feijóo (si se le supone una mínima inteligencia) está tensionando la cosa con el único objetivo de sustituir a Sánchez para luego intentar copiarle algunas recetas (siempre con el rabillo del ojo atento a Ayuso, claro) en todo lo relacionado con las “comunidades históricas”, especialmente ahora con Catalunya. Tiene parte de razón Sánchez, entonces, cuando dice que el líder del PP también habría proclamado la amnistía. Aunque en realidad, a este le vendría mucho mejor aprovecharse de la amnistía ya dada para hacer el deseado (también por él) borrón y cuenta nueva sin ser el indeseable autor intelectual de semejante “crimen”.
Sea como fuere, estemos seguros de que Feijóo tiene más interés en neutralizar la amenaza electoral de Vox que en quitar del escenario a las fuerzas nacionalistas de Euskadi y Catalunya, solo sea porque esto es imposible si no es reviviendo un escenario de sangre y fuego como el del 36. ¿No fue Mariano Rajoy, en realidad forzado por la soberbia de la rama más aznarista, el que cavó su propia tumba al antagonizar las cosas en Catalunya tras haber boicoteado la reforma del Estatut de Zapatero? Aquel boicot constitucional, ¿no dio argumento a los Mas para transitar del autonomismo al independentismo y así, a su vez, no perder fuelle frente al independentismo de siempre que subía enteros? Aquel tránsito se dio, por lo demás, en un contexto de crisis profunda económica que hacía que cualquier gobernante buscara desviacionismos ante los recortes que aplicaba. Recordemos, por ejemplo, que esta situación generalizada de recortes obligó al propio Mas en 2011 a ir al Parlament en un helicóptero de los Mossos para evitar a los manifestantes.
Precisamente, con respecto a las presiones actuales de los partidos nacionalistas de Catalunya al PSOE, también hay mucho de escenificación de cara al electorado de allí. Una escenificación radical catalana, que tiene que ver en origen con eventos como aquella sesión del Parlament de 2011 convocada para aprobar los presupuestos. Efectivamente, el desviacionismo político se nutría también de la cuestión nacional porque ¿qué iba a decir en aquel entonces el nacionalismo conservador catalán?, ¿que los recortes eran por culpa del rescate de la oligarquía financiera parasitaria y por los dictados de Bruselas? Competir en pedigrí independentista, al tiempo que se culpaba de los recortes exclusivamente al gobierno central sin aludir a la UE a la que se aspiraba como el que… Mas, servía a este para poner freno a la subida de la CUP y, en general, para poner coto al ensanchamiento de la influencia popular que iban ganando aquellos independentistas de siempre que nunca habían avalado el autonomismo.
Como ya hemos editorializado en más de una ocasión, la crisis llevaba a tomar medidas de recorte también en zonas como Catalunya. La existencia aquí, además, de una burguesía media necesitada de más recursos fomentaba la utilización oportunista de la cuestión nacional, lo que no podía dejar de generar un particular cuestionamiento del pacto de la transición, concretamente del “Café para todos”. La demagogia independentista por parte de los partidos conservadores catalanes estaba servida. Y el recetario rancio españolista salido de la FAES lo único que podía provocar era que buena parte de esa demagogia sirviera incluso para que, de verdad, cada vez más catalanes, incluso los que se habían venido sintiendo más a gusto con el autonomismo, no quisieran ningún tipo de relación con el Estado español. Y no nos quepa duda de que eso es un problema real (en el sentido más estricto).
El caso es que actualmente hay mucho de inercia “extremoindependentista” en partidos como Junts, que tienen que asegurarse su hueco entre una Esquerra –que a los mandos de la Generalitat gestiona directamente partidas presupuestarias– y un independentismo más intransigente. Ciertamente, en lo que se refiere a la CUP, esta no anda en su mejor momento como para que sus presiones sean vistas como de “peligro inmediato”. Pero el Junts de Puigdemont es aún muy tributario de las exigencias del Procés que se han venido planteando desde el asociacionismo ciudadano (es decir, ya no solo del ámbito estrictamente partidista) que ha estado formalmente convocando las masivas manifestaciones por la autodeterminación que se han dado en los últimos años.
Nada de esto podía dejar de traslucirse en los discursos de la investidura de Sánchez, donde hasta el último minuto no parecía asegurado el sí de Junts y, cuando se dio, daba la impresión de que iba a durar menos… que los mencionados 44 segundos de la proclamación de la República Catalana del 10 de octubre de 2017.
En definitiva, y haciendo un símil entre las políticas catalana y española, si la primera tarea que se dio Sánchez fue alejar la amenaza de Podemos en el liderazgo del “voto de izquierda”, la de los partidos autonomistas catalanes fue la de no dejarse comer el terreno por la CUP y su entorno. Si bien es cierto que en Catalunya sigue habiendo un movimiento social y de juventud susceptible de hacer presión (porque responde a una realidad más sustancial en términos de activismo social y compromiso militante), insistimos en que en estos momentos no está en su mejor momento, ni en términos electorales ni en lo que se refiere a la presión de calle. Por eso Sánchez tiene esperanzas de que el apoyo de Junts supere largamente los tres cuartos de minuto.
Con respecto a Sumar y, en general a las llamadas “fuerzas del cambio”, no es cuestión de que nos repitamos tras todo lo que hemos venido editorializando en los últimos años. Centrándonos ahora en el aspecto de la estabilidad de su apoyo al Gobierno de Sánchez, no creemos que este tenga que temer mucho. En todo ese mundo está servida la politiquería al servicio de copar cargos, así como la elección calculada de los temas de discurso en los que ponerse muy radical para eludir que se toquen los temas claves de disputa real de poder. Todo su discurseo radical busca hacernos creer que no son como al que apoyan (por tanto “somos muy necesarios: no lo olviden en las elecciones”), pero que es apoyándolo como el apoyado se ve obligado a parecerse más al que lo apoya. Ese ha venido siendo el permanente discurso común a todos ellos para justificar estar en el gobierno. Siempre ha sido así, desde cuando compartían parroquia con Iglesias hasta cuando se fueron sucesivamente excomulgando de este.
A fin de cuentas, la IUización es total en lo que se refiere a la asunción del concepto de “la casa común” en torno a un PSOE que, por lo demás, ha demostrado muchas veces que solo es leal a sus socios a su izquierda cuando estos terminan por coger el carné del puño y la rosa: la lista que lo confirma es larga. No sería de extrañar que uno de los secretos mejor guardados de las deliberaciones de los consejos de ministros sea cómo se agarran al cargo casi todos los sucesivos advenedizos de la llamada nueva política. En este sentido, de momento, más que dudar de la estabilidad que los sumandos puedan brindar a Sánchez, lo que habría que preguntarse es por la estabilidad en el tiempo de los besos que este les concede. Efectivamente, son los de Sumar los que más tienen que temer de resultarle muy pesados a Sánchez. Y es que el día de mañana, a la mínima ocasión que el inquilino de la Moncloa pudiera tener alianzas por otro lado, no tendría reparo alguno en dejar de invitarlos a la comida de los martes, tal como ha hecho con el dúo Irene Montero/Belarra…
Y ya que hemos llegado a Podemos, ¿qué tal la calidad de su apoyo? ¿Qué decir del peligro que pueda representar para la estabilidad del Gobierno actual? A estas alturas, ¿caben dudas de que su última vuelta de Tuerka de radicalismo verbal no sea un desesperado intento por regresar a la necesaria moderación de las poltronas? Resulta cansino ya el cambio de tono y hasta las rabietas (casi) infantiles de sus dirigentes en función de lo lejos que les quede “sacar tajada” en el reparto ministerial. Lo que sí es esperable es que ahora ya no le venga bien Vox tanto como antes, o como a Sumar, porque se lo van a espetar cada dos por tres como argumento de peso para que no tensen demasiado la cuerda.
Lo que ha quedado de Podemos (el 7% de su máxima nota parlamentaria que fue en diciembre de 2015, cuando entonces era él el “Sumar” de diferentes mareas) seguro que considerará un suicidio si junta sus votos al PP y a Vox para provocar una crisis del Gobierno de donde le han echado. Así que por aquí a Sánchez hasta le puede venir bien “darle su sitio”, a Podemos, fuera de su gabinete para mantener más fácilmente las distancias con sus sumandos de dentro. Igual al PSOE, mientras no vea en un futuro inmediato peligrar su gabinete, le venga bien jugar a dos cartas “a su izquierda” a fin de rebajar la imprescindibilidad de todo ese mundo y “exmundo” cuanto antes.
Y es que cuando un partido como el PSOE se propone no solo gobernar, sino liderar un espacio que le ha sido cuestionado, le interesa más contar con muchos aliados que tener pocos; eso sí, siempre que se asegure que a ninguno de esos aliados les convenga aparecer como cómplices de la extrema derecha y de la derecha extrema y, por tanto, las amenazas de dejar caer al Gobierno no salgan de la mera palabrería.
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Pero más allá de la tramoya española, habría que preguntarse por lo que más le interesa a Bruselas y a los grandes de España de verdad, no a los del NODO en blanco y negro, sino a los grandes del Íbex-35, y a la mismísima Casa Real. Sin duda que apostarán por un gobierno que cumpla con dos condiciones indisolublemente ligadas entre ellas, al menos en este periodo. Por un lado, que aplique en esencia la política de recortes y la distribución de nichos de negocios exigidas por el “mercad€o único”. Al mismo tiempo, ha de disponer de margen suficiente para mantener la calle tranquila después de las experiencias de movilizaciones que sobrevinieron tras la gran Recesión de 2008 y de la que aún el Estado español es tributario en términos de deuda y de déficit fiscal. Ambas mercaderías han de ir en el mismo kit gubernamental que esas oligarquías compren.
Mantener la calle tranquila en España para los grandes de verdad significa tener bajo sordina tanto la cuestión social (con su máxima expresión movilizadora en el 22M de las Mareas) como la cuestión nacional (que tuvo su mayor estallido mediático y movilizador en octubre de 2017 en Catalunya). Y para conseguir eso, podrá sobrar Sánchez pero no su… talante. Y eso lo sabe Feijóo. Como lo sabía en el fondo Rajoy, por más que su padrino, Aznar, maldijera la elección que hizo de él para sucederle.
En este sentido, una cierta dosis de Vox y de calles llenas de banderas bigualdas (no importa que sean preconstitucionales), siempre que no se salgan de Madre María purísima, vendrá bien para obligar a la calle verdaderamente de izquierda a quedarse en casa “para no hacerle el juego a la derecha”. O si sale, que sea en defensa de Pedro Sánchez, convertido prácticamente en otro ¡Salvador Allende! O sencillamente vendrá bien esa cierta dosis de Vox para que esa gente de izquierda de verdad se pudra en la desmoralización “porque en este país es que hay mucho facha”.
¿Exageramos? Ahí vemos a Pedro Sánchez postulándose como dique principal al auge de la extrema derecha, ya no solo en España sino en Europa, tal como discurseó en el congreso del SPD alemán. O reparemos en cómo días después aleccionó de antifranquismo y de antinazismo al jefe (también alemán) del Partido Popular Europeo en el Parlamento de Europa. Sí, ese mismo Sánchez que acarició ser el mejor defensor del régimen pro nazi de Zelensky en Ucrania, que no tiene escrúpulos en correr para ser “el primi” en reconocer y en acoger golpistas de Venezuela. El mismo Sánchez, sí, que cuando critica a Israel nos mete de macuto la condena a la resistencia de Palestina reduciendo a Hamas a un vulgar grupo terrorista. Y que, además, cuando hace una crítica a Israel, no estamos ante una expresión indignada de gran valentía, sino que sabe que le viene bien a algún que otro gobernante alemán que no puede decir lo que piensa acerca del problemón que significa para las relaciones europeas en Oriente Medio tener que estar codo con codo con EEUU apoyando ese portaviones yanqui que es el Estado artificial sionista. Por lo demás, pocas dudas caben acerca de si este flamante Gobierno español se va a poner o no al servicio de aplicar el debe y la letra pequeña de los Fondos Next Generation emitidos por el núcleo dominante de la UE para proseguir su acaparamiento imperial.
En definitiva, ¿qué problema le da este hombre, Pedro Sánchez, a Bruselas como para que Feijóo piense que va a petar las bancadas del Parlamento europeo a fin de que le sigan en su plan de desbancarlo del gobierno de Madrid?
Lo que sí es verdad es que, en función de cómo se desarrolle el calendario y la intensidad de la aplicación de las recetas para controlar la deuda y el déficit fiscal, en Europa puede llegar a preocupar las concesiones presupuestarias que haga el PSOE a todos sus coaligantes de investidura. Y ya en un contexto de competencia interbancaria a nivel europeo que podría exacerbarse con réplicas de crisis de entidades financieras, a la banca patria no solo podría venirle mal determinados impuestos (incluso descafeinados) sino que no se le sigan asegurando rescates. Pero aún no estamos ahí. De todas maneras, ese eventual problema es menor que el nulo margen del actual Feijóo para gestionar las más que seguras movilizaciones contra las medidas de ajuste que él pilotase; movilizaciones que siempre en España son más fáciles que se desaten cuando está precisamente la derecha. Una derecha que nunca ha podido desembarazarse del rechazo que provoca en buena parte del pueblo todo el clasismo rancio que rezuma.
En cualquier caso, si lo que estamos es tratando de la salud de la estabilidad del Gobierno, y si esta pudiera verse amenazada por exigencias de “agenda social de izquierda”, Sánchez es experto en presionar indirectamente a Yolanda. Tanto como esta es experta en dejarse presionar siempre que le den libertad para dar un discursito verborreico de cara a su parroquia que justifique su actual papel de aledaño de “la casa común de la izquierda”.
Por lo demás, hemos dicho que el mantenimiento controlado de la extrema derecha le vendría bien en primera instancia al Gobierno para atemperar cualquier veleidad a su izquierda, además de mantener disperso el voto en la derecha de siempre. Que Vox siga como aliado del PP impide a este alargar alianzas “por el centro”. Y tal como hemos mantenido en “Una batalla politiquera (ajena) …”, al sistema en su conjunto le conviene tener en la recámara grupos de matones que, llegado el caso, pongan orden allí donde todavía las fuerzas del orden no pueden actuar a las claras.
Pero hay más. Una extrema derecha que hable en contra de la inmigración –siempre, claro, que no se salga del tiesto– es un aliado de lujo para las clases dominantes. No porque a estas les interese un programa de limpieza de la inmigración, que no tiene ningún viso de aplicarse realmente cuando lo que se busca es utilizar la inmigración con unos fines determinados. Entre paréntesis, nos atrevemos a decir que, si la extrema derecha llegase al gobierno y quisiera poner barreras infranqueables a la inmigración, le darían hasta un golpe de Estado en las circunstancias actuales. Sin embargo, que exista un discurso de odio al inmigrante le viene de lujo al sistema capitalista para la línea estratégica que persigue en los países desarrollados, los cuales tienen un problema de reproducción de la clase obrera si solo se mantiene con nacionales; un problema, entiéndase, en los términos en que quiere esa reproducción, es decir, con rebaja de salarios reales y con flexibilización de las condiciones laborales. Súmase a esto que el sistema capitalista necesita también mantener y aumentar la división de la clase obrera. Y qué mejor que sea la propia clase obrera la que se autodivida por rechazo a los inmigrantes.
Es por ello que decimos que la línea estratégica del capital es mantener a los inmigrantes en España pero fuera de la ciudadanía española el máximo tiempo posible. E incluso cuando aquellos ya obtengan los papeles legales, el capital prefiere que todavía no sean considerados como de los suyos “por los de aquí”. Toda esa división forzada es ideal para hacer crecer el PIB pero no la renta media de quienes producen ese PIB. Es ideal para reproducir guetos de facto y mantener a la inmigración al margen de la vida política de este país. Al capital le beneficia mantener a los inmigrantes como eternos agradecidos y que nunca dejen de sentirse en peligro de expulsión o de razzia. El caso es que para implementar esa política de “inmigrantes en España, pero fuera de los españoles”, es ideal tener a un Vox haciendo mucha demagogia españolista y embarrando las conciencias.
En fin, por ahora y por razones varias como hemos visto, la inestabilidad que se deduciría de la crispación política permanente a la que contribuyen la extrema derecha y la derecha extrema parlamentarias hace paradójicamente que sea este “inestable” Gobierno el que hoy por hoy ofrezca más seguridad a la gran banca y a otros grandes del Ibex35 así como a Bruselas. Estos saben que la previsible política de ajustes que se va a aplicar lleva en germen la… inestabilidad social: la que realmente les importa que no termine por parirse.
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Entre buena parte del activismo cunde la desmoralización por la subida de votos a la derecha. En realidad tiene mucho de subida relativa, al darse también una desafección de la izquierda que va a las urnas por la falta de confianza en que las “fuerzas del cambio” cambien algo en profundidad. Hemos de entender que la gente menos politizada acuse de sus males “a la izquierda que está en el Gobierno”. Todo eso hace que la movilización más conservadora se envalentone.
En los últimos años la derecha ha utilizado con profusión demagógica la cuestión nacional, que siempre está pendiente en el Estado español. Sabemos que igualmente en Catalunya ha habido una buena dosis de utilización desviacionista de la cuestión catalana. Como también hemos venido advirtiendo acerca de otros desviacionismos (destacando el de la utilización del feminismo) para no afrontar la cuestión socio-laboral. Una cuestión, esta, que no tiene solución sin romper con la oligarquía parasitaria de grandes patronos y financieros así como con Bruselas y que se constituye en la clave o línea de demarcación para desarrollar un Referente Político de Masas con miras revolucionarias, es decir, con vistas al cuestionamiento real del poder.
En cualquier caso, debemos condenar políticamente los desviacionismos pero sin socavar nuestros principios. Y es que todos los desviacionismos tienen más de un grano de verdad. No podemos atacarlos ahogando o negando las justas causas sociales e históricas sobre las que se montan de forma oportunista los desviacionismos.
Partimos de reconocer la debilidad de la línea revolucionaria. Hemos de enfrentar una tenaza de proyección futura: por un lado, el reforzamiento de la organización ultra y, por otro, el desarme que nos supone seguir a los reformistas en sus llamamientos a que los defendamos y le sigamos en sus llamamientos al legalismo.
Si no hay una inserción de la línea revolucionaria en los marcos de lucha, en los barrios, en centros de trabajo, cuando vengan los recortes por imposición oligarca podemos encontrarnos ante:
1º) Una acusación de que los recortes los son porque hay un gobierno de izquierda. Y aún más creíble será, si no ha habido un proceso de mínima clarificación y de independencia de clase. Luego vendrían las acusaciones de que la gente es reaccionaria y bla, bla, bla,..
2º) Como resultado, las alternativas voxianas o parecidas, utilizando un españolismo demagógico, obtendrían mayor predicamento.
3º) Un incremento de las bandas ultras organizadas como fuerzas contrarrevolucionarias de choque.
4º) Y, consecuentemente, amenazas de guerra sucia contra el activismo revolucionario que le vendría bien no solo a la ultraderecha sino a mucha izquierda del arco parlamentario y legalista.
Por eso, el activismo que ha logrado “sobrevivir” a la canalización electoralista y politiquera de la década anterior ha de preservarse independiente del discurso oportunista yolandista en la lucha contra la extrema derecha. Y no sumarse a ese discurso. Hay que hacerse fuerte en la organización popular y fomentar la legítima inestabilidad social. Ni nos interesa que la toma ultra de la calle Ferraz quede sin respuesta –no por la sede que ha provocado esa toma de calle, sino por el envalentonamiento fascista que esa toma supone–, ni nos interesa que Ferraz y sus aliados de investidura nos digan por qué calle hemos de conducirnos. Aquí, tirar por el medio es el único ninismo que nos podemos permitir.
14 de diciembre de 2023
Ernesto Martín, militante de Red Roja