El 28 de noviembre de 1820 nació Friedrich Engels, en Renania. Que fuera hijo de burgués dueño de textileras, con una familia muy conservadora, probablemente les cause dolor de cabeza a aquellos que se empeñan en hacer dogma determinista, aquello mal citado de que el hombre piensa como vive.
Fue Engels quien le apuntó a Marx la condición de miseria de los obreros ingleses, en un momento en que ese país era tomado como el summum de la prosperidad capitalista. Su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra desnudaba la realidad ocultada de que hay detrás de la fachada de líderes de la civilización occidental. Todo progreso capitalista se asienta en la explotación bárbara de otros, muchos otros.
Engels recorría las cloacas de Londres en las que habitaban los que sostenían, con su trabajo, los barrios burgueses que aparecían en las portadas de los periódicos. De tales vivencias concretas, junto a Marx, buscaron dónde se escondía el engaño de la estafa capitalista. Y el resultado de esa indagatoria fue lograr objetivar la explotación, sacarla del terreno de lo subjetivo. La apropiación de la plusvalía es la medida (cuantitativa) de la explotación. Ya no se trata de si un individuo, o un grupo de individuos, cree o no ser explotado.
La explotación es una realidad objetiva, con independencia de la abundancia o falta de buena voluntad de los seres humanos. No menos importante es la creación conceptual de esos seres colectivos que vienen a representar el arquetipo objetivo de una clase social.
Es la realidad objetiva en su reproducción material, y el lugar que ocupan en ella, lo que determina cómo piensa un colectivo humano. Podemos a esos grupos llamarles clase social, o podemos obviar el nombre: la realidad es aquello que existe, aun cuando nos neguemos a reconocerla.
La acumulación de capital es un fenómeno continuo en el capitalismo, y lo mismo ocurre a escala planetaria que a escala local. Habrá comenzado con la globalización que representó el descubrimiento, para Europa, del Nuevo Mundo, pero no terminó allí, sigue ocurriendo dondequiera que se den las condiciones para ello.
Engels y Marx les dieron a los explotados una brújula. Nuestra brújula. Usémosla, ese sería el mejor homenaje al nacimiento de Engels.
(Diario Granma)