Intervención de militantes de EPS en el Encuentro de la juventud socialista del 20 de mayo 2023. Tiempo de lectura aproximado: 40 minutos. Texto disponible maquetado en PDF.
1. Introducción
Hace tan solo un año algunos hubieran pensado que era imposible aunar a cientos de jóvenes de clase trabajadora bajo una perspectiva comunista. Que, bajo argumentos infantilizadores, los jóvenes no podían entender ya propuestas complejas que rebasaran los estrechos marcos de la burda política parlamentaria y de tertulia barata de Ana Rosa. Que el socialismo era cosa del pasado. Y el marxismo una reliquia para intelectuales y no un marco para la práctica política revolucionaria y la transformación social.
Hoy cientos de jóvenes demostramos aquí sin embargo que el proyecto socialista sigue vivo, que el interés por una alternativa socialista está volviendo a crecer por mucho que no pocos hayan querido y sigan queriendo hoy enterrarlo.
Queremos iniciar esta jornada con una charla que recoge bastante bien su contenido en el título: «Avanzando en el proceso socialista: un mundo por construir». Así, en la primera parte de la charla trataremos de dar unas pinceladas sobre la coyuntura actual y sobre la necesidad de recomponer el proyecto socialista, para tratar de explicar después algunos de los elementos estratégicos fundamentales que creemos necesarios para llevar a cabo dicha tarea, en torno a la unidad de clase, la lucha cultural, las luchas salariales y el control del espacio.
2. Coyuntura
Bien, como acabamos de comentar, antes de exponer ciertos avances estratégicos creemos necesario dar una visión general de la coyuntura que estamos viviendo. Y leyendo algunas noticias durante las últimas semanas hemos podido apreciar varios titulares que creemos describen bastante bien la situación que vivimos. Por ello, en lugar de hacer un pesado recorrido por los datos que demuestran los males y los peligros de nuestra época, saltaremos por cuatro de estas noticias que creemos son lo suficientemente ilustrativas.
I. Vamos con la primera de ellas. Un titular alerta: «La inteligencia artificial dejará sin trabajo a 300 millones de personas«, haciendo referencia a un informe de la financiera Goldman Sachs que indica el impacto que podría tener en el empleo la implementación de inteligencias artificiales, uniéndose esto al clima general de incertidumbre sobre el uso de las IA que generó el manifiesto firmado hace apenas un mes por millonarios y científicos pidiendo una moratoria sobre su comercialización y uso. Así, en relación con este punto, el último diciembre se celebró en IFEMA una de las ferias más importantes del mundo sobre robótica e inteligencia artificial. Y en la descripción del evento los convocantes sacaban pecho anunciando como «las nuevas aplicaciones robóticas y tecnológicas se alejan de las fábricas y ya empiezan a dominar el día a día en los más diversos sectores como la medicina, agricultura, medio ambiente, entre otros».
Así, vemos como los sectores donde el trabajo vivo (es decir, el trabajo humano) se había resistido hasta hace poco a ser sustituido por trabajo muerto (como el de las máquinas), como principalmente el sector servicios, hoy ya solo tienen una manera de resistir: manteniendo los salarios por debajo de la inversión necesaria para comprar estas innovadoras máquinas. Pues a pesar de la novedad con la que se nos presentan estas cuestiones, hoy sabemos que estas son solo una evolución de una tendencia iniciada hace ya tiempo. Así, la crisis de la sociedad del trabajo, la cual se expresó primero en las grandes fábricas, hoy parece extenderse a cada vez más sectores: a la educación, la medicina, la logística, etc. Y con ello las filas de la población trabajadora sobrante o excedente para la producción se mantiene desde hace años en cifras insostenibles. En el caso español, a pesar de los fuegos artificiales del gobierno socialdemócrata, el paro estructural se sitúa por encima del 10% desde hace décadas.
II. Pero bien, pasemos a la segunda noticia. Su titular menciona que: «El gasto militar en Europa alcanza niveles de la guerra fría«, en referencia al aumento de hasta un 30% del gasto militar en los países europeos a partir de la guerra iniciada entre Rusia y Ucrania. En este sentido, si bien esta no es la ocasión oportuna para analizar en profundidad las tensiones y consecuencias geopolíticas que este aumento del gasto militar tendrá con exactitud, ni la respuesta que dará Rusia a medio plazo a la parte de este aumento correspondiente al envío de material militar por parte de la OTAN para Ucrania, lo que sí conocemos bien son las implicaciones que esta dinámica está teniendo ya para nosotros: los problemas de suministro energético, la inflación, el fantasma de la economía de guerra y el reforzamiento de la lógica del amigo-enemigo a escala internacional incrementando unas tensiones inter-imperialistas cada vez más evidentes. Fenómenos todos ellos que contribuyen a hacer del estado de excepción la nueva normalidad.
III. La tercera noticia comienza afirmando expresamente que: «el hielo de Groenlandia alcanza la temperatura más cálida en mil años» y sigue afirmando que las temperaturas han aumentado continuamente desde el siglo XIX. El deshielo de Groenlandia refuerza así la tendencia al calentamiento global y el cambio climático, ya que estos grandes bloques reflejan la radiación solar y sirven para equilibrar la temperatura de las corrientes marinas. Y recordemos que el siglo XIX es el siglo en que se desarrolla el capitalismo industrial y los combustibles fósiles comienzan a ser utilizados para sustituir formas de energía tradicionales como la energía animada, de seres humanos y animales, o la energía en flujo, de viento y ríos. Ambos aspectos se refieren por tanto a la profunda crisis ecológica que nuestras sociedades atraviesan, otra de las grandes y determinantes cuestiones de nuestro siglo en la que sin duda tendremos que profundizar en otra ocasión.
IV. Y por acabar con este pequeño repaso de coyuntura, la última noticia afirma que: «El índice de desarrollo humano retrocede a los niveles de 2016«. Pues vemos que desde la pandemia este famoso índice del que las potencias burguesas siempre sacan tanto pecho al hablar del sistema capitalista ha descendido en más del 90% de los países. Así, el laureado Progreso en el que los que los regímenes burgueses basaron siempre su propaganda ha pasado de dejar ruinas a su paso a convertirse en simple y llano Retroceso. De esta forma, en lugar de revolucionarios frenando o acelerando el tren de la historia, parece que ese tren está hoy descarrilando por completo sin perspectiva de intervención de ningún proyecto emancipador que lo encauce.
Pues bien, estas cuatro noticias nos ofrecen un esquema general de algunas de las principales características de nuestro presente: 1. el desarrollo de tecnologías que son capaces de sustituir casi cualquier trabajo humano y que, bajo las relaciones de producción capitalistas, condenan a amplios sectores del proletariado a un mayor desempleo y una marginalidad de larga duración o casi-permanentes, aumentando cada vez más la población superflua para la producción; 2. la agudización de los conflictos inter-imperialistas ante el ocaso del imperio estadounidense y la emergencia de nuevos aspirantes a ocupar la hegemonía global, apuntando con ellos hacia un nueva guerra mundial; 3. la crisis ecológica generada por el capitalismo fósil, que amenaza con acabar con las sociedades tal y como las conocemos y enviarnosal sueño húmedo de algún anarcoprimitivista o seguidor de Mad Max; 4. y, por último, no solamente un aumento de la explotación directa del proletariado en el ámbito laboral, sino un hundimiento del nivel de vida de amplios sectores de la población trabajadora a nivel internacional. Y con ello, la seguridad jurídica, la ilusión democrática y la promesa social son cada vez más recuerdos de algún pasado lejano.
Claro está, para el político profesional, el analista de tertulia o el activista todos estos fenómenos a menudo son entendidos y abordados de manera parcial y aislada. La ausencia de una perspectiva que enmarque los distintos fenómenos y problemas que se nos aparecen aisladamente como partes de una totalidad dinámica y permeable, lleva a que la mayoría de las veces todos ellos entiendan que cada problema particular puede resolverse por su propia cuenta encontrando su propia solución. Así, ante la cuarta revolución industrial pondremos un impuesto a las máquinas; ante la guerra inter-imperialista nos resguardaremos en el bando “menos malo”; ante la crisis ecológica impulsaremos la transición energética y la descarbonización; y ante el hundimiento generalizado del nivel de vida volveremos a los gloriosos años del Estado del Bienestar. Como vemos, son siempre los efectos de nuestra miseria y no sus causas lo que estos políticos profesionales, tertulianos y activistas tratan así de abordar.
Sin embargo, para los comunistas todos estos fenómenos deben ser entendidos desde el punto de vista de la totalidad, comprendiendo sus vínculos internos y formas de relacionarse y desplegarse entre sí dentro del modo que adquiere la forma de reproducción social capitalista. En nuestros casos, por ejemplo: que la competencia entre capitales que conlleva la reproducción ampliada del capital es inseparable de la sustitución de trabajadores por máquinas; que la competencia entre Estados en el mercado mundial que el capitalismo instituye es indisociable de los conflictos inter-imperialistas; y que la crisis ecológica o el progresivo empobrecimiento generalizado de nuestra clase son incomprensibles al margen de la dinámica de acumulación capitalista y su actual crisis.
No obstante, pese a este poco positivo punto de partida, a nuestro juicio esta situación de profunda crisis hace que muchos de los consensos que hasta ahora han permitido la continuidad del capitalismo bajo una relativa paz social en los países del centro imperialista puedan comenzar hoy a volver a ser cuestionados de forma amplia. Pues en lugar de las reformas pacíficas y todo-poderesoas en las que los políticos profesionales han querido hacernos creer que consistía la política (mejor dicho, su política), hoy lo que realmente vemos en juego son medidas bien distintas a las que hasta ahora nos han hecho creer como único marco posible de juego. Así, frente a la ilusión democratista y diplomacista en las relaciones internacionales, hoy vemos en primera persona y bien cerca una guerra de rapiña entre potencias imperialistas apuntando a una nueva guerra mundial. Frente a su mundo del progreso y la estabilidad, sentimos ya claramente las reducciones del salario directo e indirecto a marchas forzadas y la proletarización de las clases medias. Y frente a sus estados sociales y de bienestar, vemos también que cuando estas demandas sociales no pueden ser satisfechas por medio de la reforma, lo que le queda a sus Estados es el giro autoritario, que recorta, cuando no anula, derechos civiles y políticos.
En suma, un marco político bien distinto al idílico mundo de las clases medias y su paz social que hasta ahora nos habían vendido. Y una ilusión que, por tanto, empieza a deshacerse.
3. Derrota histórica del comunismo
A pesar de esto, por desgracia, frente a esta situación los proyectos revolucionarios brillan bien por su ausencia o bien por su impotencia. Así, parece que el anuncio de un futuro catastrófico no ha conseguido activar una posible acción revolucionaria de respuesta.
Y es que uno de los elementos que caracterizan a nuestra época, el cual, no obstante, nunca encontraremos remarcado en los análisis de los intelectuales progresistas de turno pese a su total trascendencia, es la derrota histórica del comunismo como alternativa política integral al desastre capitalista. Y en todo caso este colapso de la alternativa socialista es planteado únicamente o bien desde la comprensión del capitalismo como el mejor de los mundos posibles, o bien desde la abstracta creencia en la imposibilidad del proyecto comunista y, por tanto, del reformismo como única opción.
Comprender el porqué de la derrota del comunismo, no para enterrarlo, sino como parte de un proceso histórico abierto, es una tarea que escapa a nuestras capacidades y a los objetivos de esta charla. Cada tendencia y cada experiencia merecería una atención especial. Sin ninguna duda las penas y las glorias, los aciertos y los errores, las potencias y los límites de todos estos proyectos, a menudo enfrentados, componen en conjunto nuestra historia y no podemos darles la espalda.
Sin embargo, tampoco debemos, como hacen algunas sectas que pueblan el movimiento comunista y, por cierto, también el movimiento anarquista, quedarnos contemplando y discutiendo nuestra historia. ¿Por qué?
- En primer lugar, porque, aunque podamos (y de hecho debamos) aprender de nuestro pasado, por ejemplo, acerca de la construcción económica del socialismo, no descubriremos la línea revolucionaria definitiva para nuestro momento oculta en algún documento clave sobre la revolución social del 36, la comuna de Shangai o los años del plomo. No podemos simplemente recuperar el verdadero marxismo, sepultado bajo el socialismo real. Y esto se debe fundamentalmente a que habitamos un mundo distinto al que conocieron los hombres y mujeres protagonistas de esos procesos revolucionarios (de los que no obstante nos sentimos herederos).
- En segundo lugar, porque las corrientes socialistas que llevaron adelante sus proyectos durante el pasado siglo ya mostraron sus propios límites e imposibilidades (de los que debemos aprender).
- Y, en tercer y último lugar, porque el proceso revolucionario no es la aplicación de una Idea, ni la obediencia a unas leyes externas. No somos utópicos ni tampoco creemos en la posibilidad de que un grupo de intelectuales iluminen desde sus cuartos el futuro de la humanidad.
En todo caso, para nosotras el núcleo de la derrota histórica del comunismo se sitúa en los profundos cambios que agitaron el capitalismo mundial a finales del siglo XX. La tercera revolución industrial, resultante de la crisis del modelo keynesiano-fordista durante los años setenta, tuvo un efecto doble. Por un lado, agravó la crisis de los países del socialismo real, cuyas oxidadas clases dirigentes fueron incapaces de adaptarse y realizar los cambios necesarios para sobrevivir en el nuevo escenario global. Por otro lado, se produjo una sustitución masiva del trabajo vivo por trabajo muerto (es decir, de trabajo humano por tecnologías y máquinas), con una deslocalización de la producción industrial de países del centro imperialista a países de la periferia con una fuerza de trabajo más barata y disciplinada.
Así, el referente del socialismo a nivel internacional se hundió mientras el proletariado fabril-industrial, la clase que encarnaba el proyecto comunista, se desintegraba en un proletariado dedicado a trabajos precarios del sector servicios o era condenado al desempleo estructural. Por tanto, la crisis del movimiento obrero y del movimiento comunista fueron dos caras del mismo proceso: sin referente socialista y sin proletariado fabril los movimientos sociales se desgajaron en distintas tendencias fragmentarias con demandas inconexas y sin un proyecto político articulado.
Partiendo de esta trágica derrota, nosotras reivindicamos por ello la necesidad (y posibilidad) histórica de la recomposición política del socialismo. Entendiendo por recomposición la actualización de la estrategia socialista mediante la construcción de un movimiento fundado en la unidad de clase y la independencia política del proletariado. Una actualización que tiene distintos aspectos, que trataremos de desarrollar en adelante, indisociables entre sí a la hora de avanzar en este proceso, entre los que destacamos en primer lugar:
- La crítica de la economía política como uno de sus primeros aspectos, la cual nos sirve para reconocer las contradicciones que atraviesan el capitalismo y posibilitan su superación en una dirección emancipatoria. En este sentido, el proceso socialista es la realización consciente de esas potencialidades encarnadas en el proletariado y en el capital, en la relación de clase que el capitalismo instituye.
- El análisis de coyuntura como segundo aspecto destacado, el cual nos permite actualizar esas potencialidades revolucionarias en un lugar y tiempo concretos.
- Y el tercer y último aspecto hace referencia a nuestro despliegue organizativo y a la práctica política que le acompaña, la cual permite desarrollar y hacer efectiva nuestra estrategia.
Es decir, en nuestro día a día nos planteamos diferentes preguntas del tipo: ¿Cómo afecta a nuestra práctica sindical la crítica al sindicalismo? ¿Qué distingue a un movimiento estudiantil socialista del resto del movimiento estudiantil? ¿Cómo se consigue generalizar el comunismo entre la juventud trabajadora?
Todas estas son preguntas sobre cursos de acción posibles que no podemos responder sin atender a la CEP y el análisis de coyuntura, pero tampoco sin nuestra práctica política cotidiana, a sus potencias y a sus límites, las cuales nos permiten sacar distintas lecciones a medida que nuestra intervención avanza. Pues estos tres elementos no mantienen una relación exterior entre sí, sino que todos ellos son momentos indisociables de la organización de la praxis revolucionaria.
Y es que la recomposición teórica del socialismo (también llamada ideológica) no puede llevarse a cabo si no de manera simultánea a su recomposición organizativa y práctica, es decir, a la recomposición del poder social del proletariado en una progresiva acumulación de fuerzas. De esta manera, podemos afirmar la unidad no sólo entre teoría y práctica, sino también entre medios y fines, entre lo que pensamos y lo que hacemos, entre táctica y estrategia. Y por ello los medios de lucha, de contrapoder y de control proletario que adoptamos son así formas germinales del poder socialista.
4. Proceso socialista
Bien, ahora, partiendo del grado desarrollo organizativo y del punto al que nuestros debates han avanzado hasta el momento, queremos realizar una serie de aportes sobre cuales creemos que deben ser los pasos que debemos dar en la construcción de un nuevo proceso socialista, entendiendo este como un constante proceso de neutralización del poder del capital mediante la asociación consciente de la clase trabajadora. Entendiendo que es necesario atacar al capital en todas sus facetas, y dejando de lado la visión etapista de la revolución que durante tanto tiempo ha estado presente en ciertas estrategias.
En este sentido, nuestra hipótesis estratégica y comprensión del socialismo como proceso apuesta por la progresiva construcción política del socialismo, generando un poder que sea capaz de controlar cada vez más aspectos de la vida social y disputar el poder político de la burguesía a cada vez mayor escala.
Pero este poder sólo puede ser un poder propio e independiente. Y esto significa que el proceso socialista equivale e implica necesariamente una ruptura política a todos los niveles con el ala izquierdista de la socialdemocracia y todos los demás sujetos, por muy radicales que estos se presenten, del Partido de la Reforma, es decir, del Partido del Orden (partido en el sentido histórico de bloque de clase, no de tendencia institucional concreta), cuya función consiste en reformar el sistema de acuerdo a las necesidades históricas del capital, adoptando una forma u otra en función de sus necesidades de reproducción (de ahí que este Partido esté compuesto por muy diversos representantes, de distintas «sensibilidades», los cuales se presentan con caras y colores muy diversos, aunque en el fondo todos ellos compartan un mismo objetivo, presentado de diversas formas).
La ruptura política con el Partido de la Reforma implica, por tanto, la ruptura con sus marcos de acción e intervención política, los cuales radican sobre todo en las instituciones del Estado burgués, entendiendo este de manera amplia (es decir, más allá de sus meras instituciones parlamentarias, sino también de otros mecanismos de intervención como el que pueden representar las mesas de negociación de los grandes sindicatos con la patronal, la dinámica demandista de ciertos espacios sociales y activistas, etc.). Esta ruptura política, que la ruptura social producida por la crisis capitalista actual posibilita hoy de forma más acusada que en los últimas décadas (con una gran pérdida de fidelidad, sobre todo entre los sectores jóvenes, a los clásicos mecanismos de participación política de los partidos profesionales y los sindicatos, pero también respecto a ciertas garantías y mecanismos de integración del Estado), es así uno de los elementos estratégicos fundamentales para la construcción de un nuevo proceso socialista.
Así, nuestra tarea pasa entonces desde el principio por la construcción de instituciones propias que desarrollen un poder comunista efectivo, el cual de manera progresiva pueda ir construyendo una nueva forma de organización social. Antes de nada, para que se comprenda a qué hacemos referencia con este concepto, con instituciones hacemos referencia a diferentes medios y herramientas políticas que se van desarrollando para hacer frente a distintas cuestiones y que tratan de someter a control propio cada vez más esferas sociales. Así, en un primer momento de desarrollo estas pueden ser por ejemplo una gran organización juvenil que hegemonice el comunismo entre la juventud trabajadora, grandes sindicatos de vivienda que empiecen a controlar bloques de edificios en masa o un gran medio de comunicación a escala internacional que pueda llevar la disputa informativa a una dimensión cada vez mayor.
De esta forma, nosotras entendemos que estas instituciones propias, que tienen que hacer efectiva nuestra independencia política en un sentido amplio (teórico y práctico, cultural y organizativo), son el elemento central de la renovada estrategia socialista que estamos sometiendo a debate. Pues creemos que son estas las que nos van a permitir desarrollar progresivamente las potencialidades de una nueva propuesta alternativa de sociedad, donde exista un control racional y consciente de la producción y reproducción social y donde no se permita ninguna forma de opresión. Instituciones que implican así un acceso libre a las mismas en función de las necesidades de vida y de asociación del proletariado, sin las limitaciones creadas por las diferencias de clase y las lógicas del capital.
Sabemos que estos planteamientos a nivel generalizado sólo son posibles de forma acabada con el socialismo, pero nuestra concepción del mismo como proceso nos obliga a tomarlos como tarea inmediata, de tal forma que la construcción de dichas instituciones no puede postergarse a un momento posterior de ofensiva, sino que debe desarrollarse en cuanto se tengan las capacidades para ello (pues, de hecho, son estas, y no el «control» de las instituciones burguesas, el falso control con el que algunos comunistas tanto sueñan, las únicas que nos pueden permitir abrir un proceso de acumulación de fuerzas y avanzar hacia una nueva fase de ofensiva).
Este despliegue de instituciones supone por tanto un cambio cualitativo progresivo según va avanzando el proceso, pues con él se avanza hacia el objetivo de poner bajo control consciente, colectivo y democrático todos los medios para la producción y reproducción social (sanidad, educación, vivienda, alimentación…) y no solo controlar, sino desplegar una nueva forma social a través de todos ellos. Instituciones que, por tanto, deben estar vinculadas por una estrategia unitaria, a la cual brindan aportes tácticos diferenciados en función de su lugar de intervención.
Ahora bien, una pregunta importante que hay que responder sobre todo esto es: ¿quién es el sujeto llamado a protagonizar este proceso? ¿Un pequeño grupo de intelectuales y revolucionarios profesionales? ¿El obrero fabril de mono azul de las fábricas? ¿Los «sujetos oprimidos», así en abstracto?
5. Clase, subjetividades y articulación de luchas
Pues bien, para nosotras el sujeto llamado a construir este nuevo proceso socialista es la clase trabajadora en su conjunto, esto es, el proletariado constituido como sujeto político. Pero la concepción de proletariado a la que nosotras nos referimos no hace ya referencia a la figura típica del proletariado fabril-industrial con el que el movimiento obrero clásico tanto se identificó, sino que este hace hoy sobre todo referencia, al menos en los estados del centro imperialista, a un proletariado ligado en su mayor parte al sector servicios, pero aún más al desempleo o el empleo temporal, precario e inestable.
Es decir, estamos ante un proletariado mucho menos ligado al mundo del trabajo que el anterior, en un momento en el que el salario directo a través del puesto de trabajo está perdiendo fuerza como mediador de la reproducción social, de tal forma que este proletariado se representa hoy mejor como el conjunto de los desposeídos, los sectores que no tienen acceso a la propiedad de manera estable, ni al control sobre el espacio y las condiciones de reproducción de su vida, los que dependen de la venta de su fuerza de trabajo para reproducir su vida, directa o indirectamente, pero también del Estado y su salario indirecto vía servicios públicos cuando dicha venta no puede ya efectuarse, tendencia que se extiende cada vez a más capas (como vimos al inicio).
Consideramos que el proletariado tiene un lugar central en la lucha contra el capitalismo por su posición en los distintos antagonismos de clase que la componen. Esto sí, entendiendo en todo momento que no se trata de reforzar esta identidad de clase, sino de superarla. Pues la superación de la relación de clase capitalista, la relación capital-trabajo, no puede basarse en la afirmación y victoria de uno de sus polos (en este caso el del trabajo, el cual no es nada sin el otro). La afirmación de la clase obrera en tanto clase obrera típica del obrerismo y el marxismo vulgar es incapaz de superar dicha relación de clase, reforzándola con su estrategia por uno de sus lados, cuando de lo que se trata es de captar el potencial que dicho polo incorpora para superar la relación en su totalidad.
En todo caso, conviene aclarar que en nuestra perspectiva la asunción del potencial del proletariado no implica una homogeneización de subjetividades en su seno o la reducción de todas las luchas a la lucha económica/laboral. Ni tampoco una simplificación de la complejidad que caracteriza a nuestras sociedades en lo que respecta a su composición de clase. Frente a las infantilizaciones de algunos iluminados, somos conscientes de que no vivimos en el siglo XIX y nuestras estructuras de clase son complejas. Muy al contrario, entendemos el proletariado como un sujeto amplio y diverso, que se concreta en diversidad de expresiones (de sexo-género, étnicas, nacionales, religiosas, etc.), suponiendo muchas de ellas desigualdades y opresiones dentro de nuestra clase que contribuyen a la reproducción capitalista y dificultan su unidad política.
De esta forma, nosotras somos conscientes de la tremenda fragmentación social en la que se encuentra hoy el proletariado, lo que implica que su constitución política como clase requiera de un proceso de recomposición y construcción de su unidad. Proceso al que, como decíamos, nosotros damos el nombre de proceso socialista.
Y es que partiendo de que el proletariado no existe hoy como sujeto político constituido, nosotras somos conscientes de la serie de dificultades que nuestro escenario incorpora:
- En primer lugar, porque sabemos que las desigualdades internas a la clase (de género, étnicas, nacionales…) dejan en peores condiciones para la organización a determinados sectores. Sin tiempo, sin ninguna protección ante abusos policiales (como ocurre especialmente con el proletariado migrante) o sin apenas recursos con los que subsistir, hacer política se vuelve una tarea muy compleja.
- En segundo lugar, porque formas de opresión y violencia reproducidas también intraclase como el machismo, el racismo, la transfobia o el nacionalismo refuerzan estas jerarquías y favorecen la competencia y el conflicto entre proletarias, reforzando el poder del capital.
- Y, por último, porque la competencia y el conflicto entre estos sectores bloquean la asociación de las proletarias y la posibilidad de su organización política independiente, único medio real para la superación definitivas de todas sus formas de sometimiento.
En este contexto, en las últimas décadas el proletariado se ha organizado en su mayor parte fuera del ámbito del trabajopara dar respuesta a diversos problemas que sufre. Así hemos podido ver que durante los últimos años las grandes movilizaciones en el Estado español han sido fundamentalmente ciudadanistas, nacional-populares e interclasistas. Estas luchas han conseguido movilizar a amplios sectores de la clase trabajadora, pero a menudo no han conseguido mantener una actividad continuada en el tiempo. Y entre otras muchas razones, esto se debe a que la fragmentación, el sectoralismo y la ausencia de una estrategia a largo plazo dificultan la generación de instituciones con recorrido para estos sectores de clase. Además, su carácter interclasista vincula sus demandas al programa de las clases medias haciendo que todo su horizonte político quede reducido en dirección al Estado y la reforma, lo que reduce su agencia política al máximo y las presenta como meros agentes pasivos demandistas.
Pero frente a esta fragmentación del proletariado hay quienes hoy reivindican nostálgicamente al viejo movimiento obrero. Esta opción, que denominamos obrerista, y que hoy en nuestro contexto apunta a convertirse en una de las grandes fuerzas de choque de la reacción aupadas por la burguesía, debe ser totalmente rechazada (y decimos más, confrontada) por muchos motivos, entre los que cabe mencionar:
- Por un lado, porque el viejo movimiento obrero, a pesar de su poder en un determinado momento, relegó a un segundo plano a sectores del proletariado y muchas de sus problemáticas particulares al estar hegemonizado por la figura del obrero industrial organizado, lo que además de impedir su articulación completa, desatendía formas de opresión al interior del capitalismo que afectan aún hoy a nuestra clase de manera brutal.
- En segundo lugar, porque esta nostalgia tiene un componente desfasado y reaccionario, ya que esa figura del obrero fabril apenas existe ya en los países desarrollados del centro imperialista y su recuerdo suele venir acompañado de un deseo de orden y ley perdidos por alguna forma de «perversión posmoderna», respecto a la que no se entiende completamente nada y respecto a la que este sólo reacciona de forma repugnante.
- Y, en tercer lugar, porque entendemos que una posición comunista tiene que pasar por buscar superar la sociedad burguesa, y, por tanto, por la negación de la existencia del proletariado como fuerza de trabajo y del trabajo en sí como mediador social capitalista, es decir, en negar como decíamos antes la relación de clase al completo y no afirmar uno de sus polos.
Nuestra propuesta, por tanto, no es tomar los movimientos sociales tal cual se dan hoy en día respecto a estas diversas expresiones de clase, ni reivindicar la imagen de un movimiento obrero hoy inexistente. Nuestra propuesta consiste, en cambio, en incorporar las diferencias y las múltiples experiencias de lucha que conforman hoy al proletariado para desarrollar un proceso y un sujeto político unitario, capaz de construir en conjunto una estrategia socialista capaz de desplegarse en todos estos ámbitos y subjetividades. Para ello debemos integrar esas particularidades en un programa general, poniendo sobre la mesa que en el capitalismo las diferentes opresiones tienen causas comunes: el modo de producción capitalista y la relación de clase que esta instituye.
Y esta concepción de la clase y de la recomposición de su unidad política está entonces en estrecha relación con nuestra concepción de la lucha de clases. Pues alejada de las míticas imágenes que identifican esta meramente con los momentos de las grandes insurrecciones y las tomas de los palacios presidenciales, nosotras entendemos la lucha de clases como el modo general de existencia del capitalismo (de su proceso de acumulación y reproducción) que atraviesa todos las esferas de nuestra realidad social.
Es decir, entendemos la lucha de clases como un proceso formado por luchas de muy diverso tipo diferenciadas también de la mera lucha laboral, que a veces tiende a identificarse como única forma de la lucha de clases. Esto es así porque el propio proceso de reproducción del orden social capitalista, en el que intervienen como fuerzas antagónicas capital y trabajo, es un proceso dinámico que modifica constantemente las condiciones de existencia social de dicho orden.
Y tal proceso modifica entonces al mismo tiempo las condiciones de vida de la clase trabajadora, que interviene en él vendiendo su fuerza de trabajo. Así la clase trabajadora experimenta cambios en sus condiciones de existencia, pero también la posibilidad de resistir e insubordinarse a cada modificación que el capital pretende imponer sobre sus vidas. De esta forma vemos como ante los distintos problemas políticos concretos que la clase trabajadora pone sobre la mesa de manera más o menos espontánea (por ejemplo, de vivienda, sexo-género, salud mental, migratorio, acceso a recursos de primera necesidad, etc.) se generan diferentes procesos de lucha que deben tenerse en cuenta. Pues estas luchas son para nosotras como luchas de clase, ya que su contradicción central y fundamental reside en el conflicto capital-trabajo que articula toda nuestra realidad social.
Estas experiencias son las que precisamente constituyen a la clase más allá de su existencia objetiva bajo la relación social capitalista. Y por tanto vemos como estos procesos de lucha que surgen de manera espontánea, frente a su instrumentalización como base social de la socialdemocracia o la desatención y simplificación de su contenido por parte de ciertas propuestas reaccionarias como la del obrerismo, deben en nuestra opinión pasar a cumplir hoy una función táctica acorde con la estrategia tendente a recomponer ese poder socialista que realmente las haga efectivas.
¿Cómo realizamos esta tarea? Pues bien, aquí está la clave de todo, ¿no? Esta es sin duda la gran tarea colectiva a la que debemos responder para hacer frente al reto histórico que tenemos por delante.
A nuestro juicio, y al nivel de reflexión al que hemos llegado hasta ahora (que sin duda irá desarrollándose a medida que el proceso avance y cada vez seamos más las que debatamos y pensemos políticamente esta cuestión), para realizar esta tarea debemos integrar las distintas problemáticas que sufrimos en la organización política del proletariado. Es decir, que esas luchas de clase que surgen de manera espontánea, frente a la desatención o la simplificación de su contenido por parte de ciertas propuestas, deben en nuestra opinión pasar a cumplir hoy una función táctica que permitan al fin su conversión en elementos dinámicos de un nuevo poder social efectivo. Esta integración no supone ni mucho menos como ya hemos dicho tomar los movimientos sociales tal cual se dan hoy en día respecto a estas diversas expresiones de clase. Si no que supone generar progresivamente los medios para que cada vez más sectores de la clase puedan convertirse en militantes comunistas.
Y por ello en la actualidad, nosotras creemos fundamental crear distintas organizaciones que apelen a las distintas problemáticas que vive el proletariado. Estas organizaciones deben contribuir a articular nuestros objetivos generales para avanzar hacia ellos.
Un ejemplo de esto sería la organización en el ámbito juvenil, que, dado que es desde el ámbito que se ha organizado esta jornada creemos que es necesario poner sobre la mesa. No únicamente por esto, sino porque nosotras realmente creemos que la organización juvenil socialista juega un papel fundamental en el proceso de ruptura política y construcción de un proceso socialista actualizado, yendo más allá de la concepción de organización juvenil que ha predominado en las organizaciones de nuestro entorno como mera pata radical de la «organización» o el pseudopartido.
Para nosotras la necesidad de organizar a la juventud proletaria desde el movimiento socialista tiene diversos motivos de fondo:
- En primer lugar, y la razón central, porque entendemos que la juventud es un sector del proletariado con unas características y problemáticas concretas, condenado a unas condiciones laborales y de vida devaluadas y al que se niegan grandes derechos políticos. Pero, a su vez, porque es un sector del proletariado con grandes potencialidades en nuestro momento para generar una organización revolucionaria, pues vemos como ante la situación de crisis y represión sus condiciones apuntan a cambiar de manera mucho más profunda que el de otros sectores de clase y también porque dentro de esta tendencia está empezando a generar una progresiva desconfianza hacia el estado burgués y rompiendo la fidelidad respecto a sus estructuras políticas clásicas (partidos profesionales, sindicatos, etc.), lo que puede reforzar el marco de posibilidad para la política comunista. En este sentido entendemos que está habiendo, y que se irá profundizando, una ruptura política generacional de una juventud proletaria que no tiene ya cabida en el orden social capitalista, ni en el Partido de la Reforma del que la socialdemocracia radical forma parte principal.
- En segundo lugar, porque la intervención en la juventud proletaria es clave por su capacidad para asimilar una nueva cultura militante comunista que no esté tan imbuida de los vicios pasados.
- Y, en tercer y último lugar, porque la ampliación hacia sectores juveniles permite la continuidad generacional del movimiento y la posibilidad de la evolución a largo plazo.
Pero igual que hemos mencionado a la juventud trabajadora, podríamos hablar del proletariado migrante, el cual ha de jugar un lugar central en nuestro proceso organizativo a gran escala, y junto al que también habrá que pensar formas de intervención adaptadas y particulares que permitan su progresiva incorporación como parte esencial de la organización comunista.
Pues bien, una vez mencionadas algunas de las líneas generales de nuestra perspectiva respecto a la construcción de un nuevo proceso socialista, que sin duda se irán desarrollando y ampliando con el paso del tiempo, queremos detenernos en algunos de los elementos estratégicos que creemos más importantes en nuestro momento. Estos elementos no son estáticos, sino que tratan de estar planteados de la forma más adaptada posible a la fase de lucha de clases en que nos encontramos, caracterizada como comentábamos por un momento de repliegue y recomposición, de tal forma que los mismos irán evolucionando en su contenido a medida que avancemos en nuestro proceso y las correlaciones de fuerza vayan cambiando. Y estos elementos son: la lucha cultural, las luchas salariales/el modelo de autodefensa socialista y el control del espacio. Todos ellos están totalmente relacionados entre sí y sólo pueden separarse desde una perspectiva analítica y explicativa que permita entenderlos de manera más precisa, pero en nuestra práctica política todos ellos son indisociables entre sí.
6. Lucha cultural
Las diferentes derrotas del comunismo durante el siglo pasado de las que antes hablamos, unidas a la práctica deficiente que los diferentes actores izquierdistas de las últimas décadas han llevado a cabo, nos colocan como dijimos ante una derrota política, social, y también ideológica. Vivimos un momento de absoluto descrédito del socialismo. Así, el proyecto comunista no es planteado, no ya como certeza, sino siquiera como posibilidad para amplias capas de la población. Y el sentido común revolucionario, aquel que pudo movilizar a grandes sectores del proletariado a organizarse en favor de la transformación social durante el siglo pasado, ha ido siendo extirpado, eliminándose la posibilidad de organizarnos más allá de los estrechos límites de la política burguesa.
Esta es una circunstancia que, pese a parecer obvia, condiciona al completo nuestra práctica y nuestras tareas como militantes comunistas. Y que nos obliga, más que nunca, a plantearnos las preguntas adecuadas para llegar a las respuestas necesarias: ¿Cómo podemos hacer que el socialismo comience a ser para cada vez para más sectores de nuestra clase una opción posible, para convertirse después de una opción deseable? ¿Cómo podemos combatir la situación de despolitización de amplias capas sociales que encontramos hoy? ¿Cómo podemos generar un sentido común comunista? O, en una sola pregunta, ¿cómo podemos desarrollar una lucha cultural que haga de nuevo hegemónica la necesidad del comunismo entre la clase trabajadora?
Pues bien, partiendo de estas preguntas nosotras entendemos que la fase en la que nos encontramos es, necesariamente, un momento de lucha cultural, cuyo objetivo principal es superar la fragmentación política del proletariado y generalizar progresivamente una nueva cultura socialista. Un momento de recomposición política que debe conseguir la adhesión al programa comunista de cada vez más sectores del proletariado. Adhesión que toma la forma de unificación respecto al programa de máximos y los principios del proyecto histórico del proletariado revolucionario. De tal forma que ruptura y unificación políticas son por tanto para nosotras dos elementos necesarios e indisociables entre sí dentro del proceso de recomposición de la independencia política de nuestra clase.
Pero frente a las interpretaciones del populismo y el marxismo vulgar esta lucha cultural es un proceso eminentemente práctico, no meramente ideológico o teórico. Así, no debemos entender la lucha cultural como una mera lucha discursiva o como hacer únicamente propaganda. Para nosotras, como hemos comentado ya en otras ocasiones, la lucha cultural es una lucha política integral, es decir, una lucha por el poder político. De hecho, nosotras entendemos que no existe separación entre la lucha cultural y el desarrollo organizativo que corresponde a su avance, operando desde el primer momento de carácter defensivo y recomposición como una unidad (como la que constituye para nosotras precisamente la forma y momento de Movimiento Socialista).
En este sentido, para nosotras la difusión del programa comunista y su hegemonización entre cada vez más sectores de clase está íntimamente ligada a la efectividad y la superioridad organizativa que los comunistas demostremos en nuestros procesos de lucha y avances tácticos. Por esto entendemos que hay una falta de honestidad política cuando, atacando al Movimiento Socialista, se dice (sobre todo desde posiciones obreristas) que la «influencia en el proletariado no se consigue mediante una lucha cultural, sino mediante la presencia de proletarios militantes en las luchas». Ya que, para nosotras, precisamente, la lucha cultural se da con esa presencia de militantes comunistas en las luchas, es decir, se da en la articulación política de dichas luchas salariales; pero también se da en la organización de diferentes subjetividades del proletariado o en la lucha por los derechos civiles y libertades políticas.
Es decir, cuando nosotras hablamos de lucha cultural hablamos de procesos organizativos y de lucha. Por ejemplo, de conseguir mejoras inmediatas mediante luchas que sirvan para aumentar la proporción del control del proletariado revolucionario en ámbitos sociales concretos; demostrando de esta manera al conjunto de la clase que la organización comunista puede solucionar parte de nuestros problemas. Algo que ahora mismo quizás sólo se puede dar en luchas de carácter más humildes, como por ejemplo frenar una multa o conseguir una readmisión laboral, pero que a largo plazo pueden plasmarse en la capacidad de parar una ley como la que se está desarrollando contra la ocupación o de garantizar la seguridad de todas las mujeres que sufran violencia machista a un cierto nivel territorial.
Por otro lado, esta lucha cultural debe también ser capaz de ofrecer permanente doctrina de coyuntura efectiva y acertada sobre los distintos fenómenos sociales y problemas que a nuestra clase le van golpeando, aterrizando (y haciendo real) el programa comunista en estas cuestiones concretas. Con posiciones políticas claramente diferenciadas de todos los partidos profesionales (es decir, de todo el partido de la burguesía en sus distintas representaciones de izquierda a derecha, integrantes todos del mismo bloque).
Punto para el cual es necesario dotarnos de grandes medios de intervención cultural de masas a nivel informativo, organizativo, artístico, deportivo y de socialización, que permitan generar un nuevo sentido común y marco de la comprensión de la vida netamente diferenciado del marco impuesto por los aparatos ideológicos del estado burgués. Y punto que implica también dar una gran importancia a la labor formativa, al trabajo de estudio científico de nuestra realidad social desde muy distintos planos y ámbitos, fomentando una lucha ideológica sin cuartel contra las formas de pensamiento burguesas y la expresión de sus voceros y representantes.
Estos son de forma muy resumida, y aun teniendo mucho que desarrollar, algunos de los elementos centrales de la lucha cultural en nuestra visión. Una lucha que, como decimos, es una lucha política integral que sólo puede hacerse efectiva en la práctica y el despliegue organizativo. Y justo por ello, para poner en marcha todo este proceso de lucha es necesario un agente que lo lleve a cabo. Pues bien, para nosotras este agente es precisamente el Movimiento Socialista, forma que adquiere la organización comunista en un momento de repliegue, un momento defensivo y de recomposición como en el que nos encontramos, el cual debe llevar a cabo las tareas que impone la fase actual de la lucha de clases para poder avanzar progresivamente a otras formas organizativas más avanzadas. Por ello, es necesario poner sobre la mesa la necesidad de creación de un Movimiento Socialista, que no está dado y que hay que construir, para poder desarrollar esta fase de lucha cultural y avanzar hacia una posible nueva fase de ofensiva. Y teniendo claro que, con las capacidades que tenemos ahora mismo, el proceso de demostración efectiva que podemos hacer respecto a la clase en su conjunto es aún limitado.
Así, es esta la tarea que debemos realizar e intensificar mediante diferentes líneas de trabajo que hemos comentado y otras que vamos a poner encima de la mesa en lo que resta de ponencia.
7. Luchas salariales y modelo de autodefensa socialista
Bien, hemos hablado de la necesidad de la lucha cultural, de la articulación de diferentes sectores del proletariado bajo un programa unitario y de la superación de la fragmentación política. Ahora vamos a abordar la cuestión de las luchas en torno al salario y la autodefensa socialista, que son centrales para impulsar este proceso y todos esos objetivos.
Como hemos comentado al principio, y como hemos ido trabajando a lo largo de la campaña que hemos desarrollado durante estos meses, la situación de crisis capitalista se expresa como un ofensiva política y económica contra las condiciones y formas de vida del proletariado en prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida.
En el ámbito económico, esto se expresa en un recorte brutal del salario directo, que es el salario propiamente dicho, es decir, el dinero que las trabajadoras recibimos por la venta de su fuerza de trabajo al capitalista y las condiciones de esta venta (horas trabajadas, tipo de contrato, vacaciones, etc.). Pero este ataque (o, mejor dicho, este saqueo) es también y muy marcadamente hoy un ataque al salario indirecto, que son todas aquellas transferencias y servicios públicos que las trabajadoras obtenemos del Estado burgués. Por ejemplo, a través de la sanidad y la educación pública, o el ingreso mínimo vital. Por tanto, cuando hablamos de ataques al salario nos referimos también al deterioro de servicios públicos, la subida del precio de los medios de vida o el empeoramiento de las condiciones laborales.
Pues bien, bajo esta perspectiva en nuestra opinión la única forma de enfrentar esta ofensiva es ir generando progresivamente herramientas e instituciones propias que permitan defender de manera efectiva los intereses del proletariado en cuanto al salario. Como hemos comentado antes, estas instituciones tendrán un papel fundamental en la consolidación de un poder socialista efectivo y tienen que servir de espacio para demostrar la necesidad de una organización política independiente que supere el programa de las clases medias. Entendiendo que este es un programa socialdemócrata que en la situación de crisis se limita a una gestión de la miseria y muestra cada vez más clara su incapacidad para llevar a cabo ni siquiera ninguna política redistributiva eficaz.
Pero esta incapacidad de la política de clase media es, a su vez, la posibilidad de una política proletaria. Así, durante los últimos años han surgido luchas salariales de distintos tipo al margen del Estado y sus aparatos o sindicatos amarillos, que constituyen las formas germinales de la organización independiente del proletariado. De este modo, podríamos clasificar estas formas de organización en dos grupos, los sindicatos de clase y el sindicalismo social.
En el primero de los grupos, vemos como los sindicatos de clase han pasado desde el siglo pasado de la acción política, ya sea de carácter anarcosindicalista o más comunista, a dar prácticamente toda la centralidad a la acción sindical. Estos proyectos han sido así capaces de generar cierta organización independiente del proletariado contra los capitalistas y contra las burocracias sindicales establecidas. Sin embargo, estos se han topado con grandes límites.
- Por un lado, límites para desarrollar su propia actividad por las dificultades para organizar la práctica sindical en el capitalismo neoliberal, con altos niveles de subempleo y desempleo, gran rotación en puestos de trabajo; en suma, un momento en el que priman sectores con alta atomización en pequeños centros de trabajo, multitud de subcontratas y marcos contractuales altamente individualizados. Y además dónde los sectores estratégicos para hacer daño a la producción (como la logística o el transporte) son de difícil acceso.
- Por otro lado, porque aun cuando consiguen organizar esta actividad, la ausencia de una vinculación con una estrategia y organización integrales hace que la lucha sindical corra el permanente riesgo de caer en mero sindicalismo limitado a la cuestión redistributiva. Así vemos como muchos de sus militantes son conscientes de estos límites y también están abriendo procesos de debate para poder avanzar hacia la integración de sus capacidades organizativas en un programa general.
El segundo de los grupos sería el sindicalismo social. En los últimos años hemos visto el auge de lo que se ha llamado el sindicalismo social, ya sea de vivienda o en torno a la alimentación con las redes solidarias, o en torno también a redes de defensa laboral, que han experimentado cierto crecimiento durante los últimos años. Esta nueva forma de sindicalismo ha sido capaz de defender los intereses del proletariado más allá de las luchas por el salario directo y vincular organizativamente a los sectores más golpeados de nuestra clase, y estos son dos aciertos importantes.
Sin embargo, también ha mostrado grandes límites para aumentar de escala y afianzar estructuras organizativas, por su marcado carácter sectorialista y localista (ya que su marco organizativo es el barrio o como mucho la pequeña ciudad). Y, al igual que el sindicalismo tradicional, creemos que también se da en ellos la ausencia de una vinculación con una estrategia y organización más amplia que permita avanzar hacia la construcción de un poder socialista partiendo de estas, que consiga que tal práctica sindical no pueda relegarse a la política socialdemócrata.
Frente a estas dos alternativas, las cuales han brindado muchos aprendizajes, nosotras creemos que es necesario desarrollar lo que denominamos un «modelo de autodefensa socialista» que aprenda de los errores y aciertos de los modelos sindicales previos, buscando superar sus límites. Sin poder detenernos en todas las particularidades y posibles desarrollos de este modelo cabe preguntarse: ¿En qué consiste la autodefensa socialista? ¿Cuál es el papel que han de tener en ella las luchas por el salario?
Pues bien, primeramente, para nosotras es fundamental que toda lucha por las condiciones de vida de la clase trabajadora pueda contribuir al desarrollo y la expansión del programa comunista. Así, en nuestra perspectiva, la autodefensa socialista, al mismo tiempo que da respuesta a problemas que afectan a estas condiciones de nuestra clase, debe contribuir a la lucha cultural mostrando que el socialismo es la única manera de garantizar la universalidad y la gratuidad de aquellos bienes y servicios por los que luchamos. Por ejemplo, incidiendo en que un sistema de vivienda basado en las necesidades, universal, completamente gratuito y de calidad, sería posible dado el desarrollo técnico y productivo actual, pero que este únicamente sería realizable tras la superación de las relaciones sociales capitalistas y la construcción de una sociedad comunista.
Y que, mientras tanto, las organizaciones socialistas deben de generar herramientas de autodefensa socialista en las que nos organicemos paradefender y mejorar nuestras condiciones de vidaante los diferentes ataques que vivimos. Un modelo que tiene por tanto como tarea diaria el conectar las diferentes luchas que desarrollamos en estos ámbitos con nuestra clase con la necesidad de construcción del comunismo.
Pues el modelo de autodefensa socialista entiende estas luchas en torno al salario como una de las formas más básicas en la que se manifiesta hoy la lucha de clases y el espacio más inmediato en el que se agrupa el proletariado, de tal forma que trata de crear a partir de ellas mecanismos defensivos en torno a los que mejorar la posición de poder del proletariado, a través del desarrollo de sus instituciones independientes en las luchas y la difusión del programa comunista tendente a la expropiación del fondo de salario y de ganancia a partir de la efectividad y la superioridad organizativa que demuestren. Entendemos así que tienen que ser las instituciones socialistas que desarrollemos en diferentes ámbitos (ya sea, por ejemplo, de vivienda o redes de autodefensa laboral) la mediación entre la conciencia que surge de diferentes luchas y la organización socialista para superarlas.
Así mismo en nuestra práctica al interior del modelo de autodefensa debemos ser conscientes de las dinámicas y los límites de la propia actividad sindical, que a menudo se vuelca en abordar conflictos y problemas concretos, en lugar de en aumentar su escala y sus capacidades. Por ello, estas luchas salariales no deben tener como principal objetivo resolver casos o abordar conflictos, sino aumentar el poder independiente del proletariado frente al capital. Es decir, cada una de estas luchas adquiere un sentido estratégico con relación al resto, desplegando objetivos estratégicos y programáticos propios, pero vinculados entre sí, que deben tener una plasmación organizativa común. Pues el modelo de autodefensa socialista trata de trascender la división entre lucha política y lucha económica, enfocando las luchas salariales ala construcción de instituciones proletarias en todos los ámbitos de la vida. De esta manera, podremos superar el cortoplacismo y aumentar progresivamente nuestras capacidades políticas y organizativas.
Y, por último, la autodefensa socialista debe superar el marco de la mera resistencia, es decir, no debe solamente constituir formas de contrapoder que permitan responder a los ataques de la burguesía, sino que debe también apostar por poner cada vez más procesos sociales bajo control proletario, que comiencen a conformar el inicio de una nueva forma de organización social. Crecimiento progresivo que nos puede permitir comenzar a plantear luchas efectivas orientadas a construir la unidad de clase y a apuntar a expropiar la ganancia capitalista, para conseguir el socialismo cómo único estadio posible de libertad y bienestar.
8. Control del espacio
Bien, como hemos comentado, en la fase actual de recomposición y de lucha cultural nos planteamos como tarea inmediata el desarrollo de herramientas de autodefensa socialista efectivas, así como la generación de diferentes herramientas organizativas. Pero sabemos que son muchas las dificultades que vamos a encontrarnos a la hora de desarrollar esto. Una de ellas, que por evidente no deja de ser esencial, es: ¿dónde podemos comenzar a desarrollar todo este proceso? ¿En qué lugares concretos? ¿Cuál es nuestra base espacial material para iniciarlo? Es aquí donde entra la cuestión del control del espacio, un elemento estratégico también de primer orden sobre el que queremos hacer unas notas breves sobre la importancia que tiene.
Como sabemos, frente al control capitalista del espacio, históricamente han existido (y siguen existiendo) otros modelos de control sobre el espacio, consecuencia de la expulsión sistemática y estructural del proletariado de este. Así podemos ver la inmensa cantidad de viviendas ocupadas, barrios liberados, centros sociales y ateneos, fábricas ocupadas, etc., que se llevan dando desde hace siglos. Estos espacios, entre otros, serían ejemplo de lo que denominamos control proletario del espacio. Concepto que hace referencia a que la base de dicho control es la fuerza del proletariado para utilizar dicho espacio a partir de una expropiación directa a la burguesía de este. Los espacios de control proletario, en definitiva, son expresiones de la lucha del proletariado porque su reproducción no está subordinada al poder de la Ley y el dinero como formas concretas del poder del capital.
Para que podamos hablar de control proletario del espacio deben cumplirse además algunas condiciones adicionales más allá del hecho de que dicho espacio esté siendo utilizado por el proletariado sin el título jurídico y permiso burgués que le habilite a ello.
- La primera condición es que el uso de dicho espacio debe ser universalizable, es decir, no puede utilizarse para la acumulación de capital, basarse en la subyugación u opresión de distintas subjetividades del proletariado, etc. Se entiende, por lo tanto, que narcopisos o pisos donde se lleve a cabo el proxenetismo no pueden considerarse ejemplos del control proletario por mucho que estos estén ocupados, puesto que las actividades que en ellos se desarrollan son contrarios a los criterios de emancipación humana.
- La segunda es que dicho espacio haya sido expropiado a propietarios ilegítimos desde un punto de vista socialista, es decir, que hacen un uso ilegítimo de estos según nuestros criterios (especuladores, rentistas, explotadores, instituciones estatales…). En este sentido, el piso ocupado a la abuela que baja a comprar el pan, ese caso que tanto le gusta a la prensa burguesa y que nosotros nunca vemos, si fuera real (que no lo es) no entraría para nosotras en esta modalidad.
Así, estos espacios bajo control proletario se dividen en: aquellos que responden a la satisfacción de necesidades inmediatas del proletariado (como las viviendas ocupadas, principalmente) y aquellos ligados a un proyecto social o político (denominados hasta ahora centros sociales okupados).
En nuestra visión, este último tipo de espacios son esenciales, pero nosotras creemos que para que el control proletario de estos espacios se concrete en un poder políticamente efectivo, es importante que cada espacio apunte más allá de sí mismo, vinculándose a una estrategia general y dejándose de entender a sí mismo como un proyecto político autónomo, aislado del resto del mundo y como mucho vinculado a su ámbito de referencia más cercano (como el barrio). De esta forma, nosotras entendemos que debe recuperarse la dimensión estratégica de la expropiación de espacios y su inserción en un verdadero control proletario del mismo, de tal forma que el espacio se inserte en una concepción del control territorial organizado a gran escala para la constitución de un poder socialista internacional que haga efectiva la lucha contra el poder del capital. Otro paso más en la recomposición teórica y práctica del socialismo, que como decíamos nosotras entendemos que sólo pueden darse de manera simultánea.
En este sentido, y sobre todo en el momento de ofensiva contra la okupación que atravesamos, que lleva tiempo desarrollándose, pero que ha cobrado especial intensidad mediática la última semana con todo lo que ha pasado en Barcelona con desokupa por ejemplo, es necesario replantearse las limitaciones de las formas que había hasta ahora respecto a los espacios ocupados.
Por ello para nosotras es esencial construir una comunidad de defensa de estos espacios que supere la coordinación para necesidades particulares e inmediatas para pasar a construir formas organizativas sólidas y permanentes, con la vista puesta en el crecimiento a largo plazo. Pues creemos que esto es esencial para generar un nuevo modelo de control espacial integrado en un proceso político más amplio, en un marco estratégico general, que dote de sentido y contenido a cada expropiación y, a su vez, que fortalezca la defensa de los espacios, garantizando su continuidad en el tiempo, buscando como objetivo final el control del conjunto del territorio. Pues la inserción de los espacios bajo control proletario en la estrategia socialista se produce cuando se establece una vinculación organizativa y estratégica con la organización socialista.
De esta forma, la cuestión de los espacios contribuye a la construcción de un poder socialista basado en la capacidad organizativa que vamos adquiriendo para controlar las condiciones sociales de producción y de reproducción, desplegando en ellas una nueva forma social antagónica a la capitalista. Así, la integración de los espacios políticos en el proceso socialista implica su integración en el proceso de trabajo socialista en progresivo crecimiento (es decir, que las actividades que se realizan en el espacio se desarrollan mediante el trabajo militante -fundado en el compromiso político voluntario- y no mediante la disciplina del trabajo asalariado, por lo que el propio proceso de control de los espacios debe contribuir a la generación de ese poder socialista). El avance del proceso socialista será entonces el que nos permita pasar de un control proletario formal de estos espacios a un control real de los mismos. Y con ello, el desarrollo estratégico del control proletario del espacio evoluciona cualitativamente hacia un control socialista del espacio, un salto cualitativo en el que dichos espacios se constituyen ya como atributo espacial de la organización revolucionaria del proletariado.
Pues como sabemos, el poder socialista no es una mera fuerza destituyente, sino que esta es una fuerza que busca metabolizar un conjunto de nuevas condiciones sociales, recursos materiales y capacidades dentro de un proceso de trabajo independiente y radicalmente enfrentado al capitalismo. Una nueva forma de organizar las tareas que no se rijan por el imperativo del dinero, sino por una nueva cultura militante que lo impulse y una actualizada ética comunista que lo oriente.
En este sentido, hoy, con las capacidades que contamos, esto puede referirse a la gestión de un número limitado de viviendas, centros socialistas o locales para el desarrollo de sindicatos de vivienda, pero ello debe apuntar a la aspiración de organizar por ejemplo un modelo socialista de sanidad o de generación de energía a una escala territorial cada vez mayor. Se trata así de conseguir un progresivo control efectivo y total sobre el territorio que nos permita reorganizar y restructurar los procesos sociales. Un control de dichos procesos sociales basado en la planificación consciente y racional de sus determinaciones por parte de la asociación internacional de los trabajadores, en los que la libertad de cada uno es el supuesto y la condición de la libertad de todos los demás.
9. Cierre
Por ir cerrando, como ya hemos dicho, para la superación de las relaciones sociales capitalistas nosotras creemos necesario dotarnos de un proceso que, partiendo de la unidad de la case, incluya la guerra cultural, el ejercicio de poder y la incipiente (re)organización socialista de la reproducción social, recomponiendo el socialismo como alternativa política integral al desastre capitalista y volviéndolo a hacer hegemónico entre cada vez más sectores.
Ahora bien, aunque es esperanzador el número de personas que estamos empezando a construir este proceso socialista, somos conscientes de que aún está todo por hacer y que no hemos ni siquiera comenzado a dar el primer paso de un largo camino. Así, todavía no hemos sido capaces de salir del estado de fragmentación política y nuestra organización es minúscula comparativamente el poder del capital. Somos pocas. Y nuestras capacidades y efectividad aún están por demostrar.
De esta forma, tenemos que ser capaces de no generar un falso optimismo, que no nos deje ver el momento en el que nos encontramos, muy embrionario y con muchas ausencias aún. Precisamente nosotras creemos que debemos de aprender continuamente de los límites y las debilidades que aún tenemos, tanto para poder mejorar nuestras estructuras como nuestras propias capacidades militantes a nivel personal, no olvidando que son las que, al fin y al cabo, constituyen nuestra organización.
Por ello, la crítica es imprescindible. Solo a partir de ella es como podemos ser conscientes de las posibilidades y limitaciones de nuestra militancia, así como poder analizar la del resto de agentes políticos que nos encontramos y del propio modo de producción capitalista que buscamos superar.
A su vez, debemos construir una cultura política comprometida: debemos construir formas organizativas que promuevan una nueva ética militante y una nueva cultura política. Aportando lo mejor de nosotras mismas para la construcción de una sociedad sin clases ni opresiones.
Entendiendo esta nueva cultura política como compromiso crítico y consciente hacia el proyecto comunista colectivo. Pues solo a través de ella se puede alcanzar la plena libertad y el pleno desarrollo individual y colectivo. Nuestras organizaciones deben ser por ello escuelas éticas para la construcción de un modelo de militante que participa cualtitativamente en beneficio del conjunto de la sociedad.
Quizás estas jornadas son un buen ejemplo de esta nueva cultura militante, todas ellas se han organizado a través del compromiso y el esfuerzo de militantes, y no mediante el dinero o la corrupta oferta de liberación de los partidos burgueses. Quienes han preparado la comida, las que han hecho los carteles, las que organizan el espacio, las que han limpiado el baño, las que están haciendo turnos, garantizando la seguridad del acto, preparando charlas o peleando en el ring. Todas nosotras estamos organizando estas jornadas no por un beneficio individual, sino buscando aportar en la posibilidad de generar una nueva forma social no capitalista.
Cada una de nosotras, todas y cada una de las militantes socialistas que estamos aquí hoy, tenemos un papel fundamental para el desarrollo del proceso socialista durante los próximos años. Y, sabiendo que los procesos organizativos no son fáciles, que conllevan agobios, noches sin dormir, conflictos, problemas y represión, no podemos sino remarcar la necesidad de seguir comprometiéndonos diariamente con esta elección consciente que hemos realizado para impulsar y ser parte de un nuevo Proceso Socialista que solo está iniciándose, pero que debe expandirse a nivel internacional.
La tarea no es sencilla. Las preguntas que abrimos en esta ponencia quizás sean más que las respuestas que hemos podido dar. Pero entendemos que es tarea de cada una de las militantes profundizar y continuar estos análisis y, sobre todo, para que estos no queden impotentes, desarrollar sus conclusiones a nivel organizativo.
Hemos visto como, en muy poco tiempo en nuestros territorios, de ser decenas hemos pasado a ser centenares y cómo han aumentado exponencialmente nuestras capacidades. Como en cada vez más territorios han nacido medios de comunicación, sindicatos de vivienda, organizaciones juveniles, centros socialistas… Es nuestra responsabilidad continuar currando para que de ser centenares pasemos a ser miles y luego millones, hasta recomponer una gran organización revolucionaria internacional del proletariado que sea capaz de hacer frente a la miseria capitalista y construir una nueva forma de organización social. Este entendemos que es nuestro deber como militantes socialistas, esta es la tarea histórica a la que nosotras queremos contribuir. Y esto es lo que estamos tratando de poner en marcha con el Encuentro por el Proceso Socialista.