«Lo llaman democracia y no lo es», ¿se acuerdan de la frase que conmovió a los prebostes del sistema y sus medios? La amnesia, cuando no el definitivo olvido de la consigna, tiene mucho que ver con cómo entiende (y transmite) el régimen la política. Un mercadillo, un zoco donde todo se vende, y donde se compra con la nariz tapada. Una mecánica-negocio donde las agencias de publicidad, imprentas, empresas de logística, medios de comunicación…, hacen negocio de un modo descarnado.
En los pueblos y ciudades donde los alcaldes/sas y los concejales «liberados» cobran un sueldo es peor aún. En esos casos las campañas electorales se asemejan a unas oposiciones donde por cuatro años se garantiza el salario (algunos más que generosos) y el tema laboral y las retribuciones fuera del ayuntamiento están más que complejo para desaprovechar que se pueda pagar la hipoteca durante cuatro años. Estamos ante una carrera donde nadie osa cuestionar el sistema, los pactos y contra-pactos ocupan las preocupaciones ciertas de los que practican el cuánto me va a tocar del botín público. En este contexto el desinterés de la mayoría es tan evidente que a los actos públicos hay que acarrear liberados (sindicales, cargos públicos, gente favorecida en tal o cual circunstancia) y tirar de teléfono de personas de otras localidades para que las fotos no se vea un paisaje desértico.
Para los más desconfiados se nos presenta el consabido menosmalismo, el votar para que el PP/ Vox no gobierne. Y hacerlo sin preguntar por el curriculum de los candidatos progres, por aquello de que podamos encontrarnos un olor pestilente que nos disuada. Aquella idea felipista de «votarnos e iros a vuestras casas», fue/es una forma de decirnos que la pelota está exclusivamente en las instituciones y para que funcionen es necesario su voto y la «paz social». Las risas de Amancio Ortega y cia llegan hasta el palco del Bernabéu. Ellos ya votaron, y ganaron.