Esta semana, en Estados Unidos se conmemoró un nuevo Memorial Day, el Día de los Caídos, la jornada que recuerda a los soldados del país que murieron en combate. Se trata de una de las fechas nacionales más solemnes en una nación a la que no le faltan conflictos bélicos. Y ahí están para brindar testimonio de ese involucramiento en conflagraciones internacionales las tumbas de cerca de 400.000 militares norteamericanos caídos durante la Segunda Guerra Mundial, de los 36.000 de la guerra en Corea y de los 58.000 muertos que pelearon en Vietnam.
Muchas de esas tumbas se encuentran en el cementerio de Arlington, en el estado de Virginia, muy cerquita de la ciudad de Washington. Desde allí, el presidente Joe Biden pronunció el habitual discurso del residente de la Casa Blanca para la ocasión. «Hoy -dijo Biden-, nos unimos al dolor con gratitud: gratitud a nuestros héroes caídos, gratitud a las familias que quedaron atrás y gratitud a las almas valientes que continúan sosteniendo la llama de la libertad en nuestro país y en todo el mundo».
No faltan películas, libros y relatos sobre la valentía de la «Generación Grandiosa» estadounidense que combatió al nazismo en Europa y al imperio japonés en el Pacífico. Y, aunque las razones eran mucho menos honestas, tampoco se puede ignorar que la mayoría de los soldados norteamericanos puso el pecho en Corea y en Vietnam.
Después de esa serie de conflictos cubiertos por la prensa más o menos en vivo, cuando quedó atrás el ejército de conscriptos y llegó el tiempo de las fuerzas armadas profesionales (de la mano de una creciente industria de las armas), con combates más secretos, invasiones vergonzosas como Granada y Panamá o guerras políticamente muy complejas como las de Irak y Afganistán, el panorama es radicalmente distinto.
Según las estadísticas oficiales, entre 1980 y 2022, casi 61.000 personas murieron mientras estaban en servicio militar activo. Se trata de 1.400 muertes anuales en promedio, pero que incluyen un promedio también de más de 250 cada año que fallecieron por heridas autoinfligidas, señaló un reporte de la revista US News publicado en ocasión de este Memorial Day.
«Los accidentes, las enfermedades, los homicidios y las heridas autoinfligidas representan la gran mayoría del número de muertes durante ese período», subrayó el informe.
Siempre según los recuentos oficiales, se calcula que 2.459 militares estadounidenses murieron en Afganistán, pero solamente 1.922 de ellos a causa de enfrentamientos o de ataques enemigos. Incluso señalando, por si hiciera falta, que se trata de vidas humanas y todas son valiosas, el número de caídos norteamericanos empalidece en el marco de la guerra en general. Por ejemplo, el Programa de Datos sobre Conflictos de la Universidad de Uppsala, en Suecia, estima que más de 212.000 civiles murieron a causa del conflicto afgano.
Una historia parecida se desarrolló en Irak. La fuente posiblemente más popular para establecer el número de muertos, el Iraq Body Count Project, apunta que, desde la invasión de 2003, entre 183.249 y 205.785 civiles perdieron la vida en ese país. Las fuerzas armadas estadounidenses, por su parte, debieron lamentar 4.507 muertos.
La proporción de civiles y de militares muertos en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, resultó en cambio mucho más cercana. Entre el Holocausto, otras matanzas a manos de los invasores nazis, hambrunas como las que sufrieron los países soviéticos y China, los bombardeos y masacres y represiones internas varias, la cifra total de civiles muertos se ubica cómodamente entre los 50 y 55 millones de personas, mientras que el número de militares caídos en general se establece entre 21 y 25 millones.
Epidemia de suicidios de soldados, signo de los tiempos
De todas maneras, el Memorial Day de esta semana no se usó para recordar a los civiles muertos de ninguna guerra. Pero, al hablar de los caídos, sí se hizo referencia a un fenómeno bastante nuevo para las fuerzas armadas de Estados Unidos: la epidemia de suicidios de soldados.
Un estudio del Watson Institute for International and Public Affairs de la Universidad Brown, de Providence, en Rhode Island, brinda, en este frente, un número asombroso: al menos cuatro veces más personal en servicio activo y veteranos de guerra de los conflictos posteriores a los atentados del 11 de setiembre de 2001 murieron por suicidio que en combate. En cifras, se apunta que 30.177 murieron por suicidio, en comparación con los 7.057 caídos en combate desde los ataques contra el Pentágono y las torres gemelas de Nueva York.
De hecho, el informe destacó que «las crecientes tasas de suicidio» tanto para los ex combatientes como para el personal en servicio activo «están superando las de la población general». Este es «un cambio alarmante, ya que las tasas de suicidio entre los miembros del servicio han sido históricamente más bajas que las tasas de suicidio entre la población general», agregó el estudio.
Según los investigadores de la Universidad Brown, estas altas tasas de suicidio son causadas por múltiples factores, incluyendo «los riesgos inherentes a luchar en cualquier guerra, como la alta exposición al trauma, el estrés, la cultura y el entrenamiento militar, el acceso continuo a las armas y la dificultad de reintegrarse a la vida civil».
Pero también encontraron que hay «factores exclusivos» de la era post 11 de septiembre, como «un enorme aumento en la exposición a dispositivos explosivos improvisados, un aumento concomitante de lesiones cerebrales traumáticas y avances médicos modernos que permitieron que los miembros del servicio sobrevivan estos y otros traumas físicos y regresen al frente en múltiples despliegues» en conflictos muy violentos como los de Irak y Afganistán.
Una investigadora de la Universidad de Auburn, en Alabama, que también estudia este problema, la profesora April Smith, repasó en un artículo para The Conversation las principales causas detrás del preocupante fenómeno. En la nota, publicada también en coincidencia con este Memorial Day, Smith dijo que algunos de los factores relacionados con el suicidio de soldados y ex combatientes «incluyen la soledad, los problemas de relación, las dificultades en el lugar de trabajo, el trauma, los horarios alterados, el aumento del estrés, la falta de sueño, las lesiones y el dolor crónico».
Además, los miembros de las fuerzas armadas «pueden tener una elevada capacidad de suicidio» facilitada por un «menor miedo a la muerte, alta tolerancia al dolor y familiaridad con el uso de medios altamente letales como armas de fuego».
Racismo, agresiones sexuales y lesiones
Smith y su equipo llevaron a cabo un experimento para tratar de entender mejor el problema. Para ello, invitaron a noventa y dos miembros de las fuerzas armadas a descargar en sus teléfonos móviles una aplicación donde debieron responder, cuatro veces al día durante un mes, encuestas breves para evaluar los factores de riesgo de suicidio.
En base a los resultados, escribió la investigadora, descubrieron que sentirse «inservible» o como una carga para los demás, «un sentimiento de baja pertenencia o sentirse desconectado de los demás», además de la agitación ansiosa, «son factores importantes del riesgo de pensamientos suicidas en el momento y a largo plazo» entre los militares en actividad y los veteranos de guerra.
Un periodista que cubrió la guerra en Irak durante 2016 presentó, por su lado, una mirada algo distinta sobre el problema. Los jefes del Pentágono, escribió Daniel Johnson en una columna para el Chicago Tribune, «trataron repetidamente de echar la culpa de las cifras y tasas de suicidio a miembros individuales» de las fuerzas armadas, «señalando como riesgos factores de relación, deuda excesiva, dificultades administrativas y legales o falta de habilidades para afrontar la situación» al regresar a Estados Unidos.
Pero «muy rara vez» los jefes militares reconocen la influencia culpable de algunas de sus prácticas que «crean un estrés abrumador debido a un liderazgo deficiente y a cuestiones como el racismo, la agresión sexual y las lesiones cerebrales». Desde el Departamento de Defensa, protestó Johnson, «también suelen estigmatizar los tratamientos de salud mental» para los soldados o los ex combatientes.
El periodista citó datos del Pentágono según los cuales los varones estadounidenses sirviendo en el ejército tuvieron en 2022 una tasa de suicidio un 22 por ciento más alta que la de todos los varones del país, mientras que en el caso de las mujeres ese porcentaje llegó a casi el 70 por ciento respecto de la población femenina civil.
Por otro lado, agregó, el riesgo de suicidio entre los militares en actividad y los veteranos de guerra de ascendencia asiática fue un 350 por ciento mayor que el promedio nacional, mientras que en el caso de los afroamericanos y los latinos fue del doble del promedio para toda la población civil.
Johnson contó que, durante su despliegue en Irak en 2016, su unidad perdió solamente a uno de sus miembros. «Desde entonces -alertó-, perdimos al menos seis por suicidio, y eso ni siquiera cuenta a los que intentaron quitarse la vida».
PM CP
Marcelo Raimon
Fuente: https://www.perfil.com/noticias/int…
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