La estrategia usada con éxito en muchos países de Europa, de considerar la emigración como un problema, y que le ha dado y da pingües beneficios electorales a la extrema derecha, parece haberse instalado en el reino borbónico.
Las terminales mediáticas del régimen operan a toda máquina para convencer a la sociedad que el enemigo es el emigrante y no el explotador (blanquito e hispano). La falta de conciencia de clase, propiciada por el abandono de los sindicatos mayoritarios de tal realidad, hace el resto. De nada sirve que se explique que con la pirámide demográfica invertida que tiene el estado español, solo la entrada masiva de personas puede remediar un futuro aciago para jubilados y pensionistas, incluso para empresarios que no encuentran mano de obra sin derechos. Ni mucho menos entender el saqueo de materias primas a África que propicia el hambre y la miseria, Pero además, sirve para desviar la atención y no buscar culpables por la situación pavorosa para acceder a una vivienda o un empleo digno, o una medicina pública, o unos educación sin masters privados.
El neo-liberalismo (lo practique quien lo practique) viene con la mochila del odio al extranjero, pero al extranjero pobre, el rico es recibido con honores en Marbella o Puerto Banús o en hoteles, dicen, que porque generan riqueza. Por lo visto recoger fresas en Huelva o lavar servicios en Madrid, no produce PIB.
A partir de ahora, vendrá (o se acentuará) lo que ocurre en otros lugares: acciones de violencia contra los emigrantes de los que se consideran los dueños de la patria y que huelen en exceso a los que pregonaban la superioridad de la raza aria. El antifascismo está invitado a responder. La consigna de «Nativa o extranjera, la misma clase obrera debe inundar los barrios.