La liberación de Pablo González ha suscitado una gran alegría en nuestro equipo así como en el activismo cercano. Y un gran alivio. Porque con cierto pesimismo lo veíamos secuestrado en el contexto de una situación cada vez más bélica donde las peticiones de justicia estrictamente de orden legal eran interesadamente canceladas, en línea con esa burda imposición de “cancelar todo lo ruso”.
Pero si Pablo era un preso culpable sin prueba alguna, y aquí ni gobierno ni prensa dominante hicieron nada por impedirlo, ahora resulta que de forma miserable han encontrado retroactivamente la prueba que no encontraban. Lo ha liberado Satán Putin. No tienen vergüenza. Sólo hay que ver ese indecente final con que El País ha “celebrado” que un colega suyo no siga secuestrado por una Polonia, que se sabe que no es muy presentable en términos de exquisitices democráticas, pero que tiene el «mérito» de postularse como pocos para servir de ariete contra Rusia.
Una reflexión se impone en medio de la alegría. La liberación de Pablo pone de relieve que la libertad de todo aquel que se cruce en el camino de los verdaderos provocadores de guerra dependerá de la relación de fuerzas de que se disponga. Menos mal que este “Occidente colectivo”, sobrado de soberbia imperial, ya no tiene en exclusiva el monopolio de la fuerza. La justicia para Pablo ha tenido que abrirse camino por otros derroteros. Intercambiemos nuestros brindis por su libertad recobrada. En cualquier caso.
- Indecencia-miseria de El País:
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