Es normal que en buena parte del activismo se celebrara el reconocimiento del Estado de Palestina por parte del gobierno de Sánchez. Es tan bárbaro el martirio que está sufriendo el pueblo palestino, que cómo no ver con alivio cualquier cosa que no le convenga a Israel y sea susceptible de obstaculizarle en su operación genocida. Ciertamente se necesitan derrotas del ente sionista, también en el terreno diplomático. Y las necesitan las propias organizaciones de la resistencia palestina, que mostraron igualmente su satisfacción por el reconocimiento del gobierno español, junto a los del irlandés y el noruego, por más que en principio a Sánchez no le convengan los elogios que procedan de organizaciones consideradas terroristas.
Decimos en principio porque la verdad es que, en la actualidad, eso de que a Sánchez lo elogien “terroristas palestinos” no le quita el sueño, ya que sabe que mucha gente progresista (a la que aspira ganar electoralmente con el traje de izquierda) ve positivo que Israel se ponga histérico, llamando a embajadores, descalificando a todo un presidente, poniéndolo de aliado de Hamas, recibiendo a Abascal en Tel Aviv. etc. Es tal el desprestigio de Israel -protagonista quizá de la guerra más impopular desde la de Vietnam-, que cuando critica a alguien, el criticado… sale ganando.
Y el criticado es experto en cálculos cosméticos que no le comprometen realmente en los términos en que plantea sus “osadías”. Ni en los términos ni en los momentos elegidos. Así ocurre con la eterna cuestión palestina, harta ya de muchas declaraciones de intenciones que luego no se traducen en nada. El reconocimiento de un Estado para Palestina circunscrito a dos trozos (Gaza y Cisjordania, con capital en Jerusalén Este) comunicados por un corredor, por mucho que se diga que es “un punto de partida para impulsar la [interminable] negociación con Israel”, no solo es evidentemente muy limitado sino que, sobre todo, tiene mucho de maniobra limitante de las aspiraciones históricas del pueblo palestino. Máxime si se admiten más amputaciones a los trozos que a este pueblo se le reservan; amputaciones que pudieran sobrevenir como resultado de negociaciones entre el ente sionista y una Autoridad Palestina que se dicta desde fuera que es la única representante de los palestinos, cuando ni mucho menos ya lo es, con el argumento de que el resto de organizaciones de la resistencia son terroristas. En realidad, las aspiraciones históricas del pueblo palestino pasan por la completa descolonización que sufre y, en consecuencia, por la formación de un Estado que va, como proclama el grito que cada vez se hace más universal, “del río hasta el mar”. Esto es lo que está pendiente desde los años 40 cuando los británicos dejaron el mandato en la zona.
Por tanto, una verdadera solución ha de partir de que el pueblo palestino sufre una larga colonización sionista-occidental que no hay cuento bíblico que pueda justificar, ni siquiera ante muchos judíos “de buena fe” que tampoco comulgan con el proyecto sionista de borrar a Palestina para sustituirla por la Tierra prometida de hace 5000 años. Por tanto también, es mucho antes del 7 de octubre de 2023 (día de los ataques llevado a cabo por grupos de la resistencia palestina) que comenzó allí la limpieza étnica con la Nakba (la catástrofe en árabe) de 1948, justo después de la imposición artificial del Estado israelí tras el mandato británico que no culminó en la descolonización que conocieron otros países árabes. Aquella catástrofe provocó la expulsión de cientos de miles de palestinos, la despoblación y destrucción de más de 500 pueblos por las fuerzas armadas israelíes y la creación de campos de refugiados permanentes. Súmense a aquella primera catástrofe los masivos éxodos forzados que sobrevinieron con los conflictos bélicos frente a un Israel sostenido por las potencias occidentales y las continuas expulsiones provocadas por la implantación de las colonias judías que hacen especialmente de Cisjordania un “queso Gruyêre”. Lo que lleva sufriendo el pueblo palestino desde hace tantas decenas de años es una catástrofe permanente. ¿Exageramos, entonces, si decimos que lo que ahora está haciendo el Tzahal lo lleva en su siniestra genética?
Basta, pues, pensar con un mínimo de cabeza propia, y no sucumbir ante la criminalización de la dictadura mediática occidental, para concluir que el 7 de octubre es consecuencia y no causa del genocidio sionista en Palestina. Hasta tal punto esto es así, que no pocos hablan de Nakba-2 para referirse a los miles y miles de asesinatos que actualmente ocurren en Gaza -en gran medida niños, mujeres y ancianos- y a la política de tierra quemada que está arrasando con los edificios, hospitales y escuelas de la franja con moradores y usuarios incluidos.
Sin embargo, es Israel la que lleva en contra el viento de la historia. A pesar del bárbaro flagelo existencial que el ente sionista inflige al pueblo palestino, es el propio Estado artificial israelí el que ve más comprometida su suerte existencial cada día que pasa. Efectivamente, que 75 años más tarde Israel tenga que echar mano de nuevo de la Nakba, pretendiendo que en aquellas tierras la vida (palestina) sea imposible, dice mucho de su profunda debilidad existencial. Y así le va: prosigue su aislamiento en los foros internacionales, solo apoyado de forma integral e inequívoca (más allá de algunos matices insustanciales de última hora), por otro poder que también está en decadencia: el de unos EEUU que llevan alimentando al monstruo sionista desde hace décadas a fin de que no se les deshaga el tablero en Oriente Medio. Unos EEUU que incluso han obligado al conjunto del Occidente “avanzado” a apoyar a Israel más de lo que, en realidad, en su fuero interno le interesaba, como hace años el entonces presidente de Irán, Mahmoud Ahmadineyad, le recordaba en una carta a Angela Merkel, canciller de Alemania; país este que buscaba establecer buenas y fructíferas relaciones con potencias de la región, en contra de los deseos israelíes, y que finalmente fueron torpedeadas por el amigo americano1.
Bien sabe Sánchez de todo este juego trasero entre potencias aliadas, que apenas se refleja en las posiciones diplomáticamente oficiales, como lo sabía Zapatero cuando retiró las tropas de Irak. De ahí que aquel estaba seguro de que no le iban a echar la bronca en las principales cancillerías europeas por esa iniciativa “arriesgada y por su cuenta” del reconocimiento del Estado de Palestina. Un reconocimiento que, ya en clave doméstica, le hace ganar enteros en su competencia con los podemitas y otros sumandos para postularse como el líder-más-voto-útil de todos los progresistas2. Lo cual, por cierto, sacó de quicio a la expulsada del gobierno, Irene Montero, quien pañuelo palestino al cuello subía la apuesta para ver… quién recibía más insultos del Estado actualmente más odiado en el mundo.
De todas maneras, hoy toca poner por delante que incluso ese limitado y limitante reconocimiento del Estado palestino ha sido posible justamente por la creciente debilidad internacional del sionismo, la mayor que haya conocido nunca. Y este aislamiento, que paradójicamente lleva al gobierno de Netanyahu a aumentar hasta el paroxismo sus crímenes de masa intentando vender lo antes posible una victoria que haga olvidar la infamia que protagoniza, este aislamiento, ocurre cuando hasta hace muy poco el dossier palestino parecía que había desaparecido de las agendas internacionales (de las agendas y de las agencias de prensa) mientras la colonización avanzaba impunemente, regada de asesinatos y detenciones arbitrarias. Y mientras miles de judíos venidos de Francia, Argentina, etc. tenían a bien llegar a su Tierra Prometida para sustituir a las familias palestinas expulsadas a sangre y fuego, también mediante el gatillo de los colonos israelíes, verdaderos paramilitares protegidos por el gobierno de Tel-Aviv.
Al respecto de esto último, ¿cómo puede sorprender que todo un pueblo interprete como festines de limpieza étnica esas concentraciones coloniales, adobadas con muchos decibelios musicales, que tienen lugar justo al lado de unas alambradas que consagran la bantustanización3 de los “negros” palestinos. Por cierto, ¿de qué asombrarse que haya sido precisamente Sudáfrica la que llevase a los tribunales internacionales a Israel por su genocida apartheid en Palestina? Pues bien, que el ente sionista experimente actualmente su mayor debilidad existencial desde que le inventaron su existencia, cuando el dossier palestino estaba en sus puntos más bajos, ¿puede entenderse sin el acto de la Resistencia del pasado 7 de octubre?
No vamos a extendernos aquí en detalles sobre lo sucedido (y lo que se ha dictado que sucedió) en aquella fecha. Habría que salir al paso de las interesadas mentiras de los grandes medios occidentales acerca de lo que allí pasó, como en lo referente a los bombardeos israelíes que no discriminaron ni a sus propios ciudadanos, o los enfrentamientos con colonos armados (que, como hemos apuntado, vienen siendo de facto una continuidad del Tzahal). A los medios no les interesa que la gente sepa cómo están siendo tratados los rehenes israelíes -que al propio Estado israelí les molesta, como denuncian los propios manifestantes allí- en contraposición con cómo se ceban con los varios miles de prisioneros palestinos.
No menos habría que salir al paso de cómo los países campeones del colonialismo de siempre han venido abusando de la etiqueta de terrorista para calificar a toda resistencia, tal como otrora se hizo con el FLN argelino o con el Vietcong. Así, los plusmarquistas mundiales del colonialismo, al tiempo que han venido permitiendo que Israel protagonice una lista inacabable de arbitrariedades criminales y se mofe de la propia ONU, lo que han venido a dictar en realidad es que todo un pueblo que vive, como decimos, bantustanizado y aterrorizado de Nakba en Nakba, es quien está promoviendo el terrorismo… Y esas viejas potencias, consecuentemente con su arbitrariedad imperial, se han puesto de acuerdo en hacer “interminable” la lista de organizaciones palestinas consideradas como terroristas. Que eso es una soberbia tontería colonial, lo ha terminado por reconocer hasta el máximo portavoz del ejército de Israel, quien ha afirmado que «Hamás es una ideología [y] no podemos eliminar una ideología»; lo cual, por supuesto, ha sacado de sus casillas a Netanyahu. Sin duda, ese portavoz es testigo muy cercano de lo que particularmente Hamas significa socialmente entre el pueblo palestino y de que su rama militar ni mucho menos recubre el árbol de la resistencia en su conjunto.
Pero como ya pasó con los aludidos casos argelino y vietnamita, lo que digan los poderes imperiales no tiene ningún valor de principio, y al final terminan (como terminarán en el caso palestino) diciendo otra cosa, en función de lo que les obligue la resistencia de los pueblos o de los cambios en los escenarios geoestratégicos que esa resistencia pueda forzar antes incluso del triunfo de su causa. En el caso de Palestina, la lucha por su liberación está cada vez más entretejida con el llamado eje de la resistencia en la zona, que hace que hasta muchos ciudadanos israelíes consideren a su ente estatal como candidato serio a convertirse en un Estado fallido, para el cual la única esperanza deriva de mantenerse cotidianamente en guerra hasta el juicio final, tratando a todos los palestinos como terroristas… exterminables. No es de extrañar las noticias que hablan de que buena parte de aquellas personas -convertidas automáticamente en ciudadanos israelíes en base a lo que dictan su sagrados apellidos- deseen volver a sus verdaderos países de origen o prefieran quedarse en ellos.
Digan lo que digan, (des)califiquen como (des)califiquen, ha sido, pues, la resistencia de un pueblo martirizado la que ha forzado que haya un vuelco en el escenario internacional en lo que a la cuestión palestina se refiere. Tuvo que advenir el 7 de octubre para que se pasara del plan de blanquear a Israel, ampliando los acuerdos de este con los países árabes, a que todos estos acuerdos se paralizaran. Y para que, además, ante la masiva indignación mundial frente al genocidio sionista, algunos gobiernos tuvieran a bien calcular que les interesaba reconocer al Estado de Palestina, por nimio que fuera ese paso y por más que se declarase, como en el caso español, que se hacía por el bien de la propia suerte de Israel. Así que de pretender silenciar la cuestión palestina pasamos a tener que abrazarla, solo sea para que deje de hacer… ruido, y que este no se replique descontrolado hasta en las viejas metrópolis tal como ocurriera con la guerra de Vietnam; un temor fundado, al ver que las masivas movilizaciones propalestinas también pasaban por las calles y campus de las principales ciudades del “primer mundo”.
Ante todo ello, creemos que el movimiento de solidaridad debe asumir el nuevo escenario abierto, al tiempo que hemos de advertir sobre los maniobreros acercamientos a la causa palestina tendentes a alejar más eficazmente su auténtica liberación. Asimismo, debemos aprovechar cualquier fisura y grieta en el campo de países imperialistas occidentales (al que pertenece nuestro país), aprovechar cualquier reconocimiento de su causa por timorato que sea, para contribuir a empujar más y más en el sentido de que se materialicen de forma completa los derechos históricos del pueblo palestino. Máxime, cuando, como venimos diciendo, la colonización en Palestina, aunque ejecutada por el ente sionista, no puede explicarse sin la colonización más general occidental que ha tenido lugar en la zona, responsable en última instancia de lo que allí viene ocurriendo desde la finalización del mandato británico; responsable, en definitiva, del mantenimiento artificial de Israel como base para las aventuras imperialistas occidentales, especialmente de EEUU. Un espaldarazo imperialista occidental al ente sionista, del que nuestro gobierno es cómplice (venta de armas mediante), por más que le abra una embajada a un país imposibilitado a ejercerse como tal, visto los trozos guetizados en los que pretenden constreñirlo.
…y de paso, para hacernos avalar el otanismo más belicista
Una particular advertencia se impone acerca de la utilización del pasito adelante en la cuestión palestina como moneda de cambio para poner al progresismo de este país a favor del otanismo más belicista, que está cada vez más metido en guerra contra Rusia en Ucrania y con las miras en China. Especialmente hay que ponerse en guardia ante esta perversidad, ya que es justamente ahí donde se está jugando el futuro de la humanidad: en la necesidad del “Occidente colectivo” de, como mínimo, hacer implosionar Rusia y China, reconocidos en toda lógica imperialista como los mayores obstáculos que se encuentran las viejas y podridas potencias del sistema capitalista internacional para prolongar su parasitismo. Cierto que dentro de ese “Occidente colectivo”, y tal como señalamos desde hace tiempo, EEUU es quien ejerce como principal interesado, azuzando fuegos por doquier a fin de prolongar una hegemonía que ya no se sostiene, no dudando en trastocar incluso las agendas y timings geoestratégicos de sus aliados de la Guerra Fría.
Y ese es el papel de la OTAN, no sin dificultades internas: el de jugar la rama militar de una estrategia más completa tendente a acosar y neutralizar a Rusia y China, instigándoles conflictos regionales alrededor; tal como viene sucediendo en Ucrania, no desde febrero de 2022, sino desde, al menos, el criminal golpe del Maidán en 2012. Un golpe, aquel, que dio riendas sueltas a una calaña de nazionalistas, incrustados hasta en el gobierno impuesto en Kiev, para que allí se acabase con todo lo que se considerase prorruso, cuando no prosoviético, y que supuso el inicio de la guerra en el Donbass.
Sin duda, que en lo referente a lo que sucede en Ucrania estamos lejos -en términos de conciencia colectiva, empezando por el propio activismo- de la clarificación y la movilización que se dan contra el sionismo y lo que pasa en Palestina; lo cual es un verdadero hándicap… también para Palestina. Porque, en realidad, su tragedia quedaría mucho más cercana a la resolución si hubiera un debilitamiento sustancial del sistema imperialista mundial, que es el que sostiene la impunidad más absoluta del Estado de Israel. Pero, justamente, es en las fronteras con Rusia, más que en Oriente Medio, donde reside la clave para ese necesario y urgente debilitamiento del viejo sistema imperial.
Eso lo saben los dirigentes del G7 y toda su cohorte de segundones proimperialistas como es el caso de nuestro paísito. De ahí que sea especialmente lacerante y perverso que, en nombre del progresismo y de la izquierda, se hagan amagos de acercamiento a la causa palestina mientras se mantiene el rastrero discurso que defiende la cancelación de todo lo ruso a partir de la diabolización de Putin señalándolo como el causante de todos los males de Occidente.
Aquí nuestro “sobreviviente” Sánchez muestra toda su excelencia en hipocresía y cinismo, a menudo queriendo venderse como el más listo en enfrentarse a Rusia. Así, al tiempo que compite para sacar la nota más alta en sus diatribas contra Putín, ha llegado a alertar del doble rasero que se practica cuando desde las altas esferas se pone el grito en cielo ante la mínima noticia de bombardeo en Ucrania con pérdida de civiles, mientras se hace gala de la permisividad más vergonzante y odiosa con las cotidianas carnicerías cometidas en Gaza. Sabe que este descarado desequilibrio carga de argumentos al activismo que, fundamentalmente hoy por las redes, intenta contrarrestar la propaganda antirrusa y señala a la OTAN como el peligro principal. Teme el gobierno que en algún momento pueda reactivarse el movimiento antiguerra en la calle. Teme que no baste con que se haya sumado de forma dócil e inmediata al apagón informativo de cadenas que cuestionan el discurso occidental (como RT). Teme que, una vez que la calle se ha movido por el genocidio palestino, pueda ser cuestión de tiempo que la actual denuncia de la complicidad de las potencias occidentales con los crímenes de Israel termine por preguntarse sobre las verdaderas intenciones del apoyo acrítico y tan “generoso” prodigado al régimen de Kiev. Es en ese sentido que estamos seguros de que ese guiño a Palestina busca también cegarnos ante el apoyo lacayo que nuestro gobierno está brindando al partido de la guerra otanista en el Este de Europa.
Se nos convierte, pues, en exigencia militante aprovechar en positivo cualquier pasito antisionista que se dé, aunque advirtiendo contra toda maniobra que impida que las aspiraciones históricas del pueblo palestino puedan recorrer los grandes pasos que necesita. Pero igualmente perentorio, o aún más, es que nos resistamos a que ese “pasito progresista” sea utilizado perversamente para meternos de macuto en el belicismo más criminal que nos lleve derecho a la barbarie. Grandes retos se nos dibujan por delante. Nada como la calle para avanzar hacia ellos de la forma más masiva posible, que es como solo pueden darse los grandes pasos que la historia nos exige.
1 La carta en cuestión estaba fechada el 17 de julio de 2006 y AFP la publicó el 28 de ese mes. En ella, Ahmadineyad le decía a Merkel: “No resulta del todo lógico que que ciertos países vencedores de la 2ª Guerra Mundial creen un pretexto para mantener a un pueblo [el alemán] constantemente en un aprieto y por enfriarle toda motivación, todo movimiento y toda su vivacidad e impedir así su progreso y su grandeza”.
2 Ya en nuestro editorial de Red Roja de octubre de 2018 “Línea de demarcación frente al progrerío desviacionista”, decíamos: “…el retorcido ‘cabriolismo’ de Sánchez busca perversamente renovar al PSOE como el mejor garante de las políticas euroimperiales (…) Pero justo antes, y subsumido a ese objetivo central, defendía que había que ocupar la ‘centralidad de la izquierda’ (…) en competencia progre con los podemitas”. A la vista está…
3 Durante el apartheid sudafricano los bantustanes eran donde se segregaban a los “no blancos”.