La ex presidente de la Comunidad de Madrid (des)Esperanza Aguirre ha regresado a la primera línea de la putrefacta política española. No sabemos si arropada por su perro Pecas o sin el apoyo de este, pero lo cierto es que la señora ha escrito un artículo (tremenda intelectual la señora) en el que expresa su preocupación acerca de los últimos acontecimientos en relación a las exigencias de Carles Puigdemont para aprobar la investidura de Pedro Sánchez.
Sostiene la compañera de Pecas que “ha llegado la hora de la resistencia. Y tenemos bastantes armas para plantarle cara a la coalición de Otegi-Puigdemont-Sánchez. No las desaprovechemos”.
Pero no se asusten, amigos/as lectores/as, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid no está refiriéndose a la utilización de misiles y, menos todavía, a las destructivas armas nucleares. En su “resistencia” pretende utilizar “las armas” de la democracia.
Aunque, pensándolo bien, quizás si deberíamos asustarnos. Y es que la “democracia” de los y las herederas de Franco utilizada como arma contra quienes realmente se les opone (y no nos referimos a la socialdemocracia, inofensiva para el sistema) puede ser altamente destructiva.
La compañera de Pecas denuncia la “bochornosa y repugnante reunión” en Bruselas entre la vicepresidenta Yolanda Díaz y Puigdemont, “un delincuente, fugitivo de la Justicia” que está “crecido al ver que los líderes de la coalición PSOE-Sumar están dispuestos a todo con tal de seguir en el poder”.
En su delirante escrito, la quien aseguró, sin sonrojarse lo más mínimo, que destapó la trama Gurtel,también señala que “esas exigencias, con la amnistía, llevan consigo acabar con el régimen del 78 y considerar que desde aquel año hasta ahora los españoles hemos vivido en una asquerosa dictadura, peor que las de Xi Jinping, Kim Jong-un o Castro, que tanto admiran los comunistas del gobierno”.
Así está el panorama: la derecha más rancia y la socialdemocracia se retroalimentan, por lo que el nudo franquista continúa “atado y bien atado”. Y, mientras esto sucede, el gran capital, que es quien controla todo, asiste cómodamente y sonriente al grotesco espectáculo.