Escribo antes de la gran final pues el día histórico, para mí, ha sido hoy: el de romper el hielo, el de más combates y el que ya Mijaín López hizo historia por colocarse en el podio olímpico por quinta ocasión. Predestinado al Olimpo, o más fuerte que Obelix, o por compromiso sempiterno con la gran familia que tiene en su país. Particularmente, no he visto casi sus combates en vivo. Ya había decidido no verlo y solo lo haría en las retransmisiones, si ganaba. Debo estar muy vieja para tanta cobardía o definitivamente soy lo suficientemente penca para perderme vivir la historia en directo. Puede ser. Lo asumo.
Y lo asumo porque aunque ya no rondo el ámbito deportivo en mis labores cotidianas, soy una apasionada feliz del deporte y lo digo: yo no quería que Mijaín fuera a París. Prefería que fuera Pino, que lleva años esperando, porque le ha tocado vivir una Era dominada por el Gigante de Herradura y le ha tocado esperar y ayudarle, y casi que se le acaba el tiempo. Yo no quería vivir las redes llenas de noticias sobre él, ni ver la entrevista acostado con no sé qué cosa puesta en las piernas, ni haber escuchado la noticia de que no sería el abanderado en sus últimos juegos olímpicos. Yo no quería vivir una derrota ni un bronce augurado por las malas aves, de quien ha sido Rey absoluto.
Porque Mijaín es símbolo del deporte revolucionario cubano, y no lo digo yo porque quiero politizarlo: lo dice siempre él, agradeciéndole a Fidel y a la Revolución que han hecho posible que pese a todo, haya deporte en Cuba, aunque hoy sean más las individualidades que lo colectivo. Yo quería preservar al símbolo, victorioso, invencible, de ese deporte que ha tenido que sufrir todas las guerras, todas en su contra, por representar a un país socialista, por ser el único del Tercer Mundo que con una filosofía diferente, basada en el honor y no en el dinero, que llegó a estar entre los cinco primeros en Barcelona 92, y luego entre los 10 primeros, hasta que ahora batallamos por estar entre los 20.
La guerra para desmontar el sistema deportivo cubano, afectado en buena parte de su infraestructura por el bloqueo, la caída del campo socialista y otras decisiones internas que han podido manejarse mejor, ha desangrado lo que con tanto esfuerzo se ha construido, y se mantiene por deportistas como Mijaín y por entrenadores que lo dan todo. Y es cierto que no es el único, pero es el símbolo de resistencia, de perseverancia, de lo imposible que se alcanza, el que ha vencido las barreras una y otra vez. Es el deportista historia y no solo de nuestro país. Yo lo hubiera cuidado, como se cuida a los símbolos patrios, y no por temor a la derrota, sino porque la dimensión de ese atleta que ha vencido a todos ya es más relevante en el ámbito del ejemplo, que en obtener o no una medalla más, y no lo hubiera expuesto así, a sus más de cuarenta años -mi edad- so pena de lesionarlo o verlo caer. Porque no es un secreto que hay muchos que desde antes de los juegos ya lo vieron caer, ser bronce, no clasificar, en fin… (Por cierto, nadie lo ha pronosticado desertor….es el único acierto de los pronósticos foráneos, porque saben que con ese no hay casualidad).
Yo no quería verlo competir contra el chileno Yasmani – porque él decidió ser chileno, y porque ante todo para mí la lealtad a la bandera patria tiene mucho más valor-, aunque hoy diga que es su hermano, siguiendo la ruta “conciliatoria” en la que se asume normal el robo de atletas y natural el enfrentamiento entre “coterráneos”, pues todo queda en casa… Y no es verdad: ya no es la misma casa, no comparten los mismos valores, ni pasiones, ni suertes… Cada quien asume su decisión y creo que es más sincero hacerlo, que jugar a dobles tintas. No es que sea belicosa, es que se nos olvida leer a Fidel (por cierto, que pudiera tratarse con más calor en estas lides). La diferencia de un atleta cubano y otro, está en el país que representa, en representar una isla insumisa, que no se vende, que no deserta de sí misma… Y si eso le pesa al atleta, entonces parte rumbo al sueño individual, que es legítimo y hoy día casi un deber -y abandona el colectivo que apostaba por otros valores. Es algo así como que nos encanta leer «La Iliada», pero el honor ya no está de moda, solo en libros. No están de moda los valores verdaderos del olimpismo, aunque hay atletas honorables.
Los medios “alternadores” – no alternativos- pasan la mano con titulares igualmente conciliatorios y nos los tragamos: ¡qué maravilla, dos cubanos…! Y la desideologización nos come por una pata…. Ahorita hay que aplaudir a un desertor y pedirle que nos represente, total, si al final, es cubano. Hay que leer a Fidel, hay que quitarle el polvo a su legado a la filosofía del deporte que demostró que sí era eficiente, y por eso se empeñaron en destruirla con la compra de sus talentos hechos y los que venían en formación. Porque el deporte revolucionario de un país socialista no puede construirse sobre las bases del deporte rentado, porque al final siempre pierden los pobres, los de menos recursos. Si la virtud de nuestros atletas ha sido siempre la dignidad, ¿por qué no hablar de ello so temor de ser criticados por “dar muela política”, o politizar el deporte, cuando las primeras medidas políticas agresivas sobre él, después de 1959, no las generó Cuba? ¿Por qué hay que adaptarse a ser como un mundo del que siempre fuimos distintos orgullosamente? (Y no nos ha ido mejor tampoco tratando de ser como ellos) Cuándo desistimos de ser la alternativa, de pedir y soñar la sede olímpica, de crecer desde dentro, de llorar apasionadamente las derrotas y no salir con cara de atleta superado: aquí no ha pasado nada, la próxima vez será, como si de este lado todos a los que ellos representan tuvieran necesariamente que acostumbrarse.
Soy testigo de los esfuerzos de los deportistas nuestros, de los que aquí guapean todavía por convicción y no solo para hacer carrera y luego abandonar delegaciones o contratarse fuera para crecer y luego caerle a rematazos a sus compañeros y entrenadores cubanos, presumiendo el resultado de un Primer Mundo y desdeñando la raíz, porque no se subsana el corazón con el “yo soy cubano”. Te hubieras quedado a competir por Cuba. Usted ahora representa otra bandera y por decisión propia.
Porque el mundo sin fronteras del que hablaba Lennon no existe aún, desgraciadamente; porque para que exista tiene que dejar de existir hambre, guerras, desigualdades; porque para ser un «ciudadano» del mundo, te tienen que doler las injusticias y debes estar dispuesto a combatirlas donde sea. Y ese, compañeros, no es el caso.
Quizás para algunos ojos, esté fuera de la línea que se sigue hoy en estos temas. Pero vayan a Fidel, y verán cuál es su línea. Y no se trata del momento histórico: hay valores verdaderos que son de todos los tiempos como la lealtad y la dignidad. Al menos esa era la esencia del movimiento deportivo revolucionario fundado por Fidel. Lo demás, es cualquier cosa menos eso. No juguemos el viejo juego olímpico de pensar que las ideas del Comandante están fuera de moda en el deporte. Eso es parte de la guerra que se nos hace. Es agosto. Estamos camino a su centenario. Rescatémoslo para los niños que están iniciándose hoy y serán los campeones dentro de par de ciclos.
Por esas cosas es que no hubiera llevado al Mija, a quien quiero un mundo y no me perdonaría no haberlo cuidado más por el afán de una medalla para el puesto 20. Pero el hijo de Bartolo es un ser de otra galaxia que se ha encargado, a pesar de todo mi nerviosismo, a pesar de no asumir su presencia como simple show deportivo, sino como símbolo de un país que si algo necesita es cuidar de sus símbolos, que con él no hay invento.
Y ya lo hizo. Ya trascendió. El chileno ni ganando pasaría de ser una sombra en la Era de Mijaín, porque aunque parezca que mañana termina, justamente por todo lo que representa, es que comienza.
(Tomado del muro de Facebook de la autora)