Las elecciones europeas, que a primera vista eran intrascendentes por cuanto elegían un Parlamento sin competencias para un pueblo europeo inexistente (ni hay Constitución, ni se votó la integración en la UE), han arrojado resultados que suponen una contundente bofetada política a las élites que gobiernan los principales Estados europeos.
El primer golpe ha sido la elevada abstención en toda la UE, sobre todo en los países de la órbita de la ex URSS, donde la participación ha sido inferior al 30%, y significativamente más baja que en elecciones anteriores. En el Estado español, la participación ha bajado 20 puntos desde las primeras elecciones (del 69 al 49%), ha sido 11,5% inferior a 2019 y más de la mitad de los electores no ha votado.
El segundo, es la debacle de los partidos que respaldan a los ejecutivos de los principales países europeos, Francia, Alemania o Bélgica. Es cierto que la derrota, como estaba previsto, se ha producido a manos de la extrema derecha, pero hay que preguntarse, ¿extrema derecha con respecto a quiénes?
El escenario político en la UE está marcado por unos gobiernos que, con la excepción de los de Hungría y Eslovaquia que se oponen a la guerra contra Rusia y a la agenda 2030 – habiendo sufrido el primer ministro de este segundo país un intento de asesinato – respaldan la política de la UE con la que colaboran activamente desde sus países. Políticas activas que, desde la pandemia Covid a las sanciones-boomerang contra Rusia, han conducido a:
- una aceleración sin precedentes de los mecanismos de control social – incluida la censura.
- la corrupción más escandalosa de sus élites.
- la destrucción de empleo y la intensificación de la precariedad laboral.
- la desindustrialización y hundimiento de la pequeña y mediana empresa, en particular de la agricultura, la ganadería y la pesca.
- el incremento del precio de la energía y la subida de los tipos de interés que han hundido a familias y empresas.
En este escenario, además, la UE y sus gobiernos han llevado a cabo políticas de apoyo al genocidio sionista y de represión de la solidaridad con Palestina, así como incrementos sin precedentes del gasto militar y del envío de armas al gobierno fascista de Ucrania. Todo ello, mientras exhibían el vasallaje más indecente al imperialismo anglosajón y hablaban abiertamente de “economía de guerra”, de introducción del servicio militar obligatorio y de la “inevitable” guerra de la OTAN contra Rusia.
Más allá de etiquetas, este es a grandes rasgos el contenido material de las políticas gubernamentales que ha rechazado, con su abstención o su voto, la ciudadanía europea. La modificación en la composición de las élites – próximas elecciones en Francia, Bélgica y Alemania – no arrojará grandes cambios si no vienen alimentados por el auge de la movilización popular que se ha expresado, a tientas y casi a ciegas, contra políticas contrarias a sus intereses.
Este es, objetivamente, un escenario político cada vez menos estable para las clases dominantes, que ven hundirse la credibilidad de las marionetas políticas que les sirven, y que viene determinado por un malestar social creciente. Malestar social como resultado del deterioro galopante de las condiciones de vida de la clase obrera y sectores populares, unido a la percepción de que el futuro inmediato será aún más negro. No en vano la oligarquía mundial reunida en Davos se ponía como objetivo “recuperar la confianza”.
Ante el terremoto desencadenado por unas elecciones europeas, en teoría anodinas y en las que todo parecía bien atado, los tiempos se aceleran y aparece con mayor evidencia la ausencia, prácticamente total, de referente institucional de la izquierda. En el Estado español, los enanitos del PSOE, Sumar y Podemos, se debaten en su charco intentando sacar de la chistera un improbable nuevo conejo que encandile a la ciudadanía.
La realidad es que la inmensa mayoría, quienes trabajan en la precariedad y la alternan con el desempleo, quienes hacen que la vida se reproduzca cada día, carecen de referente político, tanto institucional, como extraparlamentario. Ese es el polvorín sobre el que están sentadas las élites que intentan gobernar la crisis capitalista, y que intentarán, como en otros periodos históricos, recurrir al fascismo, ya sea la extrema derecha, o a la militarización social con el surgimiento de una “nueva pandemia”, “emergencia climática” o directamente la guerra.
Ese es el campo de trabajo de los comunistas. No cabe rasgarse las vestiduras ante un escenario más que previsible de desestabilización social. Ese es el caldo de cultivo de procesos revolucionarios o de la instalación de la barbarie.
La UE desde sus mismos orígenes, la Comunidad Económica de Carbón y del Acero (1951), se constituyó como un instrumento tutelado económica y militarmente por EE.UU para confrontar con la URSS y con el socialismo, basándose en la dominación colonial sobre todo de los pueblos africanos. Ahora, despojada de cualquier elemento de legitimación social o democrática, muestra de forma descarnada su esencia de instrumento de dominación y de guerra de la burguesía imperialista.
La participación en sus instituciones, subvencionada a precio de oro en proporción directa a la ausencia de cualquier atisbo democrático, no sirve más que para confundir y desviar a la clase obrera de sus objetivos: salir de la UE y de la OTAN y preparar la revolución social.
Nuestra tarea prioritaria es ayudar a la clase trabajadora a comprender que la explotación de su fuerza de trabajo se incrementará en el futuro inmediato con la culminación de la destrucción de los servicios públicos en aras de una economía para la guerra, en la que la juventud obrera será carne de cañón.
La ausencia de referente institucional de “izquierda” no es una mala noticia. Significa que al poder se le empiezan a agotar sus flautistas y que el referente político de la revolución sólo puede salir de las entrañas de la clase obrera.
La realidad pone la semilla de la conciencia. Alimentar su desarrollo y ayudar al parto es nuestra tarea.
12 de junio de 2024
Coordinación de Núcleos Comunistas