Nayib Bukele, presidente de El Salvador desde 2019, presume de estar acabando con la delincuencia y las maras en su país. Las cifras que expone su gobierno pintan prácticamente El Salvador como un idilio latino en el que ya no existen el mal, la drogadicción ni los asesinatos. ¿Y cómo ha podido producirse semejante milagro? Pues con mano dura: militarizando las calles, llenándolo todo de policía, juzgando a los delincuentes sin la menor garantía (a veces, a cientos de ellos a la vez)… y, por supuesto, maquillando los datos oficiales.
Así, todos contentos: los banqueros salvadoreños no tienen nada que temer del gobierno, y los jóvenes salvadoreños no tienen nada que temer de las maras… solo de los abusos de una policía a la que se le ha otorgado carta blanca en las calles. Pero las mismas ONG que clamaron al cielo ante presuntas violaciones de “los derechos humanos” en Cuba y Venezuela (con razón, ya que en tan preclara declaración figura, cómo no, la sacrosanta «propiedad privada») ahora, casualmente, callan.
No es de extrañar que este delirante Bukele, tras engañar a la juventud de su país animándola a invertir en el bitcoin (ahora en caída libre), dilapidando además parte del erario público en lo mismo; tras exonerar de impuestos a las grandes compañías tecnológicas; tras inundar las redes sociales de fake news y demagogia caudillista, y tras romper relaciones (incluso diplomáticas) con la Venezuela bolivariana (llamando a Maduro… ¿“genocida”?), no haya recibido la menor sanción comercial por parte de EE UU o la UE. Es más, en cada vez más foros se pinta a Bukele, el presidente de un modesto país de 6 millones de habitantes, como una insólita y genial alternativa que debería ser imitada en la región… y más allá de ella. ¿Siguen creyendo ustedes en las casualidades?
El problema no es solamente Bukele, sino el bukelismo. Actualmente se están celebrando elecciones presidenciales en Ecuador, donde el antiimperialismo correísta podría volver a tomar el gobierno. Sin embargo, sus adversarios, como el candidato Jan Topic, hacen girar la campaña en torno al manido problema de la inseguridad ciudadana. Un problema sin duda real, pero que, naturalmente, solo podrá superarse desarrollando el país y erradicando la pobreza (para lo cual es necesario expropiar la riqueza).
La inseguridad, por supuesto, existe. Y ese es justamente el problema del desviacionismo: que no miente, sino que se aprovecha de problemáticas sociales reales para distraer la atención de las verdaderas soluciones a dichos problemas. Las cuales pasan, naturalmente, por una redistribución económica, sobre la base de la nacionalización del sector financiero, la creación de trabajo desde el Estado y la planificación racional de la economía. ¿Hará Jan Topic algo de esto si preside el país? ¿O más bien alentará a algunos policías de gatillo fácil a hacer demagogia populista en las calles, mientras reproduce cada día la pobreza, la desigualdad y el capitalismo que luego hacen crecer fenómenos como la droga, el paro juvenil o la delincuencia (se maquillen, o no, las estadísticas oficiales)?
De hecho, para frenar los proyectos que apunten en una dirección diferente y antiimperialista, nunca faltarán los interesados en promover candidaturas centradas en “la delincuencia” y no en “las causas sociales de la delincuencia”. Como si pudiera erradicarse un efecto sin erradicar sus causas. Algo parecido sucede en España con Roberto Vaquero, que ha descubierto que puede sumar más y más votos si, en lugar de hablar de la nacionalización de las grandes empresas, denuncia día y noche la delincuencia callejera ligada a los “menas”, los “moros” y la “inmigración descontrolada”. No es de extrañar que este ex-comunista, tras renegar primero de Cuba y Venezuela (que resultaban ser “poco socialistas” para sus exigentes estándares), haya decidido convertir ahora al tal Bukele en su referente.
En política, no existen los atajos ni los bálsamos de Fierabrás: la delincuencia procede de la pobreza. Y la pobreza procede el capitalismo. Ir a las causas, romper con el oficialismo, hablar claro… todo ello suena muy bien, pero implica destapar esta relación de causa y efecto, en lugar de quedarse en la superficie de los fenómenos vendiendo el alma al diablo por un puñado de votos, mientras los grandes oligarcas comen palomitas observando la guerra del último contra el penúltimo.