Alfonso Guerra, comisario de la exposición en Sevilla sobre los hermanos Machado, ha declarado que busca promover la idea de que la guerra civil española “no fue una guerra entre hermanos”, enfatizando la supuesta reconciliación entre los hermanos Antonio y Manuel Machado. El negacionismo de la historia llega a ser monstruoso, ante el hecho irrefutable de que ambos se alinearon en bandos opuestos durante el conflicto.
La milonga de que la guerra fue (o no fue) un enfrentamiento entre hermanos puede sonar atractiva y rompedora para la progresía. Sin embargo, no es este el verdadero debate, sino una estéril distracción que supone, de hecho, un burdo negacionismo de la historia, al desdibujar la realidad de la lucha de clases. Porque, efectivamente, no fue una guerra entre hermanos… sino entre clases. Otra cosa es que dos hermanos se alinearan con distintas clases sociales “para sí”.
Antonio, un defensor de la República, del Frente Popular y de las reformas sociales, se opuso a las fuerzas franquistas que buscaban aplastar la revolución. Escribió poemas a Líster y a la URSS. Y murió huyendo hacia el exilio con masas de republicanos. ¿Cuándo, entonces, le dio tiempo para “reconciliarse” con su hermano? Manuel, por el contrario, se arrimó al sol que más calentaba, defendiendo a los señoritos y latifundistas, escribiendo un soneto a Franco, otro a José Antonio y sumándose al bando sublevado, que le dio cargos en la Hemeroteca y el Museo Municipal de Madrid durante la dictadura.
Luego podrá matizarse si la relación entre ellos fue mejor o peor. Lo que está claro es que la historia no puede ser simplificada a una narrativa pueril de amistad y reconciliación cuando, de hecho, existieron profundas discrepancias ideológicas que llevaron a los hermanos a tomar caminos opuestos. Esta exposición desenfoca totalmente el contexto histórico real de un conflicto que no fue solo militar, sino también ideológico, cultural y social.
El comisario de la exposición menciona que esta visión busca desactivar “la enemistad” y promover un entendimiento más amable del pasado, como si ambos bandos de la guerra fueran equiparables. ¿También habría que decir que los nazis y los antifascistas fueron equiparables en la II Guerra Mundial, con el argumento de que “ambos mataron”?
Ignorar el sufrimiento, la injusticia social y la represión franquista durante décadas perpetúa un ciclo de negación que, en el fondo, lo que pretende es suavizar las tensiones entre clases sociales que todavía persisten en la sociedad española actual, como ahora que los inquilinos se levantan contra los rentistas. La despolitización de la historia, al presentarla como un culebrón familiar entre dos hermanos, perpetúa la ignorancia y sorprende por su enfoque simplista. Pero ¿qué otra cosa podía esperarse de alguien que, como Guerra, formó parte de un gobierno manchado por la corrupción, los fondos reservados y la cal viva?