Dicen los fascistas de nuestros tiempos que, si se oponen a los migrantes lo hacen por su propio bien o, si no cuela, por el bien del proletariado. Dicen que los migrantes son explotados por la burguesía, y que no pueden permitirlo. Pero dicen, también, que los migrantes son empleados por el “capital financiero” para oponerse al proletariado, pues son útiles para aumentar la competencia y reducir los salarios.
Como consecuencia lógica de sus planteamientos, añaden que no oponerse a los migrantes es defender y ser partícipe de la ideología del capital financiero, pues la migración se genera en su interés. Así, oponerse al capital financiero, que es presuntamente apátrida, significa militarizar las fronteras, impedir la migración “ilegal” y expulsar a los migrantes que no pueden ser asimilados, esto es, que no pueden ser confinados al centro de producción de poder de la burguesía, a la explotación asalariada. Los fascistas se oponen al capital aceptando la migración “legal”, la que puede ser asimilada como medio de producción de poder de la burguesía, y rechazando la “ilegal”, aquella que pone al descubierto los límites de ese poder, su crisis y la de toda la sociedad capitalista.
Oponerse a ese capital financiero es, según la visión de esos fascistas, emplear el estado militarizado del capital financiero para negar los fundamentos del poder que hacen de ese estado una herramienta útil y efectiva contra la migración. Oponerse al capital financiero es reforzar un estado en un sentido en que se debilitaría a sí mismo, por hacer frente, supuestamente, a la lógica que lo constituye. El materialismo más vulgar parece una doctrina de lo más avanzada frente al materialismo fascista: golpearse constantemente contra un muro, pues es previo a la conciencia que tenemos sobre el mismo y, por ello, no derribable.
Las cosas, sin embargo, son muy diferentes. Las personas migrantes lo son porque son obligadas a ser desplazadas por el capital, claro. Pero no serían migrantes, en un sentido de sujetos devaluados, proletarios empobrecidos y desposeídos, útiles de manera especial para el capital, si las sociedades receptoras no fueran clasistas, excluyentes y racistas. El movimiento migratorio generado por el capital requiere de una sociedad de clases medias empapada de ideología antiproletaria para ser efectivo. Para que el migrante sea un sujeto devaluado útil al capital es necesario que sea excluido, negado somo sujeto igual, de pleno derecho. Así, la ideología complementaria del capital financiero a la que aluden los fascistas es precisamente la ideología capitalista, que excluye al migrante; y, más específicamente, la ideología fascista, que, casualmente, se expande en tiempos de crisis capitalista en los que los migrantes son convertidos en el chivo expiatorio al que atacar, por no poderse “integrar” en las sociedades receptoras porque, directamente, son expulsados, cuando no amedrentados y abordados por los fascistas.
El muro contra el que golpean los defensores del materialismo fascista es el de pretender apagar un conflicto echando más leña al fuego, y calcinando por completo las posibilidades de su superación. Sobra decir lo evidente: si el capital es el que genera la migración, la superación del fenómeno no vendrá con más estado y más capital. El principio más elemental del materialismo marxista dice que nuestro deber no es interpretar el mundo y, por ende, postrarnos frente a él, sino que transformarlo, hacerle frente. En este caso, interpretar el mundo significa aceptar la migración como un mal insuperable, al que hay que interponer barreras; significa comprender al migrante como el enemigo a batir, como el origen de todos los males que nos acechan. Interpretar el mundo es doblegarse ante los supuestos hechos estadísticos que dicen que los migrantes roban o realizan agresiones sexistas. Hechos que, aunque fueran verdad, no justificarían, en ningún caso, una posición antimigrantes, pues son hechos que no pueden ser explicados con la migración, pero, además, son hechos que no dejarían de existir aunque se impidiera la migración. La migración sólo sería un velo para ocultarlos, y una posición de confrontación contra los migrantes, otra forma de perpetuarlos; a los migrantes, como sujetos devaluados, y a los hechos que supuestamente están asociados a ellos. Y, como no, a quienes alimentan esa confrontación, como perros defensores del capital.
Transformar el mundo consiste, al contrario, en abordar los problemas de raíz, y en buscar la estrategia adecuada para su superación. Si los males que comúnmente son asociados a la migración se comprenden como lo que verdaderamente son, como males producidos por el sistema capitalista, asociados a su miseria e incrementados a medida que se desarrolla y extiende el proceso de proletarización, la posición política adecuada sólo puede ser hacer frente a esa realidad, con las armas que tenemos a nuestro alcance, alineando al proletariado a la estrategia comunista de unidad de lucha contra la burguesía y su sistema de producción de miseria. Aquí y ahora, los tiempos exigen recuperar el principio fundante de la Primera Internacional: unidad internacional del proletariado, lo que significa igualdad de derechos para el proletariado migrante con el objetivo inmediato de anular el poder del capital, sostenido en la división y enfrentamiento interno de la clase obrera, y organización contra el capital. Quienes actúan frontalmente contra estos principios básicos del comunismo, atacando las posibilidades de expandir la organización comunista, y lo hacen de manera organizada, incluso empleando la violencia contra los sectores proletarios más indefensos, dime tú si no son fascistas. Aunque pueden probar a cambiar, una vez más, la definición de fascista. ¿Cómo era aquello de que por mucho que cambie la concepción, no cambia la realidad?