Julian Assange: su «delito» es la verdad
POR LA LIBERTAD DE JULIAN ASSANGE Y DE PABLO GONZÁLEZ. CONTRA LA EXTRADICIÓN A EE.UU.
Los casos de Julian Assange y Pablo González demuestran que los derechos humanos en el Occidente son una farsa cuando te metes con los poderosos.
Julian Assange lleva ya más de cuatro años en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, en Londres, a la espera de ser extraditado a Estados Unidos. Allí se enfrenta a un juicio por presunta revelación de secretos y a una condena de 175 años de cárcel. Antes de Belmarsh, soportó siete años de cuasi pri- sión en la embajada de Ecuador en Londres. En ese momento, también esta- ba siendo procesado por una supuesta violación en Suecia; la investigación se abandonó después de nueve años sin que se presentaran cargos…
Mártir del Occidente «libre»
El «delito» de Julian Assange está más claro que el agua. Dijo la verdad, demasiado a menudo, demasiado alto, y en algún momento el suelo se calentó bajo los pies de los poderosos. Por muchas razones, el caso de Julian Assange es un caso de flagrante fracaso de la justicia y un escándalo para los derechos humanos en Europa. En ningún otro caso se acumulan tanto las rarezas y los fallos del sistema judicial. El hecho de que Julian Assange sea probablemente el periodista más importante de las últimas décadas, denunciante de una serie de crímenes de guerra y corrupción al más alto nivel del Estado, premiado muchas veces y nunca refutado, convierte su caso en un juicio político y a él en un mártir del Occidente libre. Que está sufriendo un martirio, en el «Guantánamo británico», ya lo señaló hace años el ex Representante Especial de la ONU para la Tortura, Nils Melzer. Julian Assange está sometido a una cruel tortura psicológica que lo corroe y empeora cada vez más su salud. Sus manipuladores en Estados Unidos aceptan que morirá. El caso Assange es también una advertencia a los colegas periodistas para que no se excedan en la búsqueda de la verdad.
Julian Assange se ha convertido en un barómetro de los derechos humanos en un Occidente supuestamente tan libre. Su estado de salud es también la curva de temperatura de nuestra libertad. En su persona culminan precisamente las preguntas contemporáneas sobre el estado de la democracia que podrían preocupar a la opinión pública. ¿Qué pasa con la soberanía del ciudadano en una democracia cuando la crítica a los políticos poderosos, los servicios secretos y las operaciones militares se castiga con la privación de libertad?
Por definición, no puede haber disidentes en una democracia. Porque en una democracia, el individuo mismo es el portador de la soberanía y la desviación del consenso mayoritario es una expresión de esta soberanía. Como no podéis refutar a Assange, intentáis silenciarlo de otras maneras. ¿Qué pasa con el principio de transparencia? Sin derecho a la verdad, no hay libertad. Sin acceso privilegiado a la verdad, el ciudadano no puede tomar decisiones.
El coraje es contagioso
El caso de Julian Assange ilumina con dureza la tarea cívica que ninguno de nosotros puede eludir. Tenemos que salvar una democracia moribunda y todo lo que va unido a ella: una prensa enferma, un poder judicial partidista, el decaído espíritu democrático. Sólo si se invierten las condiciones actuales tendremos, nosotros y Julian Assange, nosotros y Pablo González, una oportunidad de libertad. Sólo en la medida en que luchemos por nuestra libertad, liberaremos también a Julian Assange pieza a pieza. La mejor manera de hacerlo es siguiendo su esclarecedor ejemplo y denunciando los abusos con toda claridad. Confiemos en que la luz del sol de la transparencia es el mejor desinfectante que tenemos a nuestra disposición. Sólo así los derechos humanos volverán a brillar y se revelarán como lo que realmente son: derechos garantizados y exigibles del individuo frente al Estado, en lugar de frases untuosas en tiempos de vacas flacas.
Adaptación libre del texto de MILOSZ MATUSCHEK, 3 mayo 2023, con motivos del Día Mundial de la Libertad de Prensa.