La dimisión del primer ministro británico, Boris Johnson, para nada ha sido voluntaria. Empujado por las circunstancias, de sobra conocidas, se ha visto obligado a renunciar a su cargo.
El primer ministro británico ha comparecido en el número 10 de Downing Street y ha expresado palabras como estas: “El grupo conservador del Parlamento ha dejado clara su voluntad que tendría que haber un nuevo líder de esta formación y un nuevo primer ministro”.
A partir de este momento, se iniciará un proceso para elegir al líder conservador y un nuevo primer ministro. Obviamente, con la dimisión, esa cárcel de naciones llamada Reino Unido se habrá librado de un peligroso bufón, pero lamentablemente continuará siendo sumamente reaccionaria en lo interno e imperialista. Cambiará el cuadro que cuelgue en la pared; la pared carcelaria seguirá siendo la misma.
Johnson ha expresado también que hoy mismo ha nombrado a un nuevo gabinete, aunque ha añadido: “lo dirigiré hasta que se escoja un nuevo líder”. Y en un ramalazo de hipocresía y cinismo: “he luchado tanto por seguir en este mandato porque creía que era mi deber y mi obligación con el pueblo británico”.
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