Pocos han contribuido más al desprestigio de la monarquía como la propia familia real. Repasar uno a una sus componentes es un viaje a la decadencia y a la desvergüenza. Desde ex-cuñados cocainómanos y ladrones, a hermanas «que no se enteran de nada» y simpatizan con la extrema derecha, a sobrinos a los que hay que regarle títulos y tapar noches agitadas, a esposas que van por libre, a padres defraudadores de Hacienda y con puteríos diversos. El catálogo es infinito y solo la permisibilidad de un país generoso hace posible que los Borbones sigan ahí, apoyados -obviamente- por la oligarquía financiera, la iglesia y la institución militar (¿no recuerda esto a siglos pasados?).
Efectivamente, el avance de la Tercera república se da desde personajes siniestros como el tal Juan Carlos, muñidor y títere de la instalación del Régimen del 78, el mismo que Franco dejara bien atado. Su visita relámpago a Sanxenxo y Madrid a medir qué hay de lo suyo, debería hacernos reflexionar que su presencia en Zarzuela es mucho más productiva (para el cambio de Régimen) que estando en Abu Dabi. El personaje es una bomba de relojería, por eso las huestes de su hijo Felipe lo quieren lejos. Es un error que siga a tantos kilómetros con lo que podría ayudar ese hombre a la llegada de la Tercera. Si Corinna consigue finalmente sentarlo en un banquillo en Londres (en España la justicia y las leyes lo protegen y no es posible), sería otro paso para hacer sonar el himno de Riego desde la Puerta del Sol. Que se quede!