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MARCELO COLUSSI. Carta de un hombre común

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MARCELO COLUSSI. Carta de un hombre común

“El trabajo hogareño embrutece a las mujeres.”

Nechi Dorado

Una larga y muy rica conversación con la reconocida poetisa argentina Nechi Dorado motivó este texto. Fue ella quien, tajante, en ese intercambio observó que el trabajo hogareño, por cierto no remunerado pero indispensable para el funcionamiento del sistema, y en la gran mayoría de los casos hecho por las mujeres, embrutece al colectivo femenino, que es quien, casi resignadamente, lo realiza a diario. Así lo afirmó, de ahí su cita en el epígrafe. Rutinas agotadoras, necesarias sin dudas, pero nada creativas, el esclavismo hogareño al que las somete, todo ello condena a las mujeres a un estado de mansedumbre acrítico y falta de desarrollo personal total. Después de paridos los hijos, el mismo deseo sexual se va extinguiendo, y lo único que va quedando es la telenovela barata o el chisme con las vecinas. Hay que reinventar todo esto: la familia, las relaciones interpersonales; la sociedad, en definitiva. La actual cultura machista-patriarcal, funcional al capitalismo, torna muy difícil ese cambio. ¡Pero es imprescindible cambiar! Producto de esa charla surgió este escrito.

____________

Carta de un hombre común

Soy un varón como tantos otros. Digo “varón” y no “hombre” porque, tal como alguna vez me lo hicieron notar, al menos en español el término “hombre” no puede (no debe) ser sinónimo de “humanidad”. Se presentifica ahí un arrogante prejuicio patriarcal.

Al decir “un varón común” quiero significar: sin nada en particular que destaque. Un ciudadano común, cisgénero, con iguales derechos y deberes que otros, con penurias y alegrías comunes, con sueños seguramente comunes. No soy multimillonario triunfador, ni artista famoso ni ganador de algún premio Nobel. No cargo medallas ni exhibo lujosos yates de varios millones de dólares. Contrariamente, me reconozco similar a los que vivimos de un salario, tenemos deudas y no entramos en los récords Guinness. No puedo hacer ostentación de nada. Y, aunque cueste reconocerlo -pero hay que hacerlo-, estoy cargado de tabúes y prejuicios como todo el mundo. Con el agregado que pretendo -quizá sin lograrlo, no lo sé- cuestionar y cuestionarme esa carga. Creo que me define perfectamente aquella frase de Einstein: “De dos cosas estoy seguro: de la infinitud del universo y de la infinitud de la estupidez humana …, aunque de la primera no tanto.”

Como tantos varones comunes fui criado en un ámbito machista (“los hombrecitos no lloran; los hombres son el pater familiae, la figura fuerte de la casa”, “los machos deben saber llevar bien puestos los pantalones”). Esto último, lo confieso, me trajo un cortocircuito cognitivo, porque hoy día casi ninguna mujer también deja de llevarlos. Y además, los hooligans -esos asesinos repugnantes que se creen muy “machos”- también usan falda, sin ropa interior por debajo. No lo entiendo, lo confieso… Como tantos varones comunes también, digo que no soy machista, del mismo modo que decimos que no somos racistas. Pero, curiosamente, el ideal de “triunfador” (la estupidez esa que nos han impuesto, cuestionable de cabo a rabo) es un “hombre blanco y heterosexual”. ¿No hay racismo allí, incluso homofobia? Decimos que no somos machistas, pero si nos casamos por el registro civil, la mujer agrega a su apellido de soltera el de su esposo, con el genitivo “de” (pasa a ser la Sra. “de” Fulano); ¿propiedad privada? Eso no le pasa a los hombres. ¿Cómo que no soy machista?

Como tanto varones (¿como todos?) no dejé de visitar alguna vez prostitutas, habiendo empezado a fumar y a beber en épocas adolescentes, cuando se siente la imperiosa necesidad de ser hombres, machos consumados. De ahí la casi obligada visita a un lupanar. Hoy día es cierto que también ya hay prostitutos, strippers, pero la proporción es infinitamente menor. El cuerpo femenino definitivamente sigue siendo un territorio a “conquistar” por los machos.

Como tantos varones alguna vez no dejé de orinar en la calle (como travesura, claro); ni de piropear a alguna mujer, ni de protestar airadamente -aunque no supiera bien por qué- ante la presencia de un homosexual. Para ser  un “verdadero” hombre, un macho que sabe llevar bien sus pantalones, se debe abominar de los homosexuales. Pero ¡oh!, cosa curiosa: las mujeres trans (llamadas bastante peyorativamente “travestis”), a las que no le quedan muchas más opciones laborales que prostituirse, reciben como clientes siempre a “verdaderos” hombres, muy machitos, pero que buscan relaciones activas y pasivas, aunque luego denigren a esas “maricas”, quizá golpeándose el pecho en alguna iglesia, mostrándose muy sacrosantos. ¡Recórcholis! ¡Oh, cáspita! ¡¡Qué difícil de entender está eso!! ¿Dónde que la tan pregonada hombría?

Como tantos varones (¿como todos?) no cumplí con el mandato bíblico que dice “no codiciarás la mujer de tu prójimo”. Por cierto, mandato muy machista, porque se refiere solo a transgresión masculina, dando a entender que solo los varones pueden cometer esos “pecados”. Las mujeres, las “verdaderas” mujeres, son santas y puras (¿cómo la Virgen María, que engendró un hijo sin copular?) y no cabe que puedan andar pensando en tamañas cochinadas indecentes. Aunque alguien dijo alguna vez, entiendo que sarcásticamente, que las únicas mujeres inmaculadas son la madre, la hermana y la novia. Pero ¿por qué se venden tantos anticonceptivos, aunque el Vaticano se oponga? ¿Alguien me lo podrá explicar? O ¿será que este ámbito de la vida sexual es mucho más complicado que “santidades” y “pecaminosas/os”? Creo que somos (todo el mundo) o, mejor dicho, nos tienen apegados a un discurso patriarcal en este ámbito, que no nos permite ver muy claramente la situación. Como dijo alguien alguna vez: ¿cómo es posible que la vida sexual de las mujeres pretenda estar regida por lo que deciden unos cuantos viejitos misóginos, que han hecho voto de castidad, y desde Roma pretenden decidir lo que es bueno o no para ellas?

Tengo que reconocer: en realidad no me siento ni bien ni mal por todo eso. ¿Culpable? No sabría decirlo…. ¿culpable de qué? En realidad, lo que ahora me mueve a escribir esta carta abierta es lo que me motivó esa charla con Nechi, y el consecuente interés por compartir preguntas (aclarando que no tengo las respuestas) respecto a todas estas cosas que nos parecen tan naturales: el piropo, la prostitución, la hombría, el poder. Preguntas que, en realidad, no nos hacemos muy a diario, pero que sería bueno no olvidar de formularnos. La reflexión de esta buena amiga sobre la situación de las amas de casa es para pensarlo ¿verdad? Veamos algunos datos relacionados con esa situación de sumisión:

El 99% de las propiedades del mundo (casas, automóviles, tierras, acciones, industrias, cuentas bancarias) está en manos varoniles. ¿Por qué?

Las mujeres no cobran sueldo por el trabajo doméstico (trabajo que hago siempre, pero que no puedo dejar de reconocer me resulta detestable, aunque entiendo que es imprescindible). ¿Por qué el mundo está armado así?

Cuando se separa un matrimonio en general las mujeres se quedan a cargo de la crianza de los niños, y los varones no siempre se hacen cargo de esos gastos. ¿Por qué es así?

No conozco (quizá los haya) casos de varones golpeados por mujeres; pero la inversa me asusta de sólo pensarlo. Según las estadísticas cada semana, cada día, cada hora sucede una cantidad realmente increíble de agresiones contra mujeres a manos masculinas. ¿Por qué? ¿Hasta cuándo eso? En ciertos países eso ya pasó a ser “normal”, aceptado. ¿No estamos ahí claramente ante un crimen, se podría decir: de lesa humanidad?

En ciertas culturales (había manifestado más arriba que soy de los que digo no ser racista) se da la poligamia, como hecho absolutamente normalizado, y no es un delito. Está fijado constitucionalmente incluso. Más aún: en muchos contextos culturales se arreglan matrimonios, solo entre los hombres interesados (novios y padres de la muchacha), siempre a espaldas de las mujeres. ¿Por qué? Bueno… habíamos dicho más arriba que las mujeres se siguen considerando propiedad masculina. La Sra. de…. es como decir: el perrito “de” Marcelo, la computadora “de” Nechi, la carabina “de” Ambrosio…. Una mascota, una computadora o una carabina, efectivamente tienen dueño, propietario (así es, al menos, en las sociedades con propiedad privada). Pero ¿y con las mujeres?

También en algunos lugares se practica la circuncisión femenina, la ablación clitoridiana, a partir de la ¿explicación? que las mujeres no deben gozar sexualmente, solo los hombres. O sea que el cuerpo femenino sería algo así como una cosa para solaz varonil, y para parir los hijos. ¿Por qué lo seguimos permitiendo? Invocar razones histórico-culturales, tradiciones, no pasa de hipocresía, por no decir algo más fuerte.

Como varón común y corriente a veces pienso en todo esto y me da vergüenza. ¿Podemos los varones, al menos lo que no nos consideramos esos “machos” imparables, absolutas máquinas sexuales siempre listos para tener sexo a cualquier hora y en toda circunstancia, hacer algo para cambiar esto? Si se trata de “transformar el mundo”, si seguimos pensando que ese llamado tiene sentido aún, tenemos muchísimo por hacer. Revisar el machismo puede ser una buena forma de aportar, suprimiendo esa injusticia, junto a tantas otras: las económicas, el racismo, el adultocentrismo, la idea que Europa (y quizá también Estados Unidos) es un “jardín florido” (como dijo un macho energúmeno con gran cuota de poder, en tanto alto funcionario de la Unión Europea), mientras el resto del mundo sería, según su parecer, “una jungla” -nombrada por el actual mandatario de la principal potencia capitalista como “países de mierda” (SIC)-.

Me resuenan entonces palabras de Gabriel García Márquez: “Lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar la Humanidad en el Siglo XXI es que las mujeres asuman el manejo del mundo. La Humanidad está condenada a desaparecer en el Siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo, por su incapacidad para sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso, la inversión de poderes es de vida o muerte”. En realidad, más allá de hermoso, fabuloso llamado de Gabo a reinventar el mundo, en sentido estricto no se trata de invertir mecánicamente los poderes: quienes antes eran dominadas ahora pasan a ser dominadoras, y ¡Lorena Bobbit al poder con una gran tijera aterrando a los varones por ahí! … No, no es eso. Se trata, en todo caso, de construir un mundo donde aspiremos realmente a horizontalizar los poderes. Creo que el ejemplo del zapatismo en la selva Lacandona, en Chiapas, México, es un buen ejemplo. Así como lo fueron, en sus inicios, los soviets en la naciente Rusia Socialista, en 1917. Es decir: poder horizontal, sin “mayores” y “menores”, sin “triunfadores” y “perdedores”. Yo sigo apostando por que ello es posible. Más aún: imprescindible.

Con toda modestia creo que en la búsqueda de otro mundo posible, más justo, más equitativo, la repartición de los poderes entre los géneros es un elemento de enorme importancia para lograr un poco más de equilibrio. No es la única injustica a solucionar, por supuesto: también están las mencionadas, las económicas (que siguen siendo las más definitorias de nuestra condición) y las étnicas; pero sin dudas, cosa que la izquierda tradicional no consideró con toda la importancia del caso, las injusticias de género tienen una función decisiva: las mujeres son la mitad de la población humana, y eso no es poca cosa. “Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de equiparar a la mujer”, dijo alguien de la izquierda a quien no se le dio toda la importancia que realmente merece: León Trotsky.

Democratizar los poderes no es precisamente invertirlos: es permitir que todas y todos, por igual, seamos artífices de nuestro destino común. La revolución socialista, que sigue siendo una agenda pendiente todavía -el socialismo no ha fracasado- deberá revolucionar todo, también la relación entre los géneros. Me permito cerrar este opusculito, esta carta que quizá nadie lea, y mucho menos: respond, con la cita de una gigante, lamentablemente poco conocida, la revolucionaria feminista Alejandra Kollontai, quien en los albores de ese nuevo Estado obrero y popular que abría un nuevo mundo en la Rusia bolchevique de 1917, pudo decir: “El Estado de los Trabajadores tiene necesidad de una nueva forma de relación entre los sexos. El cariño estrecho y exclusivista de la madre por sus hijos tiene que ampliarse hasta dar cabida a todos los niños de la gran familia proletaria. En vez del matrimonio indisoluble, basado en la servidumbre de la mujer, veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo de dos miembros del Estado Obrero, iguales en sus derechos y en sus obligaciones. En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante todo obreros y camaradas. Estas serán las relaciones entre hombres y mujeres en la Sociedad Comunista de mañana. Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros, goces que son desconocidos en la sociedad comercial del régimen capitalista”.

Marcelo Colussi

CdF

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