La izquierda institucional y reformista mira a la Unión Europeo como una institución que, al igual que las nacionales, puede cambiarse desde dentro. Es decir, sueñan que algún día esa progresía consiga en los distintos países europeos la suma de 361 bancas (hay 720 europarlamentarios). Mientras, se presentan a las elecciones europeas para hacer finanzas personales y para la organización (un europarlamentario tiene un sueldo base de 120.000 euros, más 4.500 euros al mes en gastos personales de oficina, otros 4.500 para gastos de viaje y una dieta de 320 euros diarios por cada día que estén en Bruselas, añadiendo secretarios, personal de confianza, etc.).
Sin embargo, es una evidencia que la U-E es un gran montaje de la clase dominante donde la Comisión Europea, que no ha sido elegido directamente por los ciudadanos europeos, tiene el poder absoluto dejando al propio parlamento como un teatrillo sin poder real. De ahí que el reparto del poder del sistema sea implacable: liberales (derecha), conservadores (derecha) y socialdemócratas (derecha).
En estos días varios temas han dejado en evidencia a la U.E., incluso en terrenos propicios para sus intereses de clase y como polo con voz propia del capitalismo al que aspira. El genocidio sionista, las negociaciones Rusia-EE.UU/Ucrania, el manejo de la energía que ha hecho y hace EE.UU para vender su gas, la respuesta anecdótica a la nueva política arancelaria de Trump, el desarrollo de la Inteligencia Artificial en el que va muy por detrás de EE.UU y China… La U.E no es nada, salvo para dar premiso Sajarov a lo más lustrado del neo-fascismo. Su papel imperialista en el tablero mundial no deja resquicios para ser siquiera una voz significativa. Salirse de ese entramado es el único camino antes de que esas voces progresistas nos digan que también su banda arma la OTAN puede cambiarse desde dentro.