Te escucho hablar del número como si hablaras de una fuerza. No hay colonizador capaz de exterminar una población superior en número. ¿Cuál es la diferencia entre invasión y colonización?, me pregunto mirando al aire entre dos sillas de una sala impersonal con el número justo de asistentes para justificar la tarde. Sería ridículo pensar en ver aparecer dos soldados por la puerta y escucharles decir: os hemos invadido. Ante la carcajada siguiente a la sorpresa, uno de ellos dispararía su ametralladora sobre nosotros reduciendo nuestro número a la suma del miedo, el ahogo, el horror, la indefensión. Nuestro número reducido al de la injusticia destructora de todas las tardes. Los soldados obstruyen la puerta y, al más mínimo de nuestros gestos, nos ametrallan.
Abandono los devaneos de mi imaginación para seguir escuchándote. Si la población palestina no solo mantiene el número sino que lo continúa aumentando, Israel no tiene nada que hacer.
Entre las sillas, intentando no resbalar sobre la sangre derramada, las mujeres intentan parir. A cada parto, uno de los dos soldados invasores lanza una granada de mano y explota un recién nacido. Es cierto que algunos han escapado a su mirada; intentan crecer bajo las mesas. Los soldados tienen un problema: solo uno de ellos puede abandonar la custodia de la puerta para asesinar a las mujeres que amamantan niños bajo los pupitres. Eso hace, pero, al hacerlo, desvía la atención, su compañero no abarca tanto espacio con la vista y una de las asistentes consigue hacer una llamada al exterior pidiendo ayuda. Los colonos intentan exterminar a los colonizados cuando estos son superiores en número, continúas, pero el pueblo palestino resiste numéricamente. Afuera se escuchan voces llamando la atención sobre lo que está ocurriendo en el segundo piso del número cuarenta, los viandantes, sin embargo, no dejan de viandar, no les molesten, no les importa. Intentan llegar autobuses con ayuda humanitaria, pero son interceptados por una cabalgata de alegres productos inútiles de consumo fabricados por no menos alegres emprendedores de países democráticos financiados por fabricantes de armas en positivas propuestas de ecología sostenible que hacen volar por los aires los autobuses privados para siempre de llegar a su destino. Ningún pueblo puede ser exterminado si resiste y se reproduce frente a un puñado de colonos don nadie exentos del apoyo financiero y armamentístico de los países occidentales, incluida España. Un autobús turístico humanitario transporta personalidades del musical de la esquina sin ser derribado ni alcanzar tampoco su objetivo. Nosotros somos el destino de quien tiene decencia en esta calle, no queremos ser un destino imposible, ni mucho menos utopía. Palestina es el destino de la resistencia antifascista creciendo en número, porque esa es la matemática que da fruto, la de la solidaridad entre los pueblos, no la de la soledad.
El soldado que mata bebés ha sido derribado por algunas de las nuestras, las cuales han caído bajo los disparos de la ametralladora del soldado que custodia la puerta, no importa, el asesino de niños ha sido eliminado, su ametralladora confiscada. Ahora tenemos un arma. El soldado de la entrada ha avisado a la policía antiterrorista. Afuera, todos los comercios e instituciones apuntan contra nosotros. Tenemos hambre. Tenemos sed. El soldado custodiando la puerta ha sacado una botella de agua de la mochila colgada a su espalda con una mano, con la otra una chocolatina en una hábil maniobra, sin dejar de apuntarnos. Antes de poder esbozar una sonrisa, le hemos matado con la ametralladora de su compañero; ahora tenemos dos armas, agua, comida. ¿Por cuánto tiempo? ¿Cómo van a crecer los niños? En la mochila del primer soldado todavía quedan granadas de mano. La policía internacional de las naciones antiterroristas nos conmina a autoexterminarnos.
Mi imaginación no sabe cómo resolver lo imaginado mientras te sigo escuchando hablar de la gran ventaja del número y deseo creerte. A pesar de las poblaciones exterminadas por la superioridad tecnológica del enemigo. A pesar de no poder dejar de pensar en esta España cuyo presente es el legado de una transición defecada por un dictador en su lecho de muerte, victorioso gracias al apoyo fascista de una parte de Europa, de la otra parte, agradecer su abandono.
Has terminado de hablar. Al otro lado del portal la noche huele al frío de la ciudad en invierno. Me abrigo bien con la kufiya, las de mi infancia eran algo diferentes, lo olvido, pienso en la Cañada Real con este frío, la gente de la Cañada Real sin electricidad con este frío, los niños de la Cañada Real recibiendo toda suerte de payasos de fundaciones haciéndoles tonterías para blanquear el dinero de bancos y compañías eléctricas y deseo con todas mis fuerzas que los niños de la Cañada Real sean superiores en número y acaben con ellos.
