Es tarde. La oscuridad de un invierno que nunca he vivido ilumina mi memoria. Un invierno soñado, cada , año, en las entrañas del otoño. El hogar está en la memoria y no siempre ha existido. A veces, solo ha existido una realidad en recogida al encenderse las farolas de la calle para izar la ensoñación aun en medio de la nieve. El hogar, sobre todo, está en la memoria, agrandado por el paso de los años.
Todos los lugares del mundo yacen bajo la luna en algún momento sobre una calma finita atravesada por una voz fugaz cayendo a la sordera de la tierra. De entre todos los lugares las estanterías se despedazan en átomos del polvo de los libros que sostienen cuando caen bajo las bombas. No importa, me tranquilizo, quiero decir, no importa tanto. Los libros de Kanafani tienen que estar en todas las bibliotecas, ¿o no? ¿Y si en la mía no estuvieran?
En mi biblioteca fiel tienen que estar, pienso al escupir la pasta de dientes en el lavabo. Si no están, los buscaré, porque si no están, ¿cómo voy a ir a Palestina? El arrepentimiento pincha leve el esternón por no haberlos leído antes. Él construyó un lugar a donde llegar con las palabras, a donde llegar con la voz abierta hacia los otros más fuerte que la destrucción de las vidas exiliadas del latir del corazón o de caminar los caminos cotidianos. Él construyó a salvo Palestina. Mientras luchaba.
Entre las dos décadas que vieron morir a África en la muerte de quienes la dirigían hacia la libertad, él luchó y murió, dejando un país escrito a salvo del olvido. Al menos, así lo quiero imaginar cuando me peino sin espejo para no ver la huella de tantos años que no han sido como debieron de ser, destruidos por el imperialismo sin fronteras. El capitalismo sin fronteras. Los nuevos misioneros de las ongs como ejemplo de ese palabro, resiliencia, la adaptación tonta a la tontería. Palestina a salvo de todo eso en la lucha que pone fin a aquella calma bajo la luna con los combatientes saltando por los aires como Kanafani, con el pueblo entero saltando por los aires.
Tengo el color de los inviernos grabado en la memoria; nací en invierno. Puedo mirar durante horas el dibujo de las ramas desnudas de los olmos en la noche con la certeza alzada de un cuerpo que luce sin pudor un falso esqueleto de madera. No es hueso lo del árbol. El árbol muere mientras vive, no como el hombre o la mujer cuando es abatido por un enemigo de su propia especie. Murieron a manos de asesinos Thomas Sankara, Patrice Lumumba, Mehdi Ben Barka, Amílcar Cabral, Ghassan Kanafani. Burkina Faso, República Democrática del Congo, Marruecos, Guinea Bissau, Palestina.
Kanafani nació en primavera, murió en verano. Miró los árboles de la tierra y escribió su tierra y la de sus compatriotas. El ocho de julio de 1972 fue asesinado por el Mossad en un atentado por coche bomba en el Líbano; un atentado solo para él, su sobrina de diecisiete años murió por accidente; a Israel poco le importan las sobrinas de los otros. No vio cumplido el asesino, sin embargo, su objetivo. Palestina no permitió nunca la recolonización por Israel mientras se deshacía de la colonización inglesa, no permitió nunca su exterminio dejando sus sobras a la caridad atenta a convertirlos en sonrientes súbditos políticamente no molestos del bloque colonial depredador aplaudiendo la abnegación de las mujeres, víctimas, según dicho bloque, no del beneficio de una sociedad imperialista, injusta y cruel, sino de su propio pueblo incapaz de valorar sus dotes para los cuidados, al contrario de occidente, quien valora a las mujeres y sus beneficiosos cuidados en estados que se niegan a pagar por la atención de las personas sobre todas las cosas. Palestina no se puso nunca a cuidar el mundo de sus verdugos. Palestina es patria escrita por derecho de resistencia con tinta indeleble y no cuidará nunca del mundo de sus verdugos. Ni se rinde ni se rendirá, pienso satisfecha con la valentía del género humano, desnuda en la oscuridad amortiguada por las luces de mi plaza reunidas en el balcón de mi cuarto, suavizando el aire frío que empieza ya a colarse por las rendijas.
Antes del pijama, regresa mi miedo a no poder leer la obra de Kanafani. Hacer desaparecer la obra de alguien sin prohibirla, da mejor resultado que prohibiéndola, pues la hace desaparecer en silencio.
¿Habrán sido capaces? Son capaces de muchas cosas. No se puede decir que en dos años de recrudecimiento del lento genocidio de Palestina se haya oído hablar mucho del FPLP ni de Kanafani. Mañana los buscaré, buscaré todos sus libros traducidos al castellano: Una trilogía palestina: Hombres en el sol. Lo que nos queda. Um Saad. Y, Un mundo que no es nuestro.
Doblo el papelito donde están apuntados los títulos y lo meto debajo del vaso de agua fresca. Nunca he tenido lamparita de noche, objeto inútil para quien le gusta contemplar su pensamiento al terminar el día, desvaneciéndose en la nada. El último por hoy: pienso en Kanafani antes de cerrar los ojos al morir.