La Ley de Godwin viene a decir, que en el transcurso de una discusión política, la posibilidad de que al alargarse se mencione a Hitler o se hagan comparaciones con Hitler tiende a uno. Y es que su utilización se ha convertido en un recurso dialéctico, banal eso sí, pero bastante recurrente.
El conflicto de Ucrania no podía ser menos. El nazismo y el neonazismo están en boca de todos al hablar de él. Por un lado, porque Rusia ha marcado como un objetivo primordial de su guerra preventiva la «desnazificación» del país. En el otro bando están aquellos que desmienten la presencia nazi en el régimen de Ucrania o que contemporizan con la situación y la asemejan a lo que sucede en el resto de Europa; aunque también están los que dicen sin rubor que Putin es el nuevo Hitler y Rusia la nueva Alemania.
Como dato curioso, Rusia marca sus vehículos blindados con una gran Z para que no se confundan con los ucranianos, aludiendo a la desnazificación, y se ha convertido, de la noche a la mañana en un icono del antifascismo mundial que aparece en camisetas, tazas, mascarillas y decenas de soportes propagandísticos.
Pero ¿qué hay de cierto en todo esto? ¿hay el mismo número de nazis en Ucrania que, por ejemplo en España, que es lo que aducen muchos periodistas y analistas? Para descubrir la verdad, nos tenemos que retrotraer a la historia reciente del país. El nacimiento del actual régimen ucraniano se produjo tras una revuelta supuestamente popular en la plaza Maidan de Kiev en la que no faltaron —presencialmente— un buen elenco de los políticos que la habían estado agitando, preparando y financiando desde mucho tiempo atrás, en un alarde público de injerencia política inaceptable. Por allí pasó hasta el presidente de Murcia, aunque todos recordamos la imagen de Victoria Nuland, la artífice de la asonada, repartiendo bocadillos a los manifestantes.
El objetivo era derrocar al gobierno electo de Viktor Yanukovich y colocar otro ejecutivo títere de Washington que pidiera el ingreso en la OTAN y la UE para continuar el avance militar sobre las fronteras rusas. Hoy estamos en disposición de afirmar que los grupos que liberaron las protestas, sobre todo las violentas, eran formaciones políticas de extrema derecha pagadas por occidente y con milicias asociadas, entrenadas y pertrechadas por la OTAN en una especie de reedición de los grupos terroristas de Gladio, organizados por la Alianza en la segunda mitad del siglo pasado, nutridos especialmente con elementos del ámbito del nazismo y el fascismo.
Y así sucedió, Pravy Sektor y Svoboda, dos formaciones nazis, lideraron las protestas y fueron ellos los que dispararon contra la policía y los manifestantes para provocar más odio y más violencia, en un esquema repetido hasta la saciedad sobre todo en Oriente Medio durante las primaveras árabes. Cuando Yanukovich huyó y el ejército de matones asaltó el parlamento de Kiev para «hacer dimitir» a sus diputados se organizó el nuevo régimen que ilegalizó al partido en el gobierno (Partido de las Regiones) y al Partido Comunista de Ucrania y convocaron elecciones que, lógicamente, ganaron ellos por goleada. Ministros nazis, miembros de Svoboda se integraron en el gobierno ocupando puestos clave como el ministerio de defensa, agricultura, economía, educación, ecología, además de la dirección del Consejo Nacional de Seguridad y la Fiscalía General del Estado.
Pero no queda ahí la cosa. Es cierto que el poder político de los neonazis se ha ido diluyendo en sucesivos comicios, pero no así el poder militar, que se ha acrecentado a lo largo del tiempo. Los grupos paramilitares que la OTAN organizó para el Maidán se fueron incorporando a la policía y, sobre todo, al ejército en forma de batallones independientes con escala de mandos propia y, cierta autonomía organizativa y operativa. Amnistía Internacional habla de alrededor de 20 batallones diferentes y Reuters y The Military Balance, un anuario internacional de capacidades militares y economía de la defensa, cifra el número de combatientes nazis en 102.000 personas de 19 nacionalidades diferentes, lo que equivale al 40% del ejército ucraniano. Porcentaje que se ha tenido incrementar en los últimos meses, pues se ha comprobado una capacidad de reclutamiento equiparable a los mejores tiempos del ISIS, como han resaltado algunos expertos.
El verdadero ídolo para políticos y paramilitares neonazis ucranianos es Stepán Bandera, aliado de Hitler durante la IIGM, que dirigió dos batallones que se integraron en las SS nazis alemanas en su lucha contra la Unión Soviética, responsable de la muerte de decenas de miles de polacos, además de judíos, gitanos y rusos. Pues bien, por si a alguien le queda alguna duda de la influencia nazi en la actual Ucrania, ha de saber que la Rada Suprema, el Parlamento de Kiev, ha decretado día de fiesta nacional el natalicio de Bandera y su foto preside edificios públicos en todo el país.
Algunos de los batallones paramilitares, como hemos visto, tuvieron su origen en el Maidán, pero otros se formaron durante los años sucesivos para ir a luchar contra los rusos de las provincias separatistas de Donetsk y Lugansk, el Donbass. Tanto el oligarca Poroshenko como el cómico Zelensky, como presidentes de Ucrania, tomaron la determinación de usar a los nazis para este menester para así no tener que movilizar a las tropas de reemplazo, peor preparadas y poco motivadas para una guerra civil. Esa es la razón por la que han tomado tanto protagonismo dentro del ejército ucraniano y por la que han acumulado tanto poder. No obstante, durante sus operaciones también se han verificado múltiples crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad, saqueos, violaciones, ejecuciones, torturas y miles de muertos civiles en su haber.
De todas ellos, el mas conocido es el Batallón Azov, que se ha hecho famoso en las redes por enarbolar juntas las banderas de la OTAN y la esvástica nazi (un Gladio de manual). Azov ha continuado siendo entrenado y armado por EEUU con armamento moderno, constituyéndose recientemente en un batallón mecanizado por obra y gracia del Pentágono y en una especie de cuerpo de operaciones especiales. Hoy dirigen las fuerzas que se enfrentan a Rusia y a las milicias populares de Donetsk en el casco urbano de Mariupol, usando a los civiles de escudos humanos, impidiéndoles abandonar la ciudad, ocultándose en escuelas y hospitales y asesinando a quienes tratan de escapar de su control. Saben que sin los habitantes dentro, la ciudad caería en cuestión de horas y que ni Rusia ni las milicias van a disparar contra sus propios paisanos.
Otro batallón muy conocido es el Aidar. En los inicios de la operación rusa sufrió una fuerte derrota. Sus militantes abandonaron las posiciones y todo el equipo militar y se estima que al menos 5.000 paramilitares huyeron apresuradamente del frente o fueron muertos o heridos. Sin embargo, parece que aún sigue activo o se ha reorganizado. Su comandante, Maxim Martchenko, acaba de ser nombrado gobernador de Odessa por Zelensky, a pesar de ser un reconocido nazi y responsable de centenares de crímenes que, organizaciones humanitarias occidentales han definido como secuestros, detenciones ilegales, malos tratos, robo, extorsión y ejecuciones de prisioneros. Martchenco acaba de firmar un decreto prohibiendo a los habitantes de Odessa salir por corredores humanitarios y en el que se militarizan escuelas y hospitales como puestos de mando de sus milicias. Ya sabemos de sobra lo que vendrá después: propaganda para demonización de Rusia destinada a despistados o crédulos.
No acaban aquí los recientes nombramientos de neonazis efectuados por Zelensky. Otro criminal de guerra, Dimitri Yarosh, acaba de ser ascendido a consejero del Jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Yarosh fue el fundador del partido ultranacionalista Pravy Sektor y de su milicia armada, fue diputado en la Rada Suprema y, muy probablemente, miembro de las redes secretas de la OTAN conocidas como stay-behind.
Aún hay más, el presidente ucraniano ha llegado al poder gracias a la financiación de un conocido oligarca corrupto llamado Igor Kolomoiski, exgobernador de Dnepropetrovsk, banquero y dueño de las cadenas de televisión donde actuaba Zelensky. Pues bien, Kolomoiski ha sido el fundador del batallón nazi Dneper I, es una de los mayores financiadores del Azov y, probablemente, el presidente ucraniano en la sombra.
Cuando alguien vuelva a hacer la comparación de la presencia de los neonazis ucranianos con la situación en España o en otros países de nuestro entorno, os recomiendo dar la vuelta a su argumento contestándole que está pasando lo mismo que con Hitler, que todos han mirado a otro lado mientras se nazificaba un país europeo delante de nuestras narices, del mismo modo en el que se han ido islamizando tantos gobiernos árabes donde EEUU ha metido sus zarpas mercenarias.
Y, sí, Rusia ya tuvo que liberar a Europa entera del nazismo una vez… Nadie ha sufrido tanto el nazismo en sus carnes como Rusia, más de 25 millones de muertos en la guerra contra Hitler así lo atestiguan. Comparar a Rusia con la Alemania nazi o a Putin con Hitler podrá ser una ofensa efectiva, pero denota un total desconocimiento de la historia y de la realidad rusa y de lo que sucede realmente dentro de las fronteras de Ucrania.
Apoyar al nazismo jamás trae cuenta. Lo que sucede hoy en Ucrania tiene mucho que ver con lo que sucedió en Maidan en 2014, cuando la OTAN y la UE utilizaron a nazis locales para derrocar a un gobierno incómodo votado mayoritariamente por el pueblo ucraniano. De aquellos polvos…