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JUAN CARLOS BLANCO SOMMARUGA. La izquierda que se aburguesó

Entre el perfume del poder y el olvido del pueblo

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JUAN CARLOS BLANCO SOMMARUGA. La izquierda que se aburguesó

Hubo un tiempo en que la palabra izquierda olía a tierra, a sindicato, a olla popular y a lucha.

Hoy, en cambio, a veces huele a perfume caro, a despacho alfombrado, a conferencia con aire acondicionado. Una parte de nuestra izquierda se aburguesó, se acomodó, se volvió formal y funcional.

Ya no habla de revolución ni de transformación; habla de “consensos”, de “gestión eficiente”, de “diálogo con el sistema”. Pero el sistema no dialoga: el sistema digiere, asimila y después escupe. Y eso es lo que está pasando.

Del pueblo a la platea

El Frente Amplio (Uruguay) nació del barro, de los que no tenían voz. Fue un sueño tejido con las manos callosas del pueblo. Pero muchos de los que hoy lo conducen ya no pisan el barro, ni saben cuánto cuesta un litro de leche o un alquiler en dólares.

Hablan de justicia social desde oficinas con vista al mar y se indignan solo cuando la prensa burguesa los toca.

Mientras tanto, el pueblo —el de verdad— sigue contando monedas para llegar a fin de mes, sigue esperando vivienda, sigue sin médico, sigue sin esperanza.

Y el discurso progresista se ha vuelto una letanía burocrática que apenas disimula la resignación.

El espejismo del poder

Gobernar fue un logro histórico, sí. Pero también una trampa.

El poder adormece, seduce, convence de que se puede cambiar el mundo sin molestar a nadie.

Y así fue como una izquierda que prometía cambiarlo todo terminó justificando lo injustificable, callando ante los poderosos y negociando los principios por estabilidad.

El capital aprendió a domesticar la rebeldía, aplaudiendo los discursos que ya no incomodan.

La derecha, mientras tanto, agradecida: no hay mejor aliado que un adversario desmemoriado.

Rebelarse otra vez

Pero el pueblo no es tonto. Sabe distinguir entre los que hablan por convicción y los que hablan por cálculo.

Y empieza a mirar hacia otros lados, buscando nuevas voces, nuevas rebeldías, nuevos sueños. Es hora de volver a ensuciarse las manos. De recuperar la ternura y la bronca, la dignidad y la conciencia.

De recordar que la izquierda no nació para administrar, sino para transformar. Porque si la izquierda deja de soñar, el pueblo dejará de creer. Y entonces habremos perdido mucho más que una elección: habremos perdido el alma.

(Diario La R)

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