El PSOE e IU co-gobernaron en Andalucía hasta enero del 2015. Una relación que Susana Díaz (ex presidenta de la Junta y ya entonces lideresa del PSOE andaluz) finiquitó con una llamada al que en ese momento era el líder de IU en Andalucía, Antonio Maillo. El PSOE argumentó, días después, que no querían ni un día más un gobierno con Izquierda Unida, pese a que desde el ejecutivo conjunto no hubo jamás una propuesta revolucionaria. El desprecio del susanismo fue tan evidente como esclarecedor.
Sin embargo, la estrategia de IU de ser bastón del PSOE (¿nacieron para esto?), de avalar con sus votos gobiernos locales o autonómicos, no se vió afectada por esta expulsión sin matices del gobierno regional. Muy por el contrario, han continuado suspirando por volver a tener consejeros y tocar poder. Fieles a la consigna socialdemócrata que las cosas se cambian desde dentro, no entienden la política sin tener al lado a su hermano mayor, un PSOE que en todos lados, y en Andalucía especialmente, es sinónimo de corrupción y amiguismos. A IU no le importa, con decir que es mejor que la derecha ya tiene el problema resuelto (y la justificación para buscar acomodo en el gobierno). Así las cosas, un concejal en cualquier localidad que ose no apoyar a los «socialistas», es tildado de no querer «gobiernos de progreso».
La ruptura de Adelante Andalucía (coalición que formaba IU, Podemos con mayoría Anticapitalista, Primavera Andaluza e Izquierda andalucista) se enmarca en ese contexto, IU no puede ir a las urnas con quien dude siquiera que se puede hacer política lejos de la casa común de los de Felipe González y Cia. A partir de ahí, escuchar a sus responsables políticos es un ejercicio que conduce a la sonrisa.