Cuando escribimos estas líneas, nos llega la noticia de que ahora a la administración Trump “le ha dado” por bombardear a “terroristas de ISIS en el noroeste de Nigeria, quienes han estado atacando y asesinando brutalmente, principalmente a cristianos inocentes, a niveles no vistos en muchos años, ¡e incluso siglos!”. Así, sin entrar en muchos detalles, lo comunicaba el mismo presidente estadounidense en las redes sociales con su acostumbrado e hiperbólico lenguaje justiciero del Lejano Oeste. Por supuesto, en el mensaje no faltaban las amenazas de más ataques. El texto reivindicativo se inserta en esa retahíla de comunicaciones chulescas y matonas, larga en el tiempo ya, en la que Trump viene advirtiendo de fuego divino a todo aquel que ose seguir molestando y “aprovechándose del país más maravilloso que jamás ha existido y existirá” o a sus “protegidos” o aliados en cualquier parte del mundo. Ya se sabe: él viene a acabar con toda la decadencia inducida, según su opinión, por anteriores administraciones estadounidenses, él viene a hacer América Grande de Nuevo (MAGA: Make America Great Again).
Esta noticia de los ataques en Nigeria sobreviene en medio de la incertidumbre y la desazón que se está creando en torno a Venezuela, donde cada mañana nos levantamos temiendo si se ha reeditado la invasión de Panamá de 1998, esta vez, para detener a Maduro tal como se hizo en aquel entonces con Noriega. Hasta el momento, las terribles amenazas trumpistas en el Caribe se han concretado en el robo piratesco de petroleros y en el asesinato de un centenar de tripulantes de pequeñas lanchas acusadas de pretender recorrer unos 2.000 kms para meter droga en EE.UU. Todo ello, en el contexto de la publicación de la Nueva Doctrina de Estrategia Nacional[1] donde, en esencia, las pretensiones de la Casa Blanca de reconquista del mundo se circunscriben a su añorado patio trasero continental americano que está tomando un color demasiado… amarillo[2]. Dicen que Trump reedita la decimonónica doctrina Monroe, pero igual el hombre, tan moderno él, le actualiza el nombre y le pone MAAMA (Make All of America Mine Again).
Hace unas semanas se jactaba en la Kneset (parlamento israelí) -en ocasión de su “plan de paz” para la martirizada Gaza- de cómo los iraníes, con el bombardeo yanqui de sus instalaciones nucleares, habían probado tan solo una pequeña dosis de la potencia de fuego “incomparable” de su país. Pero lo peor es cuando, casi moviendo la cabeza y sacando el mentón como Mussolini, reivindicaba todo ufano y feliz -y aclamado en plan hooligan por la prácticamente totalidad de los asistentes- que la destrucción genocida de Gaza había sido posible por la utilización sionista del armamento más letal allí donde lo haya: estadounidense, por supuesto. Vamos que nadie, ni Rusia, ni China, nadie, según nuestro sheriff mayor, osará ponerse a la altura de su revivificado país. Y muy histriónico, nos vino a espetar que se acabó eso de que se le suban a las barbas a un presidente de la primerísima potencia mundial… Que él no es Biden. Que América, first y de lejos.
Pero el hombre no solo se muestra ejemplarizante y amenazante fuera de sus fronteras a fin de hacernos olvidar la nefasta y vergonzosa foto del gigantesco avión carguero C-17 abandonando a toda prisa el aeropuerto de Kabul expulsado por una “gran potencia” como la que representan los talibanes. Así, y siguiendo con su muestrario de “potencia de fuego” sin par en el mundo, tenemos igualmente al ejército yanqui dentro de la misma Gran América compensando su expulsión “a la afgana”… cazando y expulsando “valientemente” a inmigrantes. No importa que el miedo a la caza de inmigrantes hace meses que empezara a ser compartido en muchos sectores económicos y empresariales que basan su existencia en ellos.[3] De momento, Trump tiene que satisfacer a muchos que le votaron entre esa América profunda de la que forman parte también muchas familias obreras blancas venidas a menos; venidas a menos, con las deslocalizaciones industriales y, en definitiva, con la pérdida de fuelle del liderazgo estadounidense en materia económica, otrora sin discusión.
Precisamente esto nos lleva a recordar que, además de pavonearse con su potencia de fuego estrictamente militar, cuenta con otro arsenal con el que pretende “meter en pinza” al mundo entero. Nos referimos a los aranceles disparatados que hoy decreta, pero que mañana aplaza, y que pasado mañana infradecreta cuando le responden con la misma cicuta (el caso de China es paradigmático), y que el otro… el otro, ya no sabemos bien por dónde va la cosa. Lo que sí sabemos es que, mientras él proclama los “maravillosos” miles de millones que llenan las arcas y que, según él, ya están redorando su adorado país, la inflación real está impidiendo que desde la FED se bajen los tipos de interés al ritmo que él exige que se haga de forma también amenazante.[4]
Sí, todo en Trump es amenaza. Hasta con los suyos. Pero cada vez queda más claro -sin que por ello se permita bajar la guardia- que en él hay mucho de peliculero, hasta el punto de que da la impresión de que en su fuero interno se repite: “amenaza… que no es poco”, con la esperanza criminal de que todo se desestabilice por el mero hecho de que esas advertencias terribles provengan de la primera potencia mundial. Y, en ese sentido, no le falta razón. Pues estamos hablando de una primera potencia mundial que históricamente, para imponerse, ha demostrado con creces cómo es capaz sin escrúpulos de asesinar a millones de seres humanos en golpes de estado, invasiones, bombardeos masivos de ciudades (en algunos casos, de una única atacada nuclear hoy y otra en tres días, sin importar si ya estaban derrotadas, pues se trataba de advertir a terceros)[5]… Y ahora, viendo que su primer puesto como potencia mundial está profundamente cuestionado, no podemos descartar que prosiga dando ejemplos brutales de su currículo criminal: puede que alocados, pero brutales al fin y al cabo. Sin embargo, también estamos convencidos de que, en esa política actual que persigue restaurar la unanimidad de antaño acerca de su poder omnímodo, en esa política de hacer America great again, hay mucho de verse obligado a aMAGAr.
Desde hace ya años venimos versando acerca de lo que cada vez más es un lugar común: la decadencia generalizada del llamado Occidente colectivo y en particular de su guardián mayor, los EE.UU. Y estos se han dado cuenta de que ese lugar común cada vez ocupa… más lugares. Y lo peor, hay otras potencias dispuestas a visitar esos lugares sin el permiso del sheriff mundial No es de extrañar, pues, que cuando la realpolitik está enviando al “guardián de Occidente” signos alarmantes acerca de sus límites, vaya ganando enteros en su seno la tendencia a la payasadapolitik llena de vaivenes mareantes propios de saltimbanquis. Una política también criminal, esta, tan contradictoria y difícil de tomar en serio que ejerce la administración Trump, que basa su “locura” en la conciencia cuerda de que ya no cuenta con el suficiente respaldo material real para imponerse como se imponía. ¿No será eso lo que ha llevado a la Historia a hacer entrar en la “Roma washingtoniana” a actores que están más a la altura de la bufonada que de la tragedia? Desde luego que, para ese elenco, Trump tenía un buen currículo personal de partida. Pero insistamos en que no es este actor el protagonista principal, sino ese escenario-país donde tiene en la decoración unas cifras luminosas que van cambiando vertiginosamente y que nos informan de que la deuda de EEUU sube al ritmo de más de 4 millones de dólares por minuto. Sin duda, una deuda para volverse loco…[6]
Lo que queremos aquí señalar, entonces, es que, más allá de cómo este infame bufón interprete el guion y de si se pasa en sus bravuconadas hiperbólicas, la realidad que lo ha impulsado, sin payaseo alguno, es una trágica contradicción existencial que recorre al gendarme de Occidente. Por un lado, si se impusiera una paz mundial con el multilateralismo como corolario, EE.UU. no aguantaría ni siquiera como país capitalista de primer orden, dado el grado de parasitismo insostenible al que ha llegado. Pero, al mismo tiempo, ya no puede llevar a cabo victoriosamente las guerras que requiere para renovar y acrecentar su imposición imperial a diestro y siniestro. Por eso necesita, como mínimo, alargar la inestabilidad internacional con la esperanza de, al menos, prolongar sus prerrogativas en las relaciones internacionales, incluidas las esferas comercial y financiera; y, cómo no, la estrictamente monetaria, con el forzado dominio del dólar, que le permite enjugar y facilitar al máximo la eternización de su deuda astronómica…
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Sin embargo, y como ya hemos apuntado, ni los pueblos ni las potencias emergentes pueden bajar la guardia. Vivimos en una época de transición a nivel mundial que puede alargarse mucho y que puede incluso prolongar la vida de la bravuconería yanqui… al precio de mucho terror y tragedia. Entre otras cosas, porque la prudencia de potencias comparables en el terreno militar, como Rusia y China, juega todavía a favor de la impunidad de EE.UU. en su locura por alargar la inestabilidad internacional con la provocación de conflictos regionales. Ya vemos, efectivamente, la mesura con la que, en realidad, actúa Rusia en la misma Ucrania, donde habla de “operación especial” a pesar de que, desde al menos 2014, el llamado Occidente colectivo, con EE.UU. a la cabeza, le lleva sembrando la guerra en el Donbas con la estrategia clara de desestabilizarla e implosionarla, en línea con lo que promovieron en la Unión Soviética. Ciertamente, ni Rusia ni China necesitan ni buscan una guerra. De hecho, en el marco de la ONU, hasta ahora han mantenido una actitud muy suave, lejos de ser un obstáculo de manera activa contra los zarpazos bélicos de las administraciones norteamericanas.
Bienvenidos sean los actuales posicionamientos de Rusia y China con respecto a los manejos de EE.UU. en América Latina y, en particular, en Venezuela. Es de suponer que esos justos posicionamientos se basan, en buena medida, en la clara asunción de que el interés de EE.UU. es el de boicotear todos los intentos de que “su” América Latina no se parezca a África en lo que se refiere al cambio de relaciones que muchos gobiernos comienzan a establecer: en el caso africano, cambios consistentes en echar a la antigua potencia colonial occidental (Francia se lleva la palma) para poner en marcha fuertes colaboraciones con Rusia y China.
Pero lo cierto es que, tanto Rusia como China -si bien han dejado claro que no van a permitir que ni la desestabilicen ni la invadan- no quieren meterse en conflictos directos y está por ver si tomarían una actitud más proactiva y de resistencia militar en el terreno en caso de acudir en socorro de aliados tipo Venezuela. Probablemente, la debilidad de facto de EE.UU. y esa postura más conservadora de Rusia -que de momento pone el acento en exacerbar contradicciones dentro del llamado Occidente colectivo- es lo que explica que desde el Kremlin se alabe la “actitud pacífica” de Trump con respecto a Ucrania dejando en sordina la especial responsabilidad en origen de EE.UU. en el conflicto ucraniano y las causas reales de los vaivenes de la actual administración norteamericana. Pareciera que Rusia, con tal de que de hecho se rebaje la intervención de los yanquis en Ucrania, está dispuesta a “hacer suyo” el discurso de que era sobre todo la administración Biden la que quería la guerra en Ucrania y no que a EEUU le interese ahora pasar a un segundo plano y dejar a Europa con la patata caliente. Y ello, tras haber calentado dicha guerra y ahora ver cómo esta se prolonga sin visos de arrodillar a Rusia. No hay que descartar que Trump intente hacer de su límite (en Europa del Este frente a Rusia) virtud (en “su” América Latina). Así, ¿aprovechará Trump su “cercanía a Putin” para plantearle desesperadamente a este: “te dejo tranquilo en Ucrania y tú me dejas manos libres en mi patio trasero americano empezando por Venezuela”?
Más allá de especulaciones, países como Venezuela -por la cuenta que les trae, sobre todo, viendo la experiencia de Irak, Libia y Siria- han concluido que lo más eficaz es poner las bases para desarrollar una estrategia de guerra de resistencia de todo el pueblo como ocurriera en Vietnam y, a partir de ahí, recabar asistencias más explícitas de grandes países como Rusia y China, sin menoscabo del apoyo militar más encubierto que, aparte del diplomático, se pudiera estar ya brindando. Cuán nervioso ha de poner a Trump esta eventualidad. Normal que vaya “como loco” a un lado y otro del circo para comprobar con qué red cuenta antes de cambiarse el traje de payaso matarife y entrar de lleno en el número del triple salto mortal. De dar ese salto, apenas le quedaría ya margen para amagar.
Ernesto Martín, militante de Red Roja. Este artículo se incluirá en el nº 5 de Dualéctica de próxima aparición.
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[1] https://www.whitehouse.gov/presidential-actions/2025/12/america-250-presidential-message-on-the-anniversary-of-the-monroe-doctrine/
[2] En la susodicha doctrina se establece promover el retiro de lo que se llama “influencia del exterior” (con toda seguridad, refiriéndose principalmente a China) y mantener como prioridad los negocios y los intereses empresariales estadounidenses por toda la región.
[3] https://febicham.org/2025/05/20/empresarios-de-ee-uu-piden-a-trump-suavizar-su-politica-migratoria-ante-escasez-de-trabajadores/
[4] https://www.eldiario.es/economia/trump-redobla-ofensiva-fed-economia-empieza-acusar-efectos-guerra-comercial_1_12472901.html
[5] Hiroshima (6 de agosto de 1945), Nagasaki (9 de agosto).
[6] Desde la Foundation Peterson se alerta de que el ritmo de acumulación de deuda estadounidense se está acelerando y en la década actual está aumentando casi cinco veces más rápido que a principios del siglo XXI (The Objetive, agosto 2025)
