Amador Hernández Hernández, para Granma Internacional
Cuando el primero de enero de 1959 Fidel anunciaba a todo el país, desde Santiago de Cuba, el triunfo irreversible de la Revolución, comenzaría para sus principales líderes la complejísima batalla por la independencia espiritual del país. Más de tres siglos de esclavitud y colonización no habían podido ser borrados de la historia de la isla.
La batalla se ganaría, pues, en el campo de la cultura, en el convencimiento tenaz del significado de la palabra libertad, en la labor emancipadora del arte, la literatura y la educación. La claridad del líder de un proyecto político, hecho realidad gracias al empuje consagratorio del pueblo, se manifestó desde los primeros meses de la victoria revolucionaria.
Si en la organización de este proyecto Fidel y Abel encontraron en Yeyé y Melba la fuerza femenina necesaria, una vez logrado el sueño, el Comandante en Jefe volvería a confiar en Haydee una de las tareas clave en pos de la descolonización espiritual de los cubanos y de la emancipación no solo de la Isla, sino de Nuestra América.
Casa de las Américas hubiese sido un proyecto cultural irrealizable para una mujer, que apenas contaba con sexto grado, si esa mujer no hubiese llevado por nombre Haydee Santamaría. Pero Fidel estaba persuadido de que, aunque la tarea era inmensa, la guerrillera sacaría adelante la misión como tantas veces había cumplido con otras de altísimos niveles de riesgo y de necesidad.
Haydee atrajo al proyecto a los más connotados intelectuales del país y los sumó para el bien de la cultura y de la educación de cubanos y latinoamericanos. Casa se convirtió en el hogar de los movimientos de izquierda de la región, en el de importantísimos intelectuales de todo el mundo, de las más diversas corrientes y tendencias; pero convocados bajo un mismo ideal: salvar la Revolución Cubana por su vocación de faro y luz.
La Casa abrió la Revolución y la proyectó, no como un suceso político fortuito, sino como un ejemplo del más labrado camino hacia la conquista de toda la justicia. Haydee creció como ser humano, culta, inteligente y sagaz, con una capacidad de diálogo admirable, y por esas razones los muchachos de la Nueva Canción hallaron en esa paz, casi maternal, un refugio seguro para que su música alcanzase el alma de un país en constantes transformaciones en pro de la dignidad y de la fidelidad, explicablemente, urgentes ante los nuevos desafíos.
Han transcurrido 63 años de aquella decisión. Yeyé no solamente hubo de cumplir con la tarea, sino que transformó el hermoso edificio en una de las obras culturales y políticas más hermosas de la Revolución, hija de su compromiso con el hombre sensible y generoso, pues en esta entidad, insignia de la más patrimonial independencia espiritual, alcanzaron igualmente sus más connotadas estaturas su fundadora, la Revolución y el continente americano. Su imagen sigue custodiando, para la eternidad, el árbol de la vida, ese árbol de frutos universales.