LÍNEA COMUNISTA Y ANTIFASCISMO
I. La crisis económica y social occidental
La crisis histórica del capital y la caída global de las tasas reales de acumulación están animando a las oligarquías a la ofensiva económica contra los pueblos trabajadores del mundo. Las grandes potencias son igualmente arrastradas a posiciones de escalada bélica por el control de unos recursos cada vez más escasos, de los grandes ecosistemas productivos, de las grandes rutas del comercio global, de los suministros estables de componentes para la industria, y de las zonas estratégicas de inversión de capital.
La crisis histórica del capital a nivel global, que viene implosionando desde principios de siglo, entronca en occidente con la decadencia imperial del atlantismo, o dicho de otra manera, con la específica crisis económica y social occidental, donde Europa aparece como vanguardia de la decadencia imperial atlantista, sin proyecto político y social propio. En las sociedades occidentales, donde la crisis se entrecruza con la pérdida de centralidad imperial en el tablero global, se viene produciendo un gran desgarro social tras largas décadas de composición de clase donde el proletariado depauperado venía representando una minoría relativa frente a las amplias capas acomodadas de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía.
La crisis económica y social occidental golpea a las clases medias en forma de destrucción progresiva de la estructura laboral estable, pérdida progresiva del nivel salarial, recorte progresivo del estado asistencial (sanidad, educación, prestaciones sociales, etc), y en general, en forma de desestructuración social progresiva, procesos acentuados por la ofensiva de clase consciente de la oligarquía. La destrucción de las condiciones de vida está provocando la fractura del imaginario social de clases medias que estas capas, aristocracia obrera y pequeña burguesía, habían consolidado tras largas décadas de estabilidad imperial, y tiene consecuencias directas en la cultura, la ideología y la visión política de las clases medias compuestas por el funcionariado, el trabajador industrial cualificado, el estamento político y los profesionales liberales, así como en amplias capas de los pequeños capitalistas industriales, agrícolas y terciarios de Europa y los Estados Unidos de América.
Los grandes cambios culturales e ideológicos están sucediendo fundamentalmente por dos factores generales. El primero es la tendencia cultural objetiva misma de las clases medias, y el segundo es la existencia de un amplio programa propagandístico de las élites para alimentar el viraje de estas capas sociales intermedias hacia la reacción. Y es que en ausencia de toda política consciente organizada, de un gran educador de masas como lo fueron en su día los grandes partidos marxistas, el movimiento cultural de las clases medias sigue totalmente anclado en la cosmovisión burguesa, encontrando el único cauce de (falsa) radicalización posible ante las turbulencias en la reacción ideológica.
Es decir, la amplia aristocracia obrera occidental, en ausencia de conciencia socialista de masas, inconsciente de su esencia objetiva proletaria, es incapaz de articularse con el proletariado en forma de partido y programa histórico independientes, y vira completamente en la dirección opuesta, especialmente en sus nuevas generaciones, hacia las posiciones más extremas de la ideología burguesa en forma de reacción. El proletariado occidental por su parte, tras largas décadas de desarticulación ideológica y política, atomizado y despolitizado, es por el momento incapaz de liderar la recomposición del bloque histórico revolucionario.
II. El programa de la oligarquía occidental: reacción fascismo, y estado autoritario
La oligarquía tiene el punto de mira puesto en la progresiva desarticulación de la aristocracia obrera occidental, en la destrucción del estado asistencial, en la centralización de capitales y la inversión en zonas de mayor rentabilidad, para lo cual necesita la aniquilación política de toda opción de respuesta de las clases trabajadoras. Es por esto que a su programa de ofensiva económica se añade un programa de ofensiva política y cultural. Este programa lo articula la oligarquía atlantista en tres ejes: ideológico, político y estatal, lo que hace del fascismo actual un fenómeno más complejo de lo que pretende convencernos la política profesional burguesa con sus hipócritas ‘cordones sanitarios’.
En lo ideológico, la apuesta de la oligarquía es convertir a la clase media, de izquierdas y de derechas, mermada pero aún políticamente activa, en una clase reaccionaria, que apuntale las políticas autoritarias, y que ejerza influencia cultural sobre el proletariado a través de sus mecanismos hegemónicos, cerrando en falso toda opción de política revolucionaria. Las grandes plataformas tecnológicas están teniendo un papel nada desdeñable en la implementación de este programa.
En lo político, observamos la articulación progresiva de ese fenómeno ideológico en posiciones más radicalizadas en forma de nuevo movimiento fascista. Un movimiento que se compone de tres fenómenos: los grandes partidos electorales de ultraderecha que sirven de palanca mediática e institucional, la recomposición de las organizaciones fascistas para la formación de cuadros ideológicos y organizativos, y en tercer lugar, la formación de grupos violentos a pie de calle.
En lo estatal, y lo que representa el culmen del programa atlantista de puertas adentro, la oligarquía está tratando de implementar una reforma de gran calado, aniquilando el estado democrático liberal y articulando un nuevo proyecto de estado autoritario.
A continuación vamos a detallar analíticamente cada eje de este programa estratégico de la oligarquía que pretende redefinir la relación de clase en toda la civilización occidental.
Forma cultural del programa: la reacción
Para empezar, ¿Cómo debemos entender a la reacción? Desde nuestro punto de vista, la reacción es una forma cultural e ideológica que afecta a todas las familias políticas del bloque histórico del capital, incluidas las izquierdas. Sus principales características son las siguientes:
En primer lugar, la reacción tiene a la base una forma irracional de articular el debate político y a partir de ahí, lo político en su conjunto. La reacción fija las coordenadas del debate político en el relativismo, en las falacias ad hominem, en la falsificación mediática de los hechos, en la ocultación sistemática de las causas racionales de los problemas, y en el acoso y derribo de cualquier intento de racionalización del debate político. La socialdemocracia y el liberalismo son los responsables de haber establecido este principio formal de lo político, puerta de entrada para la reacción frente a la gran política racionalista del ciclo revolucionario anterior, precisamente para sostener ideológicamente a la política burguesa y a la explotación capitalista.
En segundo lugar, la reacción supone la idea de que la solución a la crisis está en la reconstrucción nacional, o dicho de otra manera, un retorno al nacionalismo. El imaginario imperialista de las clases medias entronca así con su gran continente, la nación, en una vuelta al nacionalismo económico e identitario, a los delirios de reindustrialización, etc. en lugar de juzgar racionalmente la imposibilidad imperial futura de las naciones occidentales, la injusticia histórica del imperialismo occidental y la causa real de la existencia de amplias clases medias occidentales, que no ha sido otra que la explotación colonial de los pueblos de la periferia. Esto a su vez, lleva a un reforzamiento de la óptica nacional de los problemas en lugar de tratar de comprender los fenómenos globales de fondo y la crisis histórica en su totalidad.
En tercer lugar, la afluencia contemporánea de grandes migraciones a occidente, en gran parte provocadas por el aumento de guerras coloniales durante las últimas décadas, está siendo recibida por la aristocracia obrera nativa en descomposición como una amenaza a su status económico y a su orden social y cultural interno. Esto se manifiesta como generalización del racismo social, que aunque acepta las diferencias culturales, las quiere lejos; aunque acepta a las personas migrantes, lo hace sólo en la medida en que acepten su puesto inferior en el orden laboral y social occidental.
Y en último lugar, como forma más general de lo anterior, en la medida en que avanza la disminución de la masa salarial, se expande más y más el clasismo, el punto de vista corporativo del trabajador cualificado que desprecia el valor social del no cualificado, del jubilado acostumbrado a altas remuneraciones que desprecia al joven mal remunerado, del estamento laboral superior que desprecia el valor social del estamento laboral inferior, del empleado que desprecia el valor social del desempleado, etc; en definitiva, el desprecio social de la aristocracia obrera por las figuras en expansión del proletariado. Y su reverso: la entronización social y admiración de masas hacia el gran explotador industrial, hacia el parásito youtuber o inversor de bolsa, hacia el rentista que explota miserablemente a sus inquilinos, etc.
La reacción, como fenómeno cultural de masas, afecta a todas las familias políticas de la clase media y del bloque de orden, nadie está a salvo de este virus, y la única cura está en la radicalidad real de un nuevo racionalismo revolucionario frente a la decadencia de todo el orden burgués.
Forma política del programa: el nuevo movimiento antifascista
Progresivamente, en la medida en que las tendencias culturales de la reacción van radicalizándose, la oligarquía comienza a financiar y poner en primera plana expresiones políticas del fenómeno. Como decíamos en la introducción, comienza a financiar grandes plataformas electorales ultraderechistas o abiertamente fascistas, viejas y nuevas organizaciones de cuadros, think tanks y medios de comunicación fascistas, etc. Simultáneamente, grupos violentos empiezan a desarrollar su impunidad en las calles y dentro de las fuerzas armadas y los cuerpos policiales, desde Estados Unidos hasta Ucrania el fenómeno del escuadrismo comienza a generalizarse. Todos estos grupos, organizaciones y plataformas, en la medida en que responden a un eje programático, son manifestaciones diferenciadas de un proceso unitario: la configuración de un nuevo movimiento fascista en occidente. Estas son sus bases políticas, que suponen la radicalización de las premisas reaccionarias:
En primer lugar, la radicalización extrema del irracionalismo acaba desembocando en el tradicionalismo. Apego por el pasado imperial, por el dominio del hombre sobre la mujer, del fuerte sobre el débil, de los valores tradicionales en materia sexual y moral, y la aclamación de las estructuras del antiguo régimen o del estado autoritario de mediados del XX. Y sobre todo, defensa a ultranza del liberalismo más salvaje y del conjunto de premisas de clase del ultraliberalismo.
En segundo lugar, el retorno al nacionalismo desemboca en ultranacionalismo violento, donde la nación vuelve a aparecer como destino y objetivo total de lo político, suprimiendo a las clases y a los individuos. La valoración de la nación propia como superior a las demás, y la necesidad de reconstituirla contra los demás y contra los enemigos internos, especialmente el proletariado migrante y el marxismo.
En tercer lugar, conectado con lo anterior, el racismo social de la reacción se radicaliza en forma de supremacismo: asumir la cultura y la civilización propias como superiores, y considerar necesario purgarlas violentamente de elementos ‘extranjeros’. La caza del inmigrante, (lo que se entiende como) religión propia como superior a las demás, y el odio a lo diferente por inferior, como campo de visión que desemboca en violencia contra las poblaciones migrantes.
En cuarto lugar, el moralismo clasista y obrerista desemboca en darwinismo social violento: el odio al desempleado o a cualquier sector proletario y la idea de que el proletariado debe ser educado a golpes si es necesario.
Como podemos observar, la generalización de los principios de la reacción en las bases sociales de los partidos tradicionales, especialmente en la nueva generación de las clases medias, constituye la condición de posibilidad de la articulación de estas en un nuevo polo político como radicalización de la reacción, y que a su vez, sirve de palanca para la reforma hacia el estado autoritario.
Forma estatal del programa: el Estado autoritario
Paradójicamente, la idea programática de un estado débil en política exterior, totalmente dependiente de los centros de poder supra y paraestatales de la oligarquía, se acompaña de una idea programática de estado reforzado para la política interior, que rompa el tablero del pacto de clases, donde el conjunto de la clase trabajadora es aniquilado como sujeto de derechos con el objetivo de levantar un muro ante una posible articulación futura del proletariado en forma de bloque revolucionario. De este modo, la oligarquía, con la inestimable ayuda de todo el arco parlamentario, va meciendo la cuna del fascismo, a golpe de reforma legislativa, de avance de la impunidad policial, y de propaganda militarista. Y estos mismos son los presupuestos del nuevo estado autoritario. Dicho simplemente: aunque un gobierno fascista o ultraderechista acelera el proceso, es el partido liberal y socialdemócrata clásico el que está, en cada uno de los estados, desarrollando el mismo proceso de reforma estatal.
En primer lugar, la reforma progresiva de la legislación y del poder judicial, de manera que se aniquile por completo todo derecho de las clases trabajadoras, o lo que es lo mismo: ante unas poblaciones de baja productividad, aplicar lo que siempre ha hecho la burguesía: concesiones 0. En resumidas cuentas, se trata de la destrucción de todos los derechos sociales, políticos, sindicales, de libertad de expresión, etc. conquistados por el ciclo revolucionario anterior, y sostenidos después sobre un pacto de clase imperialista, especialmente en Europa. La desarticulación de la forma democrático liberal del estado es igual a la destrucción del trabajador como sujeto de derecho en el más puro estilo de los estados autoritarios de los siglos XIX y XX.
En segundo lugar, la desarticulación del estado de derecho mismo que viene a ser substituido por el estado policial, esa forma de estado donde es la función policial quien define los límites de intromisión del derecho, y no al revés. El estado de derecho, la universalidad formal de la ley y la forma constitucional no son desechados, pero su alcance se limita ahora en la medida en que la excepcionalidad se convierte en la normalidad y la impunidad policial va en progresivo aumento y avanza en aceptabilidad social. El estado autoritario como estado policial pretende ser un estado hobbesiano donde la violencia policial, incluidos los asesinatos extrajudiciales, van poco a poco normalizándose, como hemos visto en Estados Unidos, en Francia, en Ucrania, en Polonia y muchos otros países en caso extremo, pero empezamos a ver ya en cada uno de los estados occidentales en su forma embrionaria.
En tercer y último lugar, el estado militarista. Las inversiones públicas son desviadas al rearme para servir a las necesidades imperiales de la oligarquía a la vez que ésta misma invierte en el sector armamentístico para saquear el salario general; las poblaciones trabajadoras son sometidas a un bombardeo propagandístico constante del miedo a la amenaza extranjera, para prepararlas por un lado para aceptar sumisamente el autoritarismo creciente, incluso la opción del uso de las fuerzas armadas contra la clase trabajadora interna como estamos viendo en EEUU, y por otro para que asuman que tarde o temprano serán utilizadas como carne de cañón en la carnicería imperialista de las oligarquías.
Aniquilación de la forma democrático liberal de la dictadura burguesa, estado policial y militarismo, son los tres ingredientes principales del nuevo estado autoritario occidental, verdadero fin del nuevo movimiento fascista, que desvergonzadamente socialdemócratas y liberales de todo pelaje han puesto en marcha ya por su propia cuenta, en un seguidismo nauseabundo hacia las élites oligárquicas, y que es retroalimentado por la ideología de masas reaccionaria impulsada por los grandes medios de comunicación y las grandes empresas tecnológicas.
III. Línea comunista y táctica antifascista:
Como hemos visto, el fenómeno en auge del fascismo solo puede comprenderse (y combatirse) incorporando al análisis por un lado a su presupuesto social, la reacción cultural de las clases medias; y por otro lado a su resultado estratégico, el estado autoritario. Y esto sólo adquiere forma de conjunto bajo el concepto programático de clase, y es de esta manera como se muestra definitivamente el verdadero enemigo de clase detrás del fascismo: la oligarquía atlantista y las bases capitalistas de la sociedad occidental. La oligarquía es el agente que está impulsando al fascismo, no tanto porque esté financiando sigilosamente a los tres grandes grupos del movimiento fascista antes citados (plataformas electorales de ultraderecha, organizaciones ideológicas y grupos de calle), sino por su explícita agenda de propaganda reaccionaria, y sobre todo, porque es la principal impulsora del resultado: un nuevo estado autoritario y militarista. Y en esa dirección van sus directrices desde las grandes instituciones oligárquicas occidentales europeas y estadounidenses, con sus planes de reforma política y agenda militarista.
De lo cual se deduce que hacer frente al fascismo no es tomar partido por el rostro amable, caduco, del programa político de la oligarquía, sino que hacer frente al fascismo es hacer frente a la oligarquía, al movimiento y a sus ejes programáticos ideológico y estatal: al fascismo, a la reacción y al estado autoritario. Ante la decadencia imperial occidental y el motor gripado de la acumulación sólo caben dos opciones: estado autoritario o estado socialista. La oligarquía lo sabe tanto como lo saben los comunistas, por eso trata de tomar la delantera articulando sobre sus premisas a toda la clase trabajadora. Por lo demás, que el estado autoritario se desarrolle progresivamente implementado por el hipócrita bipartidismo de socialdemócratas y liberales seguidistas, o lo haga aceleradamente con grandes plataformas ultraderechistas, el resultado acabará siendo el mismo: impunidad del fascismo en la calle, generalización de la reacción ideológica, destrucción de la democracia formal, estado policial y carnicería imperialista.
Partiendo de la situación actual, por lo tanto, ¿cuál debe ser la línea política de los comunistas ante la ofensiva política de la oligarquía?
La línea política se compone separadamente de dos grandes tareas: la tarea estratégica resumida en la fórmula ‘partido y programa’, y la tarea táctica de recomponer defensivamente a la clase bajo la bandera de un antifascismo integral actualizado.
Partido y programa: polarización revolucionaria del descontento
En primer lugar, está la tarea estratégica: recomposición del partido proletario y del programa revolucionario, sin los cuales hacer frente a la oligarquía es inviable. Ante su propuesta de conjunto, falsa para la clase trabajadora, de más capitalismo y más autoritarismo para salir del problema del capitalismo y el autoritarismo, necesitamos un partido organizativamente capaz, con carácter de masas en todas las sociedades occidentales, que despliegue un programa revolucionario actualizado en todas las grandes cuestiones, bajo el objetivo estratégico del socialismo y de la idea de una civilización en occidente que encuentra la superación de su decadencia en el comunismo. En cuanto a la edificación del partido y del imaginario civilizatorio, hablamos de un partido unificado a escala supraestatal, en nuestro caso europea, que sea capaz de combatir en su misma escala a las instituciones de poder de la oligarquía financiera y tecnológica atlantista.
Para la articulación de la tarea estratégica de recomposición partidaria, es imprescindible articular a la base una táctica de agitación efectiva capaz de polarizar el descontento social en clave revolucionaria. Dicha agitación debe actuaren dos direcciones: por un lado contra el orden capitalista y la oligarquía, o dicho de otra manera, una agitación que sea capaz de polarizar contra el estado y el capital el descontento social con el orden actual, frente a los cantos de sirena de la oligarquía y el fascismo que tratan de polarizar el descontento pidiendo más estado y más capital. El MS y el conjunto de los destacamentos comunistas deben hacer una tarea de vanguardia polarizando la calle en todas las grandes cuestiones hacia la cosmovisión proletaria frente al Capital, impidiendo así el avance de la reacción y el fascismo como falsa alternativa.
Por otro lado, debemos desarrollar una agitación efectiva contra la complicidad de los partidos parlamentarios y especialmente de la izquierda reformista, quienes vienen implementando sucesivas reformas legislativas de recorte de derechos políticos, permitiendo la generalización de grupos fascistas a pie de calle, dando vara alta a las fuerzas policiales y reforzando el atlantismo y el militarismo desde la posición de gobierno. En general, son partidos que han establecido la irracionalidad como premisa en el ambiente político de la clase trabajadora con sus grandes aparatos ideológicos, desarticulando toda posibilidad de debate racional, actuando de comisarios de la burguesía ante la opción revolucionaria. Mientras implementan desde el estado el mismo programa autoritario que el fascismo está llamado a culminar, combaten sin cuartel toda opción de articulación revolucionaria, única garantía real de hacer frente al fascismo. Estos partidos son parte del problema, normalizando la reacción en las clases medias en su forma irracional, nacionalista, acomplejadamente racista y clasista, mientras señalan al fascismo únicamente como fenómeno extremo. Son esos mismos que pueden tolerar y mirar hacia otro lado ante un genocidio colonial progresivo en cualquier parte del mundo, pero que ponen el grito en el cielo cuando, como en el caso actual de Palestina, el genocidio es lo suficientemente brusco y evidente como para que se vea con demasiada claridad las costuras institucionales, diplomáticas y empresariales entre colonialismo y socialdemocracia imperialista.
En resumidas cuentas, necesitamos una táctica de agitación eficaz para polarizar el descontento contra las oligarquías y contra el capitalismo, y que sea igualmente eficaz señalando a sus lacayos y comisarios políticos, por más que se disfracen, de manera que sea una agitación no sólo contra la oligarquía, sino contra todo el bloque histórico del Capital. El éxito agitativo en la demarcación de campos es el vehículo ideológico, la condición sine qua non para la recomposición ideológica y política del bloque histórico revolucionario.
La táctica antifascista
En lo que respecta a la segunda gran tarea, o la línea antifascista propiamente dicha, se trata de recomponer las posiciones defensivas del proletariado occidental, hoy completamente desarticulado y atomizado. Y se trata de hacerlo para ser capaces de contener cada uno de los tres ejes programáticos de la oligarquía. Para ello el MS desarrollará dos tareas subordinadas que en conjunto componen la táctica defensiva antifascista.
En primer lugar, constatamos que el antifascismo está hoy atomizado, desorientado y en gran parte desarticulado en occidente, y que es el fascismo lo que está de moda en las jóvenes generaciones. En ese sentido, los comunistas debemos actuar como columna central del nuevo antifascismo, englobando la lucha contra la reacción y la lucha contra el fascismo y haciendo de la organización comunista el principal referente antifascista, a la vez que conseguimos convertir al antifascismo en una tendencia de masas. Ante la tradicional proclama ‘al fascismo no se le discute, se le combate’, defenderemos que no es posible combatir al fascismo sin a la vez discutir y vencer a la reacción en el plano ideológico.
Por lo tanto, por un lado el MS debe desarrollar posiciones discursivas en todas las cuestiones que componen el punto de vista reaccionario, y asegurarse de elaborar una propaganda y agitación eficaces contra la reacción. Los comunistas debemos combatir a la reacción dentro de la clase trabajadora, incluso asumiendo como tarea propia la construcción de cortafuegos ideológicos dentro de las bases de la izquierda tradicional que comienzan a escorar hacia posiciones reaccionarias, y esto sólo puede hacerse con la guerra cultural y la lucha ideológica. Y en conjunto con esto, y como complemento necesario, los comunistas tenemos el deber de hacer frente al fascismo propiamente dicho a pie de calle, como expresión más radicalizada de la reacción. Al fascismo no puede permitírsele adquirir carta de normalidad ni espacios de impunidad para desarrollarse. Lucha de vanguardia en el plano ideológico y en la calle. Debemos demostrar efectividad y compromiso antifascista para combatir a la reacción y al fascismo y poner al MS como referente internacional antifascista.
En segundo lugar, los comunistas debemos impulsar y tomar parte de la articulación de un gran frente defensivo de clase contra la reforma autoritaria del estado, con todas las organizaciones independientes de la clase trabajadora, con movimientos sociales, organizaciones, destacamentos y sindicatos de clase, que sea independiente de los partidos parlamentarios, y por lo tanto eficaz contra el autoritarismo estatal que el conjunto del bloque del Capital viene implementando. Este frente debe adquirir dimensión de masas y adquirir un grado de eficacia suficiente para hacer frente tanto al recorte de derechos políticos, al estado policial y la represión, como al militarismo. No hay antifascismo completo si la clase en su conjunto no es capaz de organizarse para detener la deriva autoritaria de los estados, que es el punto de llegada de todo programa fascista. Frente de masas contra el autoritarismo estatal, por lo tanto, como culminación organizativa en el plano defensivo del antifascismo, frente a todo canto de sirena frentepopulista de los grandes partidos de izquierdas, que pretenden reducir el problema del fascismo a su forma movimiento-partido, haciendo caso omiso a la reacción que galopa a sus anchas en sus propias bases, mientras implementan de forma inconsciente o maquilladamente el mismo programa autoritario de las oligarquías.
Puede que se den coyunturas en el futuro en las que alianzas tácticas con estas fuerzas burguesas de izquierdas sean necesarias para combatir gobiernos fascistas, pero estos compromisos parciales sólo pueden darse sobre la base preexistente de una independencia política y organizativa real, articulada en bloque, de la propia clase trabajadora frente al estado burgués. De ahí la necesidad de ligar la línea antifascista del MS a la articulación en primer lugar de un frente proletario, y de enfocar claramente el problema que se esconde tras el auge del fascismo: la criminal oligarquía atlantista y su programa de estado autoritario.
En forma de resumen: la secuencia de articulación del bloque histórico revolucionario por lo tanto, consiste en primer plano en la edificación de la organización comunista-forma movimiento (MS) como vanguardia antifascista integral contra reacción y fascismo, a su vez capaz de articular defensivamente a la clase con una amplia alianza de grupos y organizaciones, que alcance eficacia táctica para defender las opciones políticas del proletariado. Y como tarea estratégica general, edificación de la organización comunista-forma movimiento (MS) como movimiento potencial de recomposición ofensiva de la clase que desemboque en partido y programa revolucionarios a escala europea.
