La cuestión de la degradación de la situación internacional está llamada a ganar cada vez más peso en nuestro trabajo militante entre los marcos populares en que actuamos. Sobre todo, si lo comparamos con las movilizaciones contra los recortes que trajo la crisis de 2007/8, donde las cuestiones geoestratégicas apenas estuvieron presentes. Y no lo estuvieron, no porque la causa de fondo de aquel estallido financiero no tuviera nada que ver con esa degradación belicista que hoy se siente más cercana. Todo lo contrario. Pero lo cierto es que no se ponía relación entre crisis sistémica y tendencia a la guerra en las protestas de la calle de entonces. Pensemos en el 22M, la madre de todas las mareas, donde prácticamente no había ninguna consigna con respecto al militarismo.
Diferente es lo que pasa hoy en día, con una UE que obliga a gastar un 5% en defensa porque hay que armarse a más no poder frente a la “amenaza rusa” mientras ya venía imponiendo rebajar, desde mucho antes, la deuda pública y el déficit estatal. Al respecto, cabe preguntarse si, por ejemplo en Francia, las protestas contra los grandes recortes sociales y laborales que allí se anuncian podrán obviar tener que afrontar y enfrentarse al relato guerrerista de Macron, que pretende “disciplinar” la sociedad civil y llamarlas a hacer todos los sacrificios que se imponen frente al enemigo del Kremlin.
Cabe preguntarse, en definitiva, si el movimiento popular en nuestro entorno europeo no se verá obligado a definirse ante la cuestión de la guerra, a semejanza de lo que ya ocurriera en la primera mitad del siglo XX. ¿No dependerá la suerte de la movilización en la calle de cómo se interprete los intereses que están en juego en un escenario internacional cada vez más bélico e identifique certeramente los bandos en disputa? ¿No dependerá, en suma, el futuro de la movilización social de dónde se sitúe en el tablero de combate que, queramos o no, nos va a ser impuesto por el gobierno “patrio” de turno y la UE… de siempre?
Venimos afirmando que, ante una nueva réplica de la crisis económico-financiera en el centro del sistema capitalista y su lógica respuesta en la calle, los gobiernos irán al desafío con la lección aprendida de la década anterior. Esto es, con mayor arsenal represivo aMordazante y mayor demagogia, fomentando todo tipo de desviacionismos y de enfrentamientos en el seno del pueblo (y entre pueblos). Pero ahora queremos poner el acento, sobre todo, en que el escenario de guerra en que nos quieren atrapar tendrá consecuencias mayores en la vida política del país, afectando en primer lugar a la gente más consciente. Y es que la oligarquía parasitaria necesitará limpiar “su retaguardia” de activismo social y político en nombre de la defensa cínica de la patria y del “jardincito europeo” borreliano
Han decidido, sí, que Rusia es nuestro enemigo, con China también en el visor. Ya vemos cómo en nada de tiempo han puesto en marcha toda una “cancelación de lo ruso”, y poco les ha faltado para catalogarnos de ser agentes de Putin. Si no han podido llegar todo lo lejos que se habían planteado, es porque el atroz genocidio que el ente sionista israelí está llevando a cabo contra los palestinos les rompe el manual mediático de descalificaciones e indignación que querían inocularnos ante la “barbarie rusa”. ¿Cómo no va a chirriar que cada dos por tres impongan un nuevo paquete de sanciones contra Rusia (ya van 19) y resulte que contra el Israel genocida “cuesta la vida” hacer algo mínimamente sustancial porque siempre hay que buscar un consenso que saben que no se va a encontrar? Hasta el propio Borrell (saeta contra Putin donde la haya) se lamenta diciendo que “eso no se sostiene” y que hay que hacer algo para parecer creíbles. Y es precisamente por ello, tal como señalamos en “Un pasito antisionista limitado y limitante” (Dualéctica, nº 2), que advertimos de que no solo hay mucho de postureo en cuanto a lo de Gaza, sino que, en gran medida, es perversamente utilizado para hacernos tragar la demonización de Rusia, que es donde ahora se está jugando el enfrentamiento geoestratégico principal.
Por todo ello, conviene que, de la manera más preventivamente posible, el activismo político se arme de una serie de ideas-fuerza ante la degradación internacional en curso. Y que haga todo lo posible por que estas ideas se abran camino en las luchas, en la calle, en medio de tanta toxicidad y confusión provocadas por la dictadura mediática de facto que pretende que nos sacrifiquemos por unos intereses oligárquicos que están a las antípodas de los nuestros.
Con ese propósito, lo que viene a continuación es una enumeración de conclusiones que hemos ido defendiendo en nuestro ámbito organizativo y que ahora presentamos de una manera “un tanto esquemática” a fin de que puedan ganar eficacia en nuestro trabajo militante. Hemos de ganar eficacia especialmente ante el reto que tenemos de promover una fusión, que cada vez se hace más pertinente, entre el movimiento antiimperialista (hoy por hoy bastante limitado en su poder de convocatoria) y el que se vislumbra que se desarrolle contra la guerra (movimiento este que, en principio, tiene una mayor proyección de masas). Hablamos de eficacia porque no nos bastará con la indignación y la proclama. Partimos de una convicción: la suerte que podamos correr en ese reto militante mayor de fundir antiimperialismo y movimiento contra la guerra dependerá de la inteligencia que despleguemos en “disputar sectores al enemigo y evitar que la causa antibélica sea aislada por la presión mediática, en mitad de la auténtica guerra informativa y de la censura que estamos viviendo.[1]
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- La presente situación de guerra no empieza ahora. En rigor, la lucha contra la guerra no es una tarea de actualidad. Viene de atrás y de “allá”.
Otra cosa es que esa amenaza de guerra la sintamos mucho más cercana en nuestro entorno de “países desarrollados” y que inunde los discursos de nuestros gobiernos. El verdadero problema no es “que llegue aquí”, a Occidente, sino que lleva mucho tiempo desarrollándose “allí”, en la periferia del sistema capitalista, y ha terminado por estallar en su centro. Igual que durante décadas se exportaba la crisis y la podredumbre al tercer mundo y terminó por estallar en forma de crisis financiera en el corazón mismo del capitalismo en 2007/8, la retahíla de guerras regionales azuzadas por el Occidente decadente no podía dejar de afectar a la fuente original responsable de las mismas: el viejo sistema de potencias coloniales.
- En realidad, llevamos ya años inmersos en una tercera gran época imperialista de provocación de guerras a nivel mundial, por parte del “Occidente avanzado” que busca no ser expulsado del dominio mundial.
Es decir, se trata de guerras propias de la decadencia irreversible de ese “sistema avanzado”. El factor principal y más inmediato de esta última oleada de guerras que se suceden desde los años 90 ha venido siendo la lucha de EE. UU. por mantener su hegemonía “a la romana”. Pero también tenemos, por poner un ejemplo diferente, una Francia interesada igualmente en postularse como fuente de desestabilización viendo cómo pierde el control sobre África, acusando a Rusia de ser quien está detrás de que la echen de su particular patio trasero.
El primer gran periodo de provocación de guerras imperiales fue en el siglo XIX, con guerras para conquistar colonias y expandir mercados (como Inglaterra en China o Francia en África). A comienzos del siglo XX se inicia una segunda gran época con la I Guerra Mundial: un conflicto inter-imperialista para cambiar el reparto de los mercados coloniales, puesto que Alemania había llegado tarde al primero. La II Guerra Mundial es más de lo mismo tras el cierre en falso de la primera con el Tratado de Versalles. En ese sentido, la II Guerra Mundial siguió siendo una conflagración para cuestionar la distribución de colonias y también para conquistar países incluso dentro del primer mundo (Lebensraum hitleriano) ante las dificultades de reparto encontradas ya en el tercer mundo. Si bien, ya ese conflicto interimperialista se solapó con una guerra para destruir a la Unión Soviética y al socialismo. Una feroz agresión contra la URSS que, por cierto, aunque fue desencadenada por Alemania, contó con la complicidad de todo el Occidente, pues esperaban que los nazis destruyeran lo que no habían logrado arrasar en la guerra civil rusa que alimentaron tras la revolución de 1917, sobrevenida esta precisamente en medio de la Primera Guerra Mundial.
- Ambos bloques del llamado Occidente colectivo, EE. UU. y el núcleo de la UE, necesitan la guerra, aunque con agendas distintas.
No es cuestión, en lo que a nosotros respecta, de abrazar dos tendencias erróneas que se dan en mucho activismo político y social. Por un lado, la confusión total de intereses geoestratégicos de la UE y de EE. UU. Por otro, la utilización de esas diferencias y contradicciones para “inocentar” a cualquiera de esos bloques (en nuestro entorno, sobre todo, a la UE). En todo caso, esas diferencias y contradicciones deben ser aprovechadas para contribuir a anular a los dos.
Debemos insistir en que, aunque los norteamericanos puedan ser el desencadenante más inmediato, el causante real de esta conflictividad es el parasitismo financiero occidental en su conjunto, del que ciertamente EE. UU. se lleva la palma. En estas guerras, en muchas ocasiones de pura desestabilización y muy distintas de las anteriores guerras de conquista, si los estadounidenses tienen que destrozar países (como Afganistán o Irak) para evitar que entren otras potencias, incluso aliadas, lo hacen. O entran como un elefante en la cacharrería en un conflicto que otro aliado venía alimentando “a su manera”, como ocurrió con la Yugoslavia a la que Alemania se la tenía jurada.
En el fondo, tanto los EE. UU. como la UE querían destruir desde hace tiempo a Rusia y a China al identificarlas como la mayor amenaza al sistema hegemónico occidental. Pero la primera (y ya vetusta) potencia mundial y el proyecto de construcción europea en torno a Alemania (demasiado en ciernes y sin autonomía militar) no podían dejar de tener timings y agendas diferentes en su enfrentamiento con las potencias herederas de las dos grandes revoluciones socialistas mundiales. La UE durante años intentó mantener con Rusia relaciones comerciales normales y, a la vez, controlarla o desestabilizarla por vías no directamente bélicas (golpe de Maidan, revoluciones de colores, conflictos nacionalistas…).
- El escenario concreto de Ucrania. Si a la UE no le interesaba iniciar un enfrentamiento tan directo con Rusia, aún menos le interesa que, una vez iniciado, salga Rusia ganadora.
Por eso hay que hablar de cómo los estadounidenses han atrapado perversamente al núcleo central de la UE. Efectivamente, aquellos, acusados de hasta estar detrás de la voladura del Nord Stream 2, han querido adelantar y llevar a un enfrentamiento contra Rusia y China a todo el sistema imperialista occidental en su conjunto, algo que la UE no buscaba inicialmente todavía. Ahora bien, una vez comenzadas las hostilidades, el núcleo duro de “la construcción europea” necesita que sus auténticos enemigos no ganen esta guerra. Circunstancia de la que los norteamericanos se aprovechan, como un bombero pirómano que no solo quiere someter a sus enemigos más sistémicos, sino también a sus propios aliados de la Guerra Fría para que no vayan por su cuenta ante la pérdida de hegemonía mundial estadounidense.
La realidad ucraniana está suponiendo una derrota occidental. Las cosas no han salido como EE. UU. las planeaba, si bien es cierto que, una vez llegados a ese punto, han pretendido adaptarse a la situación. Actualmente, el interés de la Casa Blanca pivota hacia Asia para enfrentarse a China, dejando a la UE con la “patata caliente” del conflicto ucraniano. Estados Unidos rompió la agenda europea y logró subordinar al viejo continente de nuevo, amagando finalmente con retirar el paraguas militar de la OTAN, en un contexto en el que en Europa también se necesita reeditar y prolongar (al precio que sea) el parasitismo financiero y comercial en un nuevo escenario en el que emergen los BRICS. A la UE no le ha quedado otra que actuar igual que los yanquis: prolongando la inestabilidad, sin reconocer la realidad de que Rusia ha logrado derrotar la celada que unos y otros, en el llamado Occidente colectivo, le venían preparando.
- En la actualidad la verdadera línea de demarcación en el terreno internacional está entre el sistema imperialista de las viejas potencias capitalistas y un campo amplio de países que contestan su hegemonía parasitaria con China y Rusia a la cabeza.
No es este un enfrentamiento interimperialista como los que iniciaron las conflagraciones mundiales anteriores. No cabe aquí ninismo que valga. Ciertamente la lucha de sistemas terminará por ser el correlato de la verdadera contradicción de fondo del sistema capitalista mundial. Pero hoy por hoy la conjunción de la crisis material de este sistema (que de la mano del parasitismo financiero extremo niega hasta las mínimas leyes de la economía de mercado mundial) con la caída del socialismo (cuyas consecuencias estarán presentes durante más tiempo del deseado) hace que transitoriamente la línea de demarcación a nivel mundial esté entre imperialismo y antiimperialismo. No tiene sentido anteponer la cuestión del debate ideológico con respecto a China a la cuestión de la situación de extrema inestabilidad internacional y de guerra que se desarrolla actualmente. Qué más quisiéramos, con respecto a China y Rusia en el terreno del movimiento comunista internacional, que las cosas se desarrollaran de otra manera, pero esa no es la cuestión sobre la que hoy gira el escenario internacional[2].
- Bajo ningún concepto hemos de transigir con la comparación perversa de Israel y Rusia. El genocidio sionista en Palestina y el belicismo otanista contra Rusia tienen la misma fuente en el imperialismo occidental.
Partamos de que, a fin de aislar a Israel, hay que aprovechar cualquier acercamiento a la causa palestina. Pero no se debe permitir que las concesiones diplomáticas de gobiernos como el de Sánchez -forzadas por la movilización creciente y con mucho de postureo progresista en clave política interna- sean utilizadas para que la movilización rebaje sus exigencias de ruptura total con la entidad sionista y comparar a esta con la legítima resistencia ejercida en Palestina. Una resistencia histórica que comienza con la imposición artificial del Estado israelita desde la finalización del mandato británico y cuyo forzado y brutal mantenimiento sirve de base para las aventuras imperialistas occidentales en Oriente Medio, especialmente hoy de EE. UU. En este sentido, tiene razón Aznar cuando mantiene que “el Occidente tal como lo conocemos se la juega en Israel”.
Pero una particular advertencia se impone ante la utilización de “la defensa de la causa palestina” como moneda de cambio para poner al progresismo de este país a favor del otanismo más belicista, que está cada vez más metido en guerra contra Rusia en Ucrania y con las miras en China. Especialmente hay que ponerse en guardia ante esta perversidad, ya que justamente donde se está jugando el futuro de la humanidad es en la necesidad del “Occidente colectivo” de, como mínimo, hacer implosionar Rusia y China, reconocidos en toda lógica imperial como los mayores obstáculos que se encuentran las viejas y podridas potencias del sistema capitalista internacional para prolongar su parasitismo, tal como hemos señalado arriba.
Aún es más perversa esa utilización contra Rusia, si reparamos en que la tragedia palestina quedaría mucho más cercana a la resolución si hubiera un debilitamiento sustancial del sistema imperialista mundial, que es el que sostiene la impunidad más absoluta del Estado de Israel. Y es justamente en las fronteras con Rusia donde reside la clave principal hoy para que se dé ese necesario y urgente debilitamiento.
[1] https://redroja.net/sincategoria/ernesto-martin-el-imperialismo-occidental-de-nuevo-no-tiene-mas-salida-que-la-guerra-tambien-aqui/
[2]Respecto del “ninismo” y su efecto inmovilizante se habla y profundiza ya en 2011 en este artículo: https://derrotaenderrotahastalavictoriafinal.blogspot.com/2012/03/desinoculandonos-la-paralisis.html