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Ante la victoria de Mamdani: ni campanas al pueblo, ni insultos al pueblo

in Destacado Estado Español
Ante la victoria de Mamdani: ni campanas al pueblo, ni insultos al pueblo

Este 4 de noviembre de 2025, Zohran Mamdani ha ganado la alcaldía de Nueva York. Hay que reconocer que, en una metrópolis gobernada durante décadas por el capital inmobiliario, que gane alguien de su perfil es una auténtica sorpresa. Musulmán e hijo de inmigrantes, su victoria expresa un hartazgo acumulado frente a alquileres imposibles, salarios estancados y redadas.

Ahora bien, es evidente que Mamdani no va a cambiar nada. Este socialdemócrata, cuya campaña ha condenado por supuesto las “dictaduras” de Cuba y Venezuela, ha ganado con un programa que, en materia de vivienda, promete —como máximo— abaratar y ampliar la vivienda pública… sin tocar el negocio privado que depreda la ciudad. Ni expropiaciones a fondos buitre, ni control real del mercado (algo que, de todos modos, no podría hacerse desde el ayuntamiento). La cuestión es que sin tocar el capital privado, no puede cambiarse nada. Por eso, la ilusión demostrada por Pablo Iglesias ante la victoria de Mamdani es ridícula.

Ahora bien, tampoco sirve de nada dar respuestas disparatadas. A Mamdani no “lo ha puesto ahí Soros”,  como repiten obsesivamente algunos opinadores —incluso una brillante periodista, como Helena Villar, entre otros—, ni es la avanzadilla de una trama “globalista» y “woke” (lenguaje burdo y reaccionario donde los haya). Esta visión “antipolítica” e “irreverente” reduce la política a conspiraciones. Y la actuación de las masas a la de ser meras marionetas, sin agencia propia posible.

Ambos atajos —la ilusión reformista y la conspiracion reaccionaria— son trampas retroalimentadas que se fortalecen con polémicas y visitas mutuas en las redes sociales. El primer atajo siembra la semilla de la decepción popular: cuando no llegue el “cambio” prometido, crecerá el desencanto que alimenta al fascismo. El segundo, por su parte, invisibiliza las ansias reales de transformación que laten tras los votos a Mamdani, reduciéndolos a un “engaño” teledirigido por Soros y ocultando que, tras el velo demócrata, late un conflicto social real que recorre la ciudad y que podemos aprovechar.

Obviamente, el Partido Demócrata, al igual que el Republicano, es de derechas: un partido orgánico del establishment financiero, mediático y tecnológico. Pero hay que entender (e incluso aprovechar) las divisiones internas del enemigo, cuando afloran. Lo que ha sucedido no es cosa de Soros, sino una expresión (no la que nos gustaría, pero una expresión) del hartazgo popular frente al sistema capitalista. El voto a Mamdani se explica, en gran medida, como rechazo al ICE y a sus redadas fascistas, a las políticas disparatadas de Trump y a su apoyo a Israel y al genocidio en Palestina. Pero también, de modo más sencillo, como protesta ante la mala marcha de la economía para la clase trabajadora.

Así pues, no basta con criticar (o, peor aún, cibercriticar) a los reformistas: hace falta autocrítica. Si quienes anhelan un cambio social recurren a figuras como Mamdani (o a Mélenchon en Francia, o a Conolly en Irlanda… e incluso otras veces a personajes reaccionarios, como el propio Trump), es porque las fuerzas realmente transformadoras aún no han sido capaces de articular alternativas más consecuentes y enraizadas en los centros de trabajo, en los centros de estudio y en los barrios.

Mamdani no cambiará nada; está claro. Pero no insultemos a sus votantes —obreros hastiados de la economía desastrosa de Trump, latinos hartos de las redadas, sectores solidarios con Palestina— como si solo fueran títeres engañados por Soros o por los “wokes”, porque son justamente estos votantes (e incluso los obreros votantes a partidos reaccionarios y a Trump) aquellos con quienes se construirá la alternativa real, que, desde luego, no pasa por repartir algunas migajas más desde el sector público (como promete abiertamente Mamdani), sino por asaltar los cielos del sector privado y ponerlos en manos de los humildes. Para que lo público, como en esa China que ya está superando a los yanquis, sea mucho más que migajas.

 

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