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AITOR MARTÍNEZ. El problema con la socialdemocracia…

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AITOR MARTÍNEZ. El problema con la socialdemocracia…

El problema con la socialdemocracia no es que consiga o no en las instituciones cambios que supongan cierta mejoría relativa en las condiciones de vida de la clase obrera. Cosa que, como ya se ve, es limitada y muy parcial.

Toda su práctica «transformadora», basada en reformas que tienen los días contados no solo por lo efímero de la política en la sociedad burguesa y por las tendencias culturales que escapan a toda conciencia política de los partidos del orden burgués, sino que también porque los límites de esas reformas son estructurales, quedan fuera del alcance de toda capacidad de respuesta sostenida sobre la práctica reformista.

Decía Lenin, y lo sostuvo hasta que las condiciones se lo permitieron, que la sociedad socialista no necesariamente tenía que estar constituida por un único partido político, que las sociedades de partido único eran debidas a condiciones históricas muy específicas donde la lucha a muerte conducía necesariamente a la polarización social. Con ello Lenin quería decir que, incluso en una sociedad socialista, podrían haber intereses colectivos confrontados, aunque estos no estuvieran sostenidos necesariamente en una división social en clases; pero esos intereses confrontados, no ya políticos en un sentido actual, tendrían en común una cosa: se desarrollarían de tal manera, y por eso sería aceptable su existencia, en la que tendrían como base común una nueva forma social, fundamentada sobre la propiedad colectiva de los medios de producción. Esto es, los intereses confrontados surgidos en la sociedad socialista, serían intereses profundamente subordinados a la realidad estructural existente y, por lo tanto, incapaces de abordarla en un sentido conflictivo y, desde luego, que estructuralmente incapaces de superarla, pues su superación carecería de sentido histórico. La política institucional burguesa es exactamente lo mismo: confrontaciones de bloques sobre conflictos producidos y estructuralmente delimitados por la propia sociedad capitalista, que en ningún caso la ponen en peligro. La parte positiva, en nuestro caso, comparando con la situación en la que surge la visión de Lenin sobre la función de los intereses conflictivos en una sociedad socialista, es que, en este caso, nosotros si tenemos a nuestro favor la historia, que el capitalismo es una tendencia constante al colapso y que nuestra labor consiste, precisamente, en intervenir para que ese colapso culmine en una revolución socialista. Para ello, es nuestro deber señalar los límites de la sociedad capitalista y de la práctica política reformista, institucional, contra los propios reformistas que la defienden con triunfalismos o la estiman insuficiente desde un punto de vista reformista y autojustificativo, y atacan a los comunistas que señalan esos límites, que son los límites de la política socialdemócrata.

Evidentemente, la política revolucionaria se juega también en estos términos, se disputa en todos los lugares y se despliega en confrontación con toda política reformista, sea de derechas o sea de izquierdas. Los anticomunistas juegan en la misma liga, criticando la crítica al reformismo, estimando este como comprobadamente superior a la política comunista porque consigue conquistas efímeras, y señalando los límites de la reforma en un sentido cuantitativo, en contra de las criticas cualitativamente superiores de los comunistas. En todo lugar político es fácilmente comprobable la diferencia entre la política socialdemócrata y la comunista. Y, sobre todo, en cuestiones tácticas de primer orden: no se puede ser comunista sin la crítica implacable de las instituciones capitalistas y menos aún justificándolas como imprescindibles aunque complementables por un movimiento social totalmente subordinado a los intereses del partido socialdemócrata de turno. O se está a favor de ellas o se está en contra; la táctica en las mismas depende de ese hecho, y es transformada por el mismo.

@iruntzi

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