insurgente
  • Inicio
  • Estado Español
  • Insurgencias
  • Internacional
  • Artículos
  • Convocatorias
  • Editoriales
  • Publicaciones
  • Referencias y Referentes
  • Inicio
  • Estado Español
  • Insurgencias
  • Internacional
  • Artículos
  • Convocatorias
  • Editoriales
  • Publicaciones
  • Referencias y Referentes
No Result
View All Result
No Result
View All Result
Home Insurgencias Antifascismo

Marta Hernández (portavoz de CJS): «El antifascismo sin estrategia revolucionaria es maquillaje institucional»

in Antifascismo
CJS moviliza en Madrid a miles de personas en aras de construir la alternativa revolucionaria

En un momento de desarme del comunismo, aparente despolitización de la juventud trabajadora y avance del fascismo, la Coordinadora Juvenil Socialista estructura su proyecto político precisamente en torno a estas tensiones. Integrada en el Movimiento Socialista —junto con otras organizaciones que se adaptan a las realidades específicas de cada territorio—la CJS aspira a disputar hegemonía en el campo político y juvenil. Para profundizar en su propuesta y en cómo interpretan la coyuntura actual, entrevistamos a Marta Hernández, portavoz y militante socialista cuya trayectoria y experiencia permite trazar su lectura del antifascismo actual  y la propuesta política que plantean.

En vuestro mitin denunciáis que parte de la izquierda institucional está convirtiendo el antifascismo en una estética despolitizada. ¿Qué riesgos concretos veis en ese “antifascismo sin conflicto” que señaláis?

Nosotras creemos que, en la medida en que la política es conflicto – lo cual es especialmente evidente en la política antifascista – los riesgos, o más bien el sinsentido, de un antifascismo sin conflicto es evidente: es un antifascismo fuera de la realidad, un adorno retórico o electoral sin ninguna posibilidad de ser mínimamente efectivo. En política, o luchas a todos los niveles o el enemigo (que sí está dispuesto a luchar) te come. De nuevo, esto es especialmente claro en el caso del enemigo fascista. Si el antifascismo queda reducido a un reclamo puramente electoral del estilo «o nosotros o el caos» estamos perdidos. Para empezar, hay que combatir. Y este combate debe estar basado en ofrecer una alternativa, un proyecto realmente antagónico a lo que existe, y que pueda movilizar a la clase trabajadora ofreciendo un nuevo horizonte. Lo contrario es seguir pilotando un barco que se hunde mientras los fascistas se preparan para hacerlo explotar.

El problema, en cualquier caso, no es el antifascismo sin “conflicto” en abstracto, sino el antifascismo desligado de la lucha contra las causas de las que nace el fascismo: el capitalismo en crisis. Hay una contradicción evidente entre tratar de paliar sus efectos mientras se profundiza en las causas, que es lo que hace la izquierda reformista y sus gobiernos. El resultado de esta contradicción es que la izquierda acaba alimentando al monstruo, aunque diga querer combatirlo. Lo vemos en todas partes: los reformistas, que aceptan gestionar el sistema, tienen que plegarse al capital y su agenda de militarismo, austeridad, autoritarismo, etc., aunque sea de forma más moderada. Y eso la descalifica totalmente a ojos de las masas, a la vez que va generando una alfombra roja para la extrema derecha.

¿Qué queréis decir cuando acusáis a ciertos proyectos de “rebajar el antifascismo a un alegato moral sin organización de clase”?

Pues que hay quien reduce el antifascismo a la cuestión moral de «ser bueno» frente a los fascistas que son «los malos», en un plano vacío y pasivo, antipolítico. Este tipo de marco, planteado como algo abstracto, desligado de la lucha de clases, de la organización y de la fuerza, de proyectos concretos arraigados en la realidad, da lugar a un moralismo impotente. No basta con creerse “bueno”: hay que poder ganar a los malos, que no son sólo los fascistas. Y eso requiere de lucha, programa y organización.

El fascismo no es solo Vox, ni mucho menos. Vox, podría decirse, es al fascismo actual lo que la CEDA fue al franquismo

La CJS sostiene que el fascismo no es solo VOX, sino un proyecto de orden social. ¿Dónde identificáis hoy sus expresiones materiales –en lo económico, lo policial, lo territorial, lo laboral–  más allá del parlamento?

Efectivamente, no es solo Vox, ni mucho menos. Vox, podría decirse, es al fascismo actual lo que la CEDA fue al franquismo. Más allá de él tenemos por un lado enormes plataformas ideológicas que se dedican a expandir el ideario fascista. Dentro de esta categoría amplia entran desde medios de comunicación –La Derecha Diario, EDATV, Herqles, Mediterráneo digital, etc. –directamente fascistas, medios con algunos elementos fascistas –El Español, The Objective, El Mundo, El Confidencial, etc. – todos ellos regados por dinero público y privado, think tanks que elaboran ideas fascistas (Turning Point, del difunto Charlie Kirk, es solo un ejemplo), y grupos fascistas como Falange o Núcleo Nacional. Después está el fascismo callejero, el escuadrismo que también practican o aspiran a practicar grupos como estos.

Y hay también más elementos vinculados a los anteriores. Está la propia conversión de redes sociales masivas como X en elementos de propaganda fascista, y está, por último, la notoria presencia de elementos fascistas y ultrarreaccionarios dentro del aparato burocrático y militar del Estado, especialmente entre las fuerzas de seguridad, siempre proclives a estas ideas. También cabe mencionar la cuestión de grupos como Desokupa, empresas de nazis que venden como servicio el ejercicio del escuadrismo y la violencia antiproletaria contra quienes okupan. Y, por último, no hay que olvidar todo el circuito que conecta el narcotráfico, empresas de seguridad y ocio, ciertos gimnasios e hinchadas de fútbol, …

Este circuito es y ha sido importante para la perpetuación del fascismo más explícitamente escuadrista y violento. Además, cabe señalar que un hilo común a todo lo anterior, y especialmente a sus elementos más influyentes y desarrollados, es estar regados de dinero por parte de empresarios y políticos. No puede entenderse nada del nuevo fascismo sin entender que aquí hay gente con mucho poder –incluido el hombre más rico del mundo– poniendo dinero para que surja y se desarrolle.

Se aprecia en buena parte de la izquierda política y sociológica un giro hacia el nacionalismo que esconde la voluntad, ilusa, de que el Estado-nación capitalista resuelva todos los problemas. Siguen pensando en “más Estado” como solución. Hemos visto a Bernie Sanders elogiar la política arancelaria de Trump y también su política migratoria. Hemos visto a líderes como Arnaldo Otegi o Gabriel Rufián defender discursos abiertamente nativistas”

En vuestra línea política señaláis que la reacción adopta formas diversas. ¿Cómo definís hoy el “auge reaccionario” y cuáles son, a vuestro juicio, sus expresiones concretas en lo económico, lo cultural y lo institucional?

Un reaccionario, a diferencia de un simple conservador, es alguien dispuesto a aceptar medidas radicales para “volver hacia atrás”, hacia un pasado idealizado. Lo que nos interesa señalar, en este caso, es que el “auge reaccionario” no es solo cuestión de la extrema derecha. Es una tendencia cultural general que está permeando cada vez más entre las clases medias occidentales, incluidos muchos trabajadores desclasados, y que también afecta a las izquierdas. La ideología de las clases medias, acostumbrada a ver en el capital y el Estado la solución a todos los problemas, responde ante la crisis y la amenaza de descomposición buscando “volver atrás”.  No se pregunta ya: “Cómo mantener y mejorar un poco lo que tenemos” sino “¿quién es el gilipollas que nos ha llevado hasta aquí? ¿Cómo volvemos atrás?”. Comienza así la búsqueda de chivos expiatorios, etc. y también un giro hacia el nacionalismo, que esconde la voluntad, ilusa, de que el Estado-nación capitalista resuelva todos los problemas. Aunque se exprese de forma menos abiertamente chovinista, esta es también la posición de buena parte de la izquierda política y sociológica, que sigue pensando en “más Estado” como solución a todos sus problemas. Hemos visto a Bernie Sanders elogiar la política arancelaria de Trump y también su política migratoria. Hemos visto a líderes como Arnaldo Otegi o Gabriel Rufián defender discursos abiertamente nativistas.

Este auge reaccionario tiene en nuestra opinión diferentes pilares, relacionados con lo que ya hemos dicho. Uno es precisamente el nacionalismo. Otro, vinculado a lo anterior, es el racismo social, para quien la relegación de los migrantes a un papel económico y social subordinado es un hecho natural. Cuando oímos a políticos de izquierda preguntarse qué o  quién va a trabajar “nuestros” campos, o cuidar a nuestros abuelos si no hay migrantes, estamos ante un caso de racismo social. También tenemos el irracionalismo, del que de nuevo la izquierda institucional tiene buena culpa. La venta constante de falsas promesas, que es el ADN de la izquierda reformista, genera un clima de irracionalidad, incapaz de examinar la realidad rigurosamente. Los programas actuales de los partidos de izquierda tienden a ser listas de deseos a menudo irrealizables bajo el marco político existente. Pero esto no lo explican, y si no explicas esto y extraes las implicaciones necesarias lo único que haces es mantener a tus bases en un mundo de fantasía según el cual basta con que te voten a ti para que todo sea posible. Pero no lo es, como se demuestra en cuanto llegas al gobierno (véanse los dos casos de “gobiernos progresistas”), y por el camino has confundido y desmoralizado a tus bases, ofreciendo además a los fachas la oportunidad de presentarse como la única alternativa real.

Por último, el auge reaccionario trae consigo el reforzamiento del clasismo, entendido básicamente como desprecio por todos los estratos que estén “debajo de ti”. En este sentido y por desgracia, el clasismo está muy extendido entre la clase media y también la clase trabajadora, sobre todo en sus segmentos algo mejor posicionados. Hay desprecio por el joven precario, por el desempleado, por quien malvive de las ayudas sociales. Décadas de crisis de las instituciones obreras y la solidaridad de clase han creado un clima individualista que se abre fácilmente a tragarse la falsa de la meritocracia, creer que quien es más pobre que tú es porque lo merece y defender soluciones individuales o corporativas a problemas colectivos. Este espíritu ha facilitado la ofensiva contra los derechos de los trabajadores. Un contraejemplo muy loable fue la huelga de metal de Cádiz, donde los trabajadores planteaban una unificación de las condiciones de quienes curran en subcontratas. Este es, en nuestra opinión, el espíritu correcto, y el que debería extenderse entre todos los trabajadores. Esto, por cierto, es especialmente importante para abordar la cuestión migratoria. Si la migración puede empujar los salarios a la baja es porque los migrantes están en una posición de vulnerabilidad y ausencia de derechos políticos que les dificulta luchar por mejores salarios. Así que la única política proletaria coherente es: unidad de todos los trabajadores, migrantes o no, en defensa de nuestros intereses de clase. Los rojipardos que pretenden que endurecer las medidas contra los migrantes beneficia a la clase trabajadora no solo mienten absolutamente –porque las medidas antiinmigración solo aumentan la vulnerabilidad de los migrantes, dificultando la lucha por mejores salarios y condiciones de vida, así como la lucha política de toda la clase trabajadora– sino que son directamente enemigos de la clase obrera, que es una clase internacional.

Cuando habláis de “nuevo fascismo”, ¿qué rasgos lo caracterizan? ¿Qué elementos comparte con el fascismo histórico y cuáles son las transformaciones que le permiten adaptarse al contexto actual?

A nivel ideológico, el nuevo fascismo radicaliza todos los componentes del auge reaccionario. Así, el irracionalismo se convierte en un tradicionalismo que añora un pasado de homogeneidad étnica, sumisión de la mujer y silenciamiento de la población LGTBIQ+, etc. El clasismo se convierte en darwinismo social violento, para quien los pobres se merecen todo lo que tienen y lo que les toca es trabajar y callar, o aceptar mansamente ser deportados. El nacionalismo se convierte en un ultrachovinismo que sueña con el retorno de la grandeza nacional, siempre en clave imperialista. Y el racismo social se convierte en un supremacismo excluyente, que mezcla el deseo explícito de que los migrantes sean esclavos silenciosos con fantasías genocidas contra los pobres del mundo.

Lo que comparte este nuevo fascismo con el fascismo histórico es que se trata de una respuesta nacionalista y autoritaria a la crisis, que incluye la voluntad de suprimir la democracia liberal y aplastar a los trabajadores, a quién no les debe quedar otra que trabajar y callar. También comparte el hecho de que enmarca todo esto en un sueño de “regeneración nacional”, donde todas las clases estarían obligadas a unirse –cada una en su papel, claro, unos como esclavos y otros como amos—bajo la bota del Estado-nación, y que ese sueño se concibe en términos racistas y machistas, además, como ya hemos dicho, de intensamente antiproletarios. Por último, comparte la voluntad de utilizar la violencia callejera para conseguir lo anterior, aunque a una escala diferente.

Podríamos decir que el fascismo histórico nació como tragedia y el actual nace como farsa. El primer fascismo viene de una guerra mundial y un contexto de crisis revolucionaria, con un movimiento obrero fortísimo al que los Estados liberales difícilmente podían contener. También respondía a una crisis más aguda del orden burgués en general: acababa de haber una revolución en Rusia, y la ola roja se extendía por el mundo. Europa vivió una “guerra civil” escasamente larvada durante todo ese periodo, con el “partido de la clase” enfrentándose al “partido de la nación”. De ahí que la dimensión paramilitar fuera mucho más prominente en el fascismo clásico, que su lógica fuera una lógica de guerra abierta, y también que su llegada al poder diera lugar de inmediato a una guerra civil desde arriba y una dictadura totalitaria. En el presente no existe por el momento esa amenaza obrera al orden capitalista, y por eso el “nuevo fascismo” es diferente. A nivel policial y militar, los Estados actuales se bastan – por el momento– para enfrentar las expresiones de descontento existentes, lo cual hace que la dimensión “paramilitar” esté menos presente. Y en general, el Estado actual es mucho más capaz de contener la lucha de clases desde abajo manteniendo su máscara liberal, lo cual explica que la oligarquía por el momento no se haya pasado del todo al bando de quienes quieren una dictadura abierta. Así que el enfoque actual es más gradual si se quiere, con los partidos de ultraderecha llevando el orden liberal hasta su extremo más autoritario y empezando a apuntar más allá. Pero la cuestión de fondo aquí es que la oligarquía está cada vez menos dispuesta, y es menos capaz económicamente, de garantizar la serie de concesiones que van atadas al marco de la “democracia liberal”. El proyecto, muy resumidamente, es convertirla en un cascarón vacío, dentro de un marco de Estado autoritario y militarista. El nuevo fascismo será el encargado de llevar esto a cabo “por las muy malas”, y hasta extremos más radicales, si el resto de las opciones fracasan.

En vuestro análisis, los medios de comunicación cumplen un papel central en la difusión del discurso reaccionario. ¿De qué manera consideráis que amplifican estas narrativas y hasta qué punto pensáis que un discurso abiertamente comunista o de clase encuentra barreras mediáticas específicas?

El punto de partida para responder a esto es que el 99% de los medios está lisa y llanamente en manos de la oligarquía. A esto debemos sumarle que la financiación de los medios por medio de la publicidad es esencialmente un mecanismo extra de control oligárquico. Después está la publicidad institucional, cada vez más importante, que acaba haciendo de cualquier medio un vocero de un bloque político u otro. Y lo cierto es que todos los medios tienen hoy interés en dar voz el fascismo. Los medios más progres lo necesitan para alimentar su retórica de “que viene el lobo”. Los medios más fachas, porque les interesa abiertamente.

Por otro lado, el discurso comunista y de clase encuentra barreras enormes entre otras cosas porque la oligarquía y sus medios se han encargado no solo de demonizarlos hasta un grado extremo, sino de destruir también su inteligibilidad. Por poner un ejemplo: el concepto de capitalismo está clamorosamente ausente del debate público. Los grandes medios, los políticos profesionales, etc., no hablan de capitalismo. En un contexto así, apenas se puede entender qué es el socialismo, claro, y la gente puede acabar creyendo que el socialismo es lo que pasa cuando gobierna el PSOE. Pero en cualquier caso, esto no es solo un fenómeno mediático, sino ante todo social, vinculado al desmantelamiento de las organizaciones obreras, incluida la prensa obrera, que tan importante fue.

Además, a los grandes medios no les interesa dar voz a los comunistas. No les interesa a los medios progres, porque ponen al descubierto sus vergüenzas. Y tampoco les interesa a los medios fachas, porque siguen temiendo al comunismo. La realidad es que a día de hoy un fascista hace cualquier cosa y tiene cincuenta micrófonos delante, mientras que los comunistas tenemos que movilizar miles de personas en un acto para merecer una nota a pie de página. Lo mismo se aplica, por cierto, a las muy meritorias luchas sindicales que llevan a cabo actores como CNT o CGT, perpetuamente oscurecidas en el plano mediático. Todo lo anterior contribuye a crear la falsa sensación de que no hay nada que hacer, que ya nadie lucha y lo que queda es plegarse a lo que venga.

En cualquier caso, habría que ser muy inocente para sorprenderse por nada de lo anterior o poner las esperanzas en los medios de la oligarquía. Si queremos que el mensaje comunista vuelva a calar, a ser inteligible y deseable, la receta es organización de clase y medios propios. Los medios del enemigo siempre van a tratar de criminalizarte, y no se puede responder a un cañón con una pistola de agua. Si en el pasado la conciencia socialista adquirió un carácter de masas es porque había una clase organizada de forma independiente y dispuesta a luchar, con todo tipo de instituciones propias en las que se cristalizaba y reproducía una forma diferente, socialista, de ver el mundo. Eso es lo que hay que recuperar.

En Diario Socialista mencionáis la necesidad de reconstruir la “radicalidad” y disputar los marcos de sentido. ¿Cómo se traduce eso en prácticas organizativas concretas para el 22N y después del 22N?

“Radical”, en sentido etimológico, es quien va a la raíz. Así que reconstruir la radicalidad es ir a la raíz de los problemas, y recuperar una serie de verdades injustamente olvidadas. Por ejemplo, que los estados capitalistas, incluido los Estados liberal-democráticos, son formas de gobierno de la burguesía, que representa una ínfima minoría explotadora. Que la causa de todos los grandes problemas que enfrentamos (explotación, desigualdad, autoritarismo, militarismo y guerra, devastación ecológica, opresión de género, etc.) es el capitalismo, y que el capitalismo puede ser transformado en un orden superior, sin clases ni opresiones estructurales, que ofrezca un bienestar auténtico a todo el mundo por medio del control colectivo sobre los medios de producción. Que la revolución es necesaria para que pueda gobernar de verdad la mayoría pobre, acabando con el Estado capitalista, y sustituir el capitalismo decadente por el socialismo. Que los trabajadores necesitan construir un partido propio, independiente del Estado y de todos sus partidos leales, para lograr este objetivo. Que la lucha de clases es el motor de la historia.

Nosotras tenemos una hoja de ruta clara: la acumulación de fuerzas revolucionarias a través de una labor permanente de organización, movilización, agitación y propaganda comunista, todas ellas organizadas en torno a estas verdades. Dentro de esta hoja de ruta, una tarea que expusimos el 22N y en la línea política publicada en Diario Socialista, es la construcción de un frente defensivo de clase contra el avance del fascismo y la reforma autoritaria de los Estados.

Pero no nos equivoquemos, este frente no lo pensamos al estilo de los frentes populares de los años 30, no estamos llamando a generar una plataforma política o incluso electoral con todas las organizaciones de izquierdas que se declaran antifascistas. Eso llevaría a diluir su carácter de clase y a subordinar el programa y el discurso comunista en favor del partido de izquierdas de turno que tuviera más fuerza y capacidad mediática. Ese frente, por tanto, se tendría que parecer más bien a una alianza táctica y defensiva con sindicatos combativos y de clase, con colectivos del movimiento de vivienda y otros movimientos sociales, y en general con todas aquellas organizaciones de la clase trabajadora que sean independientes del Estado y los partidos parlamentarios.

Esta delimitación, para nosotras, tiene un sentido político claro. El avance de este nuevo movimiento fascista, como decíamos antes, no se reduce a unos pocos partidos de ultraderecha ni a grupos ultra violentos. Son los propios Estados capitalistas los que están impulsando un programa autoritario y militarista cada vez más agresivo, generando así el caldo de cultivo perfecto para que el fascismo avance. Los partidos de izquierdas que son leales al Estado y cuya máxima aspiración es entrar en el Gobierno son parte de este juego, quieran o no. Esto se ha visto muy claramente en esta legislatura y la anterior, donde ningún partido de izquierdas que ha formado parte del Gobierno ha podido impedir el aumento exponencial del gasto militar y policial, ni tampoco han sido capaces de derogar las leyes más represivas como la Ley mordaza. Además, las continuas falsas promesas en materia social y de vivienda o los casos de corrupción alimentan el cinismo y la apatía entre la clase trabajadora, lo que da aún más gasolina a la ultraderecha.

Un frente defensivo de clase, por tanto, debería ser independiente del Estado y de los partidos que aspiran a gobernarlo. Tendría que ser útil para mantener nuestros barrios seguros y libres de fascismo, para enfrentarse a Desokupa y expulsarlos de nuestras calles, para impedir la infiltración de grupos fascistas en los centros de estudio y de trabajo, para responder eficazmente a cualquier tipo de agresión a personas migrantes, de izquierdas o del colectivo LGTBIQ+. En fin, para asegurar unas condiciones mínimas que permitan hacer política en las calles y que el virus de la ideología reaccionaria no se siga extendiendo entre cada vez más sectores sociales. Un frente donde cada organización mantenga su independencia política e ideológica, pero exista unidad de acción contra el autoritarismo, el militarismo y el fascismo.

El 22 de noviembre, por ejemplo, participamos de la manifestación unitaria convocada por la Coordinadora Antifascista de Madrid, en la que había otro tipo de colectivos y organizaciones políticas. Lo hicimos porque era y es importante que el antifascismo se movilice, que demuestre fuerza y capacidad de convocatoria en un momento en el que los grupos fascistas tienen mucho más eco mediático y pretenden hacernos creer que son muchos más que nosotros. Pero al mismo tiempo hemos estado desarrollando una campaña propia con motivo del 50 aniversario de la muerte de Franco que culminó con el acto político celebrado en Madrid ese mismo día. Nosotras, como organización que forma parte del Movimiento Socialista, tenemos nuestra propia hoja de ruta, que no es otra que la recomposición de la clase trabajadora como sujeto político revolucionario. Esto, en el medio-largo plazo, debería desembocar en un partido y programa revolucionarios a escala europea. La tarea, por tanto, consiste en construir ese frente defensivo sin renunciar en ningún momento a nuestro propio horizonte.

¿Cómo evaluáis la relación entre represión policial, políticas securitarias del Estado y crecimiento del discurso reaccionario? ¿Hasta qué punto consideráis que el Estado liberal-democratico se “está moviendo” hacia marcos autoritarios?

El Estado capitalista siempre tiene una dimensión securitaria, porque su función principal es mantener la propiedad privada. Ahora bien, el “securitismo” es algo que siempre crece cuando la dimensión redistributiva del Estado se debilita. Los políticos capitalistas gobiernan con el palo y la zanahoria, y si faltan zanahorias el palo tiene que tomar un papel más prominente. Como tal, el securitismo tiene una faceta ideológica, que básicamente consiste en meter miedo a la población para hacerla comprar marcos más autoritarios. Las campañas sobre la ocupación son un ejemplo de esto, como también lo es la “guerra contra las drogas” al estilo americano. Por otro lado, tiene una faceta político-policial: nuevas leyes represivas, endurecimiento del Código Penal, más pasta, recursos y discrecionalidad para la policía. Evidentemente, esto ayuda a generar el caldo de cultivo para los discursos reaccionarios y las políticas de “mano dura”, que desde luego no acaban con el crimen, pero sí recrudecen la violencia contra los pobres, los militantes, etc. Porque lo cierto es que ante una población trabajadora que vive en un contexto de inseguridad económica, inseguridad sobre el futuro, etc., el securitismo y la búsqueda de chivos expiatorios calan, sobre todo si no se les combate. En mi barrio he visto a gente que hace cinco o diez años estaba dando tirones a bolsos quejarse del “aumento de la inseguridad”. Podría parecer irónico, pero en realidad es dramático. Nos están colando todos sus marcos. Es hora de responder y generalizar los nuestros, que recogen una serie de verdades muy simples: el enemigo no es el migrante, sino el empresario y el Estado que lo representa, la auténtica inseguridad viene de la pobreza y la opresión, la policía no es seguridad más que para la minoría explotadora, el Estado capitalista es un enemigo de los trabajadores y debe ser reemplazado.

Establecéis una distinción entre un Estado cada vez más dependiente en el plano internacional y, al mismo tiempo, más autoritario en lo interno. ¿Cómo explicáis esa aparente contradicción y qué efectos tiene sobre la clase trabajadora y el avance del fascismo?

Bueno,  no creemos que exista una contradicción entre ambos puntos, sino una relación de complementariedad. Para que los Estados puedan funcionar como pantallas de los mercados financieros globales deben reforzarse en un sentido autoritario a nivel de política interior.   El efecto que tiene sobre la clase trabajadora es básicamente hacer cada vez más difícil que esta pueda poner sobre la mesa sus intereses, aunque sean los más básicos e inmediatos.  Para empezar, el Estado-nación está cada vez más blindado ante cualquier forma de presión popular. Las principales decisiones en términos de política económica están externalizadas en instituciones europeas como el BCE o se toman directamente por parte de la oligarquía financiera, cada vez más poderosa. Para seguir, el propio ejercicio de afirmar unos intereses comunes se complica con el ataque contra los derechos políticos y el endurecimiento de la presión y la vigilancia policiales. Porque que los trabajadores podamos afirmar estos intereses requiere de largos y complicados procesos de autoorganización que desde luego se vuelven más complicados si, por poner un ejemplo, tienes que dedicar buena parte de tus recursos a pagar multas que te han metido por cualquier tontería.  De nuevo, tomemos el ejemplo de la huelga de Cádiz, donde el “gobierno progresista” –el mismo que ya envió tanquetas hace años—detuvo a decenas de personas. Todo eso es un ataque contra las capacidades de organización de los trabajadores.

El efecto que lo anterior tiene para el avance del fascismo puede resumirse en un par de puntos.   En primer lugar, ayuda a generar el tipo de descontento que es el caldo de cultivo para el fascismo, a la vez que bloquea la emergencia de formas alternativas, obreras, de canalizar ese descontento.  En segundo lugar, normaliza socialmente la represión y el autoritarismo, que es algo de lo que el fascismo se beneficia para radicalizar ambas.

Lo que se ha conocido en las últimas décadas como “izquierda” es un proyecto que acepta el Estado capitalista y la división de clases, tratando de amortiguar sus efectos más lesivos. En sí, es un proyecto de clases medias que quiere un sueño imposible en el medio plazo: el de un capitalismo “más humano”

¿Qué tipo de estrategia política alternativa propone la CJS a medio y largo plazo?

Lo que se ha conocido en las últimas décadas como “izquierda” es un proyecto que acepta el Estado capitalista y la división de clases, tratando de amortiguar sus efectos más lesivos. En sí, es un proyecto de clases medias que quiere un sueño imposible en el medio plazo: el de un capitalismo “más humano”.

Nosotros creemos que hay que romper claramente con este marco. La clase trabajadora debe recuperar su independencia política y dejar de estar atada a partidos burgueses como el PSOE o partidos de clases medias como las fuerzas “a la izquierda del PSOE”. Esto significa que la clase trabajadora necesita un partido propio: un partido revolucionario de masas. Este partido debe tener un programa claro: sustituir el Estado capitalista por el gobierno de los trabajadores, y el orden económico capitalista por el socialismo. Esto solo puede conseguirse por vías revolucionarias, y hasta entonces el partido debe ser una fuerza de oposición radical al orden existente, orientado a ganarse una mayoría para este programa. No puede intentar gobernar el Estado capitalista, porque eso es servir al capital y traicionar el proyecto de destruirlo. Al mismo tiempo, debe estar profundamente arraigado en la clase trabajadora por medio de toda una serie de instituciones independientes del Estado.

Para que una fuerza así vuelva a existir, hay que volver a fundir el proyecto socialista con la clase trabajadora. Esta es, en nuestra opinión, la gran tarea actual, a la que tratamos de contribuir lo mejor que podemos. La clase trabajadora debe aprender a volver a confiar en sus propias fuerzas, debe recuperar su ideología, sus instituciones y su espíritu de lucha. Nuestro proyecto, por lo tanto, es un proyecto de lucha de clases. Se basa en acumular fuerzas en clave revolucionaria y a todos los niveles, desde un proyecto de oposición completa al orden político y económico de la clase capitalista, hoy en decadencia . Por el momento, esta es una opción minoritaria. Pero la polarización de clases está creciendo, el capitalismo es cada vez más incapaz, incluso en el centro imperialista, de asegurar unos mínimos niveles de bienestar, y crecen las tendencias autoritarias y militaristas. Estamos entrando en una nueva era de guerras y catástrofes que generará las condiciones para la renovación, a nivel internacional, de una política obrera y revolucionaria. Nuestro objetivo es contribuir humildemente a esta recomposición, que es una tarea que interpela a todos y todas los revolucionarios.

 

diario-red

Rita M. Álvarez-Guerra Día

ShareTweetShare

Nuestro Boletín

  • Inicio
  • Estado Español
  • Insurgencias
  • Internacional
  • Artículos
  • Convocatorias
  • Editoriales
  • Publicaciones
  • Referencias y Referentes

No Result
View All Result
  • Inicio
  • Estado Español
  • Insurgencias
  • Internacional
  • Artículos
  • Convocatorias
  • Editoriales
  • Publicaciones
  • Referencias y Referentes