“Rusia hizo grandes sacrificios para liberar a Europa y al mundo del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. [África y Rusia]Tenemos la misma historia, (…) somos los pueblos olvidados del mundo. Y estamos aquí ahora para hablar del futuro de nuestros países, de cómo serán las cosas mañana, en el mundo que buscamos construir, y en el que no habrá injerencia en nuestros asuntos internos. (…) ¿Por qué África rica en recursos sigue siendo la región más pobre del mundo? Hacemos estas preguntas y no obtenemos respuestas. Sin embargo, tenemos la oportunidad de construir nuevas relaciones que nos ayudarán a construir un futuro mejor para Burkina Faso. (…) Un esclavo que no lucha [por su libertad] no es digno de ninguna indulgencia. Los jefes de los estados africanos no deben comportarse como marionetas en manos de los imperialistas. Debemos asegurarnos de que nuestros países sean autosuficientes, incluso en lo que respecta al suministro de alimentos, y puedan satisfacer todas las necesidades de nuestros pueblos. Gloria y respeto a nuestros pueblos; ¡victoria para nuestros pueblos! ¡Patria o muerte![1]”.
Con estas palabras, a la altura del mejor Thomas Sankara, se presentaba ante el mundo el capitán Ibrahim Traoré, actual presidente de Burkina Faso, en el encuentro celebrado en San Petersburgo en el contexto de la Segunda Cumbre Rusia-África. Esta cumbre ha supuesto un hito en el establecimiento de relaciones diplomáticas entre una Federación Rusa, supuestamente “vetada” de los canales y encuentros que impulsa Occidente y el espacio neocolonial francés. Allí donde la glamurosa y “civilizada” Francia ofrecía dependencia e inseguridad crónicas, Rusia – de la mano de la República Popular China – ha llegado ofreciendo grano, cereal, hidrocarburos y seguridad[2][3]. No obstante, esta cumbre destacará además por haber supuesto la puesta de largo de una nueva África que ha ido fraguándose a fuego lento desde el año 2013.
En enero del año 2013 François Hollande autorizaba el despliegue militar de la operación “Barkhane” en Malí y que Macron extendería a Burkina Faso, Chad y Níger. Una operación que, además de con miles de víctimas y desplazados, se ha saldado con una retirada estrepitosa de las tropas galas, desacreditadas profundamente a los ojos de la opinión pública, abiertamente denunciadas por las autoridades de los respectivos países como fuerzas coloniales, dedicadas a “robarse el oro de los africanos”, como denunciaría el actual presidente de Mali, Assimi Goita[4].
Pero el descalabro francés ha traído su opuesto. Desde el mismo momento en que las promesas ofrecidas por Francia se traducían en un puño de hierro, calculadamente ineficaz a la hora de solucionar los problemas de seguridad, comenzó a surgir un movimiento nacionalista, arraigado estrechamente en el seno de las distintas fuerzas armadas – pero no solo – de los Estados del Sahel (Burkina, Chad, Niger, Malí…) que, forzados por la lucha contra un enemigo común, y condicionados por la necesidad colectiva de librarse del yugo francés, han comenzado a integrar su proyecto de “salvación nacional” con una renovada visión panafricanista.
La propaganda occidental trata constantemente de presentar la misma visión pesimista, cínica y maniquea sobre África presentándonos la imagen de un puñado de dictadores salvajes, señores de la guerra, que manejan a su antojo a una población presa de una tragedia, que aparentemente no tiene responsables (ejem, colonialismo) ni alternativas. A esa vieja película se le suma recientemente el fetiche especial de los analistas de sofá: “el grupo Wagner”. Deus Ex Machina que hace y deshace a voluntad. Sin embargo, esta imagen queda completamente a las antípodas de la raigambre popular que ha hecho ascender a los distintos gobiernos militares en la región. Los pueblos de Burkina, Malí, Chad y Níger han acompañado, promovido e impulsado los cambios de régimen que se han dado en la región. No han faltado desde hace años, y cada vez con mayor vehemencia, las manifestaciones convocadas por organizaciones y sindicatos, de diferentes tendencias, que han luchado por el establecimiento de gobiernos anticoloniales y que ven con optimismo las distintas juntas militares que se han establecido en el país.
Esta indignación, junto con –no lo dudamos– intereses corporativos de los propios ejércitos regionales, ha cristalizado en la llegada al poder de una nueva generación de líderes que parecen dispuestos a llevar a cabo las aspiraciones de plena independencia, justicia y desarrollo que se marcaron los líderes africanos de la segunda mitad del siglo XX.
El caso más interesante puede ser el del propio Ibrahim Traoré, a quien citábamos al comienzo de esta nota, el joven presidente de Burkina Faso, líder del grupo cívico-militar “Movimiento Patriótico por la Restauración y la Salvación”, capitán de las fuerzas especiales, destacado por méritos de guerra, de orígenes campesinos y proveniente de uno de los pueblitos más azotados por el conflicto armado. Ibrahím, miembro de la Asociación Nacional de Estudiantes de Burkina Faso, graduado en Geología por la Universidad de Ougadougou, que ha experimentado la hipocresía occidental en sus propias carnes como oficial en el ejército burkinés, hoy encabeza las aspiraciones progresistas de buena parte del país.
Este “enigmático capitán que desafía a Francia” según el propio Le Monde, que “apuesta por una estrategia puramente militar, basada en acercarse a la esfera de influencia rusa”, que homenajea al mismo Sankara, que “moviliza a las masas”, atreviéndose a hablar de “lucha contra el imperialismo”, de “desarrollo del país por sus propios medios” y de “movilización popular total” para garantizar el futuro de Burkina Faso[5], merece ser seguido de cerca y alentado a “cumplir sus amenazas”, por las fuerzas progresistas a este lado del mundo.
Aún entre los militantes de izquierda, en occidente tendemos a reconocer los méritos “a toro pasado”. A menudo solemos tardar en reconocer un movimiento hasta que se ha consolidado, a veces incluso no claudicamos en nuestra inexplicable necesidad de prejuzgar entre buenos y malos hasta que su líder ha muerto y no puede hacer daño ya al imperialismo. Pasó con el comandante Chávez, pasó con la Libia del coronel Gadafi, ¿quién sabe si no estaremos llegando tarde también al descubrimiento de que, entre tanto circo electoral, como diría Fidel, la humanidad ha dicho basta y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia.
Foto: En el centro, con la cara tapada, el presidente Ibrahim Traoré homenajea a Thomas Sankara. 16 de octubre de 2022.
[1] https://tass-com.cdn.ampproject.org/v/s/tass.com/politics/1653611/amp?
[2] https://www.elmundo.es/internacional/2023/07/27/64c23e8621efa068558b45d6.html
[3] https://elpais.com/internacional/2023-07-28/putin-anuncia-acuerdos-militares-con-40-paises-africanos-durante-la-cumbre-en-san-petersburgo.html
[4] https://www.larazon.es/internacional/20220816/g43wqzkrgzd7nlbipeknts52w4.html
[5] https://www.lemonde.fr/afrique/article/2023/05/30/au-burkina-faso-le-capitaine-ibrahim-traore-le-president-enigmatique-qui-defie-la-france_6175485_3212.html
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