El día 7 de octubre de 2023 la Resistencia Palestina provocó una sacudida telúrica destinada a producir consecuencias trascendentales en todo el mundo y especialmente en las entrañas de la izquierda occidental.
Ese día, después de 75 años de masacres sionistas cotidianas, la mayor potencia militar de Oriente Próximo y el quinto ejército del mundo sufrió una humillante derrota a manos de una unidad de comando palestino, apodada “Distancia Cero”, es decir, cuerpo a cuerpo frente al enemigo. Este grupo de 100 hombres heroicos, modestamente armados, fue capaz de sorprender al que hasta entonces se consideraba el mejor servicio secreto del mundo, el Mossad israelí, de acabar con la leyenda de la invencibilidad del estado de Israel y de pulverizar su pilar conceptual de “hogar nacional seguro para todos los judíos”.
A continuación han venido dos años de genocidio, de lucha armada y de unidad del pueblo palestino en torno a su Resistencia, plural política e ideológicamente, pero indiscutiblemente liderada por Hamás.
La solidaridad empezó a organizarse en todo el mundo con fuerza inesperada para una oligarquía occidental que, tras haber comprobado el altísimo grado de sometimiento con el que la clase trabajadora había aceptado las brutales medidas de control social aplicadas con el pretexto del Covid, se disponían a aplicar sin anestesia su programa de destrucción económica, militarización social y economía de guerra.
El control de los medios de comunicación, profundamente penetrados por el capital sionista, permitió a las clases dominantes poner en marcha toda su batería de lucha ideológica para desactivar la solidaridad. Estaban bien entrenados por la gigantesca manipulación informativa puesta en marcha cuando la invasión de Iraq: los bebés arrancados de las incubadoras, el cormorán empapado en petróleo, las armas de destrucción masiva o la desacreditación sistemática de Sadam Husein. Tras el 7 de octubre, el centro del ataque mediático fue dirigido contra Hamás, acusándole de ser una organización integrista y terrorista, al tiempo que sistemáticamente se ocultaba la unidad política antisionista y anti-imperialista de las diferentes facciones armadas palestinas y del Eje de la Resistencia, así como del pueblo palestino junto a ellas.
Lo que estaba en juego para la burguesía imperialista, que como todas, en cualquier etapa histórica de crisis teme sobre todo a sus propios pueblos, iba mucho más allá de lo que ocurriera en Palestina y en Oriente Próximo. Lo que estaba en riesgo es uno de los pilares del control ideológico inoculado después de la II Guerra Mundial: el pacifismo. Pacifismo a ultranza que fue roto por la solidaridad con la lucha vietnamita, con la resistencia árabe en el Septiembre Negro o por las importantes luchas obreras y populares durante las dictaduras griega, portuguesa y española. La sangrienta Transición, la Operación Cóndor y la derrota de los mineros en Gran Bretaña, marcaron la imposición a sangre y fuego de la respuesta del capitalismo a su crisis: las políticas neoliberales.
Las izquierdas sometidas, y no digamos los sindicatos sobornados, aceptaron que los Estados hacen guerras, pero que cuando el pueblo o la clase obrera empuñan las armas para defenderse son terroristas. Se trataba y se trata, obviamente, de consagrar al Estado con todos sus aparatos, como detentador legítimo y exclusivo de la violencia, situándole como “árbitro” en la lucha de clases y por encimas de ellas.
Este mito fundacional del capitalismo, de resonancias fascistas evidentes pero desenmascarado en cada huelga, por la evidente naturaleza burguesa de las leyes, y por la esencia de clase de la represión, necesita – como todas las falsificaciones – de la unanimidad para mantenerse. Precisamente ésto, es lo que vino a romper en mil pedazos la lucha armada del pueblo palestino.
El objetivo ideológico ante el genocidio palestino era que la solidaridad tuviera como principal contenido la conmiseración por el sufrimiento de las víctimas, a ser posible sin señalar al sionismo criminal, y, sobre todo, evitando que se reconociera la legitimidad de la Resistencia.
En Madrid la confrontación ideológica se manifestó muy pronto. En una asamblea con más de 40 organizaciones, en la que se debatían los principios políticos que debían regir las movilizaciones en solidaridad con el pueblo palestino, solo tres se opusieron a que el apoyo sin fisuras a la legitimidad de la lucha armada de la Resistencia Palestina figurara entre ellos. No cito sus nombres porque en otros lugares del Estado su posición no es la misma y por si ello pudiera perjudicar el movimiento de solidaridad.
Ese hecho determinó la constitución de dos ámbitos diferenciados política y organizativamente. El apoyo a la Resistencia está integrado a escala estatal, por las Asambleas con la Resistencia Palestina, y Madrid con Palestina.
El ámbito organizativo, en un principio minoritario, se centraba en otros objetivos, absolutamente legítimos y compartidos como el boicot, la ruptura de relaciones, o el embargo de armas, pero silenciaba el apoyo a la Resistencia. Estas organizaciones, sobre todo después que el PSOE decidió – por intereses electorales evidentes – que la movilización por Palestina era legítima, recibieron todos los apoyos mediáticos, apareciendo públicamente como único espacio organizativo convocante.
A pesar de todos los esfuerzos del poder, el apoyo a la Resistencia y la comprensión de la unidad esencial entre el sionismo, el fascismo y el imperialismo, ha pasado a ser del dominio público. Millones de gargantas denuncian la complicidad directa de los gobiernos de la UE y de EE.UU. en la masacre del pueblo palestino, y reconocen el derecho del pueblo palestino y de todos los oprimidos y explotados a resistir por todos los medios a su alcance. El ¡No Pasarán! y ¡Hasta la Victoria, siempre! vuelven a resonar también en las gargantas del pueblo más heroico del mundo llevando al basurero de la historia a quienes, miserablemente, tratan de cuestionar su lucha.