Me gusta nombrar los árboles. Con los ojos bien abiertos abarcar ramas enteras de verde maduro en el verano sosteniendo el crecimiento de un fruto, de un racimo de flor. Nombrar las flores llevándolas del árbol a mi boca y de nuevo al aire donde viven al borde de los tallos con el polen abstracto de las sílabas deshecho en la punta de mi lengua. Digo arce, falso plátano, roble, sauce, saúco, olmo digo, gleditsia, robinia, sófora, catalpa, paulonia, sombra emparrada de glicinia.
De joven leí Fantasías, de George Mc Donald. Desde entonces, si digo fresno o digo aliso me viene a la mente un árbol malo del que he de desconfiar, el fresno, o un árbol dama amable, protector: el aliso. Me sacudo los pensamientos de la cabeza porque no quiero fantasías, quiero decir fresno y ver en mi mente una hoja compuesta de unidades lanceoladas con un verde algo mate distinto al de la hoja simple, redonda, nervada del aliso, que distingo del avellano por la altura y por el fruto. Si digo aliso pienso en seguida en una ribera, si fresno, tardo algo más.
Si digo moro pienso en jardines de la Edad Media. Si digo mora pienso en medievales romances prohibidos. Si digo marroquí pienso en un vecino, en una tienda, en un barrio, en cultura si digo árabe, en cosas que me callo si digo hombre, en preguntas sin respuesta si digo mujer. Todo ello lo pienso y me pienso si digo humanidad.
Si digo fascista digo cobarde predicante del odio hacia los otros en busca de semejantes con quienes ir a apalizar regodeándose en el sufrimiento hasta la muerte a manos suyas, esas manos que fabrican poder desde la cobardía alentando linchamientos, perdonándonos la vida si nos declaramos dispuestas a aceptar su orden de las cosas reconociéndolo al mismo tiempo como el único sensato en un mundo amenazante del que ellos nos protegen incluso de nosotras mismas, todo era malo, todo es malo y no lo sabíamos, no lo queríamos reconocer, quizás, hasta su venida guiada por el dios verdadero con el objetivo de aclararnos cuán malo es vivir puesto que viviendo puedes nacer de un color diferente al suyo, creer en otras cosas, cuestionando, por tanto, la veracidad de sus propias creencias. Si vives puedes amar, puedes pensar, puedes decidir, eso no lo pueden consentir, la vida es miedo, el miedo es justo, sin miedo no habría un orden de las cosas en el que ellos fuesen necesarios para que nada salga de ese mundo inexistente que insisten en crear. Nos dan la oportunidad de ser mejores que otros si aceptamos ser como ellos, si gritamos como ellos, si pegamos como ellos a quienes nos indiquen por propasarse viviendo: no se puede ser moro, mora, árabe, negro, trabajadora de otro país, trabajar sin su bota pisando tu cabeza, vivir bajo un techo sin someterse a un precio, vivir sin lamer el trasero a propietarios ni caciques, gozar una sexualidad sin su bendición, procrear sin dejar censar tus hijos e hijas en su rebaño, reír sin reír sus gracias. No se puede la alegría. La alegría es libre de atravesar fronteras sin consentimiento, se debe matar a todo cuanto es alegre moviéndose del sitio por ellos señalado, se debe castigar para recordar que lo importante no es vivir sino saber quién manda. Qué viejo es eso de inventar al otro y, sin embargo, sigue habiendo quien encuentra placentero culpar de los piojos en los colegios a los hijos de los moros, a los negros y a toda esa mierda que nos viene de fuera porque en esta España adentro en los pueblos nunca hubo piojos, ni pulgas, ni chinches, los caciques trataban con amor a los pobres del pueblo porque eran de su pueblo y les daban de comer en su mano y vinieron ellos a robarnos el servilismo al patrón. Si digo fascista nombro al canalla que se aprovecha de lo más mezquino de la maldad ajena para realizar la suya mientras nombro al mezquino que se la entrega.
Si un árbol dijera árbol se nombraría nombrando el conjunto de seres vivos pertenecientes a la república vegetal semejantes a él, conocedor de cómo todo sustantivo admite un plural. Diría soy árbol a sabiendas de poder recibir transportada en cualquier brisa por respuesta: somos árbol.
Si un fascista, hipotética, muy hipotéticamente, dijera soy humanidad, de quién recibiría respuesta, ¿de otro fascista?, ¿quién le dice a un facha tú y yo juntos somos humanos?
No nos dejemos engañar por argumentos vacuos; cuando un fascista, una fascista, se reconocen llenos de chulería ante nosotras como tales, están negando la posibilidad de encontrar en su persona las características necesarias para componer la palabra humanidad.
