Tras la caída de la URSS y del campo socialista del Este, Cuba comenzó a vivir momentos ciertamente complicados. Más del 80% del comercio lo había desarrollado a través del CAME, entonces desaparecido. Cuba estaba en pleno Período Especial. Esto hizo que el imperialismo yanqui intentara por todos los medios lo que hasta entonces no había conseguido: derrocar al Gobierno revolucionario para retomar el control de la Isla.
Desde la Casa Blanca se alentó de todas las maneras posible a la población cubana para que se levantara contra la dirección del país. Con la inmensa mayoría desoyendo al imperio, había, sin embargo, gente antisocial que se prestó a los cantos de sirena imperialistas.
Fue el 5 de agosto de 1994, en medio de la llamada crisis de los balseros, una turba de esa gente comenzó a provocar desórdenes de todo tipo en algunas calles cercanas a la avenida del Malecón de La Habana y en esta misma avenida.
Pero sucedió lo que no suele suceder en ninguna parte del mundo. Los disturbios provocados por dicha turba fueron enfrentados por el propio Fidel, que se personó en el lugar de los hechos, cambiando de manera radical el comportamiento de los violentos saqueadores. Sin tiros, sin represión ni nada que se le parezca, con la sola presencia del Comandante, en ese lugar y en un momento como ese, los violentos se calmaron y alejaron.
La periodista Arleen Rodríguez Derivet, que también estaba entre la gente del pueblo que acompañó a Fidel, se expresó acerca de aquel hecho de esta manera: “Fidel salió a las calles de una Habana apedreada y violenta sin más escudo que su dignidad y su fe en el pueblo. Y todos fuimos testigos de que a su paso la ciudad era otra de repente”.
Hoy se cumplen 31 años de aquel hecho; bien vale la pena recordarlo.
